El president dels EUA, Donald Trump, durant la seva presa de possessió. Autor: Casa Blanca via ACN.

‘Un presidente como él’, por Josep Asensio

“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
ya que no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
ya que no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
ya que no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar”.

Martin Niemöller, pastor luterano

Donald Trump ha llegado a la Casa Blanca. Y lo ha hecho con su propio estilo, desafiante, prepotente, directo al grano. No se ha andado con tonterías y ante miles de seguidores ha firmado decenas de decretos, todos ellos en contra de la poca humanidad que quedaba ya en EUA. No bastaba con dejar morir a los que no tienen seguro privado de salud, ni que la mortalidad infantil en ese país hubiera aumentado exponencialmente en los últimos años. Había que hacer algo grande, expulsar a los indocumentados, todos ellos, según la administración Trump, delincuentes y mala gente. Y qué mejor manera que persiguiéndolos en escuelas, en iglesias, en hospitales. Dar con ellos, meterlos en un furgón y llevarlos hasta la frontera, a la que sea, a la de México, que es la que está más a mano. Muchos se esconden. Otros ya no llevan a sus hijos a las escuelas. Tienen miedo. De eso se trata. Trump lo sabe. El miedo paraliza y Trump puede actuar.

No teníamos suficiente con observar en directo la masacre del pueblo palestino. La última, la creación de un resort en Gaza, la expulsión de sus legítimos habitantes, limpieza étnica sin rodeos. Las instituciones internacionales, despreciadas, aniquiladas. El rodillo Trump, con sus aliados más reaccionarios, en busca de un nuevo orden mundial. El miedo y el chantaje como norma. Europa y sus políticos, han quedado paralizados ante tanta insensibilidad, incapaces de reaccionar más allá de unas tímidas palabras para no enfurecer al monstruo. Atrapada entre EUA y Rusia, Europa ya no sabe qué hacer. Su eterno aliado amenaza con aranceles, con dejar de comprar productos de la eurozona; unas intimidaciones que descolocan al más cauto, excepto a una Meloni orgullosa de su Trump. México, Canadá, China. Después, Europa, lo saben. Lo sabemos.

En España, el PP calla y otorga, mientras Vox sueña con un presidente como Trump. Lo tienen. Se llama Santiago Abascal. Autoritario, déspota y machista como él, ansía poder aniquilar la sanidad pública, especialmente para esos moros que inundan las urgencias y que dan mala imagen de España. Por descontado que les quitaría la nacionalidad española y los enviaría en avión a Marruecos. Después, destruiría sus mezquitas, sus bazares, sus negocios. Madre mía qué subidón.

Con toda probabilidad, Abascal crearía un ejército de incondicionales que, pistola en mano, entrarían en los municipios más contaminados y actuaría sin piedad. Pagarían a los cazadores de indocumentados, de gentes de aspectos diferentes a los de los blancos, diferentes a los de los de aquí. Almería sería una de sus primeras visitas. Allí pegaría fuego a las chabolas llenas de inmigrantes que nos dan de comer por míseros sueldos, haciendo aumentar el PIB y las cuentas de los agricultores andaluces que ya no recuerdan de dónde vienen. Luego, se desplazaría a Murcia, a Lorca, a Torre-Pacheco, por ejemplo, donde es inconcebible que más del 30 por ciento de sus habitantes sean moros. Hay que implementar las redadas. Es la única solución, la de un ciudadano ejemplar, de esos que no han hecho la mili ni se han levantado nunca a las seis de la mañana para ir a trabajar; de esos que se compran una mansión de un millón de euros y la ocultan en la declaración de bienes y rentas del Congreso de los Diputados. Un ejemplo para todos, sí señor.

Y mientras la maestra está sentada junto a un alumno con dificultades para aprender a leer, mientras ella lo mira con preocupación, algún energúmeno entra con la bandera española en el aula y mira las caritas de esos niños y niñas a ver si adivina cual de ellos es sospechoso de ser un delincuente. Casi todos. La maestra grita, no entiende qué está pasando. Ha leído el nuevo decreto de Abascal, pero no puede creer que la actuación sea inmediata. Afuera espera un furgón. Ya está lleno de otros niños que han sido sacados de otros colegios y del hospital. Sus madres también están allí, en otro autocar. Los padres, en su mayoría, siguen trabajando en los campos de brócoli, tomate, lechuga y alcachofa, ajenos a lo que les sucede a sus familias, ajenos a lo que les sucederá horas después. Los criminales ya no tendrán dónde esconderse.

El president dels EUA, Donald Trump, durant la seva presa de possessió. Autor: Casa Blanca via ACN.
Donald Trump. Autor: Casa Blanca / ACN.

Un presidente como él. Ese es el lema de Vox. También de un PP que acepta sin contemplaciones que “si se piden las ayudas en árabe llegan antes”, refiriéndose a la tragedia de la DANA en Valencia, comparando ignominiosamente el genocidio de Gaza con la destrucción causada por la lluvia allí. Ya no existe la vergüenza en unos dirigentes que han caído burdamente en la mentira y en la desfachatez, en la vileza y en la deshumanización.

Mientras tanto, Abascal sigue su cruzada. Fuera banderas LGTBI y ayudas a la dependencia; despido de funcionarios y el español como único idioma. Lista de libros y publicaciones que desaparecen de bibliotecas y centros culturales. Listas negras, muros en las playas de Canarias, que se ahoguen todos los que intenten llegar a sus costas. No son personas, son animales. Prohibición de atender a inmigrantes ilegales en los hospitales, especialmente si son negros o árabes. Calla ante el decreto que suprime el español de la web de la Casa Blanca. Al amigo americano no se le molesta. Todo lo que haga está bien. ¿Piedad? ¿Qué es eso? Ni piedad ni hostias en vinagre. ¿Saludo nazi? No, hombre, no. Es una acción de fuerza, de autoestima, de convicción. No, no son nazis. Que no.

No habrá fin para tanta ignominia. Me comentan de manera displicente que eso es la democracia, que, si el pueblo lo quiere, pues no hay nada más que hablar. A aguantarse, a seguir, que a nosotros no nos va a tocar nunca, que, en definitiva, esa gente nunca tendría que haber venido a nuestro país, que no son racistas, pero… Que no, que no es racismo, es que tenemos derecho a vivir en nuestro país, que ellos se vayan al suyo, que luego los ves por las calles y el turismo no quiere venir porque van desaliñados, dan mala imagen, eso, dan mala imagen. Y sus hijos son los culpables del bajo nivel en las escuelas. Los nuestros quedan atrasados, no avanzan. La culpa la tienen ellos. Qué bien Trump. Trump sí que sabe.

Qué miedo.

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