Cuando un personaje, del ámbito que sea, es capaz de captar la atención de espectadores, oyentes o ciudadanos en general, no tiene que ser precisamente un genio. Ejemplos varios y variopintos inundan nuestras pantallas con impresentables seres anodinos que pululan por las cadenas demandando publicidad y protagonismo a cambio de dinero que les sirva para seguir con un ritmo de vida insustancial y superfluo y continuar su andadura por el camino de la perdición.
No obstante, en el momento que aparece un monstruo, una figura como Jordi Évole, no hay más que dejarse llevar e impregnarse de su talento, para comprender que no es oro todo lo que reluce y que es muy fácil llevarnos por derroteros profundamente inverosímiles. Ya en su magnífico Salvados, pone el dedo en la llaga mostrándonos la cara menos amable de nuestra sociedad, con reportajes donde los protagonistas son duramente vilipendiados con profundas miradas o caprichosos silencios. También los pobres, los rechazados y los repudiados por la crisis son mostrados con una rotundidad extrema, como en su último programa sobre la pobreza energética, donde no es creíble la indiferencia por parte del espectador.
Pero lo sucedido el domingo pasado raya la genialidad más absoluta. Solo Évole y su equipo podían hacernos creer que el intento de golpe de estado de 1981 había sido en realidad un montaje dirigido por José Luis Garci. Ya un par de semanas antes, La Sexta y otros medios de prensa escrita se hacían eco de un programa especial coincidiendo con el aniversario del 23-F. Se anunciaban novedades muy interesantes y que nunca habían visto la luz. Además, unos días antes 15 personas habían tenido el privilegio de visionar los primeros 20 minutos de programa y mostraban su sorpresa e inquietud por lo que habían descubierto.
Tengo que reconocer que las cuatro personas que nos sentamos delante de la pantalla el domingo pasado para conocer los detalles desconocidos del golpe permanecimos en silencio durante todo el programa, fascinados y desconcertados al percatarnos de la gran mentira que nos engarzaron treinta años atrás. Solo en la corta pausa publicitaria dividimos nuestras opiniones. Unos pensábamos que bien hecho si José Luis Garci había salvado la democracia en nuestro país mientras que otros se acordaban del mal momento pasado en la habitación de su casa viendo pasar los tanques en Valencia y en la insensatez de los políticos.
La genialidad de Évole estriba no solo en elaborar un argumento creíble y bien estructurado, sino en la seguridad de la puesta en escena con unos políticos cómplices y preparados como buenos actores a hacer aquello que se les pide. Incluso en los detalles más enigmáticos, como el de la “famosa” caja que acompaña siempre al Rey, denota un humor fino y al mismo tiempo descarado. Igualmente en el momento en el que José Luis Garci participa como falso figurante en el fin del asalto al Congreso de los Diputados, a la manera de Alfred Hitchcock.
Évole ha conseguido un hito en la historia de la televisión. Comparable a la emisión por radio de La guerra de los mundos en 1938, este pequeño gran hombre ha logrado cautivarnos una vez más con su perspicacia y no dudo ni un instante que esta emisión logrará sonados y merecidos premios en los próximos meses. Más de cinco millones de personas vieron el programa y hay opiniones para todos los gustos. Unos lo alaban y otros lo critican pero pienso que quedará como un icono que no pasará desapercibido. Ya las redes sociales echaron humo esa noche con miles de dictámenes y juicios que ponían en entredicho la teatralidad de los hechos o vanagloriaban el montaje.
Después de reconocer la gran mentira, Évole advierte que nos pueden manipular como quieran y que permanezcamos con los ojos bien abiertos. “Seguramente otras veces les han mentido y nadie se lo ha dicho”, sentencia. Ese es, en definitiva, el mensaje que tiene que quedar en nuestras mentes y el gran objetivo de su intenso y profundo trabajo.
Gracias, Jordi y muchas felicidades.
