ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
En relación con la historia de la humanidad y los sucesos contemporáneos relevantes, el revisionismo histórico negacionista tiene su razón de ser en distorsionar o negar la brutalidad de hechos comprobados, con fines políticos o ideológicos. Ejemplos de este fenómeno los tenemos en la negación del Holocausto o la banalización del golpe militar contra la democracia de la II República que provocó una guerra civil, los fusilamientos y la represión en España durante 40 años de dictadura o, a otro nivel, la negación del genocidio sionista en Gaza. A este tipo de revisionismo ni le importa, ni pretende ofrecer ningún tipo de rigor histórico, dado que su objetivo es más perverso: reconfigurar la historia para justificar o encubrir los crímenes y barbaridades cometidas.
Y es oportuno traer a colación los antecedentes porque es prácticamente irremediable que un pueblo que desconoce su historia, repita los errores cometidos en el pasado, dado que, como sabemos, los humanos solemos tropezar dos (o más) veces con la misma piedra, confirmando nuestra estupidez infinita, como decía Einstein. De ahí la importancia de conocer la historia de acuerdo con los hechos para saber cómo hemos llegado hasta aquí, cuáles han sido nuestros aciertos y errores como especie y qué es lo que no conviene repetir por sus nefastas consecuencias.
Y llegados a este punto, insistir en que es un error creer que el franquismo finalizó con la muerte del dictador. Durante el largo y negro periodo de 40 años de dictadura se construyó un modelo de estado potente, represor, con un poder judicial, militar, económico, eclesiástico e ideológico sin apenas fisuras que configuró el franquismo sociológico de los vencedores consolidando los valores del nacionalcatolicismo con los que se adoctrinó a la sociedad, acompañado de la represión contra todo lo que no comulgase con los Principios Nacionales del Movimiento y donde los adictos al régimen dominaron España y controlaron a sus moradores, física y mentalmente.
Una situación que se vio perturbada, que no finiquitada, por la muerte del dictador y el modelo de transición del 78, que, no olvidemos, amnistió a quienes cometieron crímenes durante 40 años, evitando que se enfrentaran a ningún juicio similar al de Núremberg, permitiéndoles conservar sus cargos en las instituciones que utilizaron para reprimir y asesinar. Y para acabar de adobarlo, se instauró como jefe de Estado a un rey designado por el dictador. ¡Como para presumir de transición modélica!
Y aquellos barros trajeron estos lodos. Una derecha extrema y una extrema derecha en estrecha simbiosis, instaladas en el neofascismo a rebufo de la deriva antidemocrática que está padeciendo buena parte del planeta (EEUU, Argentina, Italia, Hungría, Austria…); una élite del poder judicial que, al haber bebido de las fuentes del franquismo, no se corta en su rol de ariete para derrocar un gobierno surgido de las urnas y un mass media y redes sociales en manos de personajes ignominiosos, fabricando bulos y desinformando para manipular. Una bomba de relojería en una democracia que se ve impotente para hacer frente a este ataque a su línea de flotación.
En ese contexto y con esos datos, no sorprende que, fiel a su ideología casposa y trasnochada, PP – VOX renuncie y critique conmemorar el fin de la dictadura franquista -como sucede en países como Alemania, Portugal, Italia,… referidos a las dictaduras que padecieron-, sencillamente porque no está en su ADN renegar de sus orígenes vinculados al franquismo. Basta escuchar los exabruptos fascistoides de VOX en sedes parlamentarias defendiendo (impunemente) al franquismo y el papel de triste acompañante del PP banalizando la dictadura, llegando a calificar el golpe de Estado y la guerra civil de una simple “pelea entre nuestros abuelos” (Feijóo). En definitiva, que no se trata de una simple opinión el afirmar que esa alternativa política representa un retorno al pasado y un enorme paso atrás en la historia.
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