‘Un apretón de manos frente a la confrontación’, por Josep Asensio

“Precisamente, si algo pone de relieve esa tensión institucional, es hasta qué punto nuestro sistema anda lejos de ser un modelo federal (…). La ausencia de dispositivos, instancias y voluntad federal ha propiciado que en las comunidades se desarrollasen algunas tendencias cuyo peligro hoy vislumbramos. La política del agravio comparativo ha sido una constante sobre la que se han asentado los poderes regionales, obteniendo de ella altos réditos electorales. Ese marco ha facilitado también la radicalización de los nacionalismos”.

Lluís Rabell

Los últimos meses han sido para olvidar. Y no solamente por la afectación del virus y sus trágicas consecuencias, sino porque han evidenciado una fractura política irreconciliable, con una oposición que ha traspasado todos los límites y que no cesará en su empeño de hacer caer a un gobierno legítimo que, a mi entender, ha estado titubeante, pero acertado, gracias a la figura de Salvador Illa y de Fernando Simón. La derecha española, pero también los independentistas catalanes, han mostrado una falta de empatía indigna para esos momentos cruciales, donde deberían haber arrimado el hombro, no ya para apoyar a un gobierno, sino para estar al lado de la sociedad en su conjunto. Parece que eso lo entendió bien Bildu y nada ni PP ni Vox, que cada vez más se acercan a un agujero negro que les impide cualquier razonamiento. Ciudadanos y ERC han ido dando bandazos, dando la mano y apartándola cuando más falta hacía, reiterando su ambigüedad, a caballo entre el quiero y no puedo, entre el sí y el no y el todo lo contrario.

Me produce una profunda pena y hastío que, después de los miles de fallecidos e infectados, después de esos muertos anónimos, después del sufrimiento en hospitales, en residencias, en domicilios particulares, después de la angustia generalizada, de las colas del hambre, del miedo a perder el trabajo, queden en la mente de los españoles los exabruptos de diputados llamando terrorista a Pablo Iglesias o las caceroladas de quien no tienen nada que perder.

Cierta prensa y determinados presentadores y tertulianos, apoyados por sus directivos de cadenas radiofónicas y televisivas aplauden desde hace lustros esas formas que minan la convivencia entre españoles. No son banalidades; son actos perfectamente urdidos para crear una polémica con una finalidad concreta: hacer daño. Un daño que se infringe a la sociedad española en su conjunto, porque aun queriendo que damnifique a una parte (catalanes, vascos…) acaba perjudicando a todos. Ese sectarismo se enquista poco a poco y da como resultado una permanente situación de crispación que, como si de un laberinto sin salida se tratara, queda atrapada para siempre.

Por eso es tan importante destacar que en este país complejo y plural que es España, también haya gente y entidades que trabajen por la reconciliación. Frente a los que utilizan un lenguaje joseantoniano y frente a los que denigran el espíritu de la transición, surgen brotes que se sitúan, no en el centro, sino al margen de radicalismos que no llevan a ninguna parte. Uno de esos brotes es el Instituto Cervantes.

La labor del Instituto Cervantes por todo el mundo es importantísima. Su objetivo, según reza en su página web es “promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del español y contribuir a la difusión de las culturas hispánicas en el exterior”. Creado en 1991, posee 86 sedes repartidas por todo el mundo y oferta cursos de español, apoya el trabajo de hispanistas, realiza actividades de difusión cultural en colaboración con organismos de los países anfitriones, gestiona la mayor red de bibliotecas españolas en el mundo y publica numerosos recursos digitales que pone al servicio de quien quiera utilizarlos. Desde hace unos años también oferta cursos de catalán, gallego y euskera en las sedes donde hay demanda, abriendo por fin esa puerta de la España plural de la que tanto se ha hablado pero que nadie sabe cómo edificar.

La noticia más importante se produjo el pasado 25 de mayo. El Instituto Cervantes, el Institut Ramon Llull, el Consello da Cultura Galega y el Etxepare Euskal Institutua firmaron el primer acuerdo de colaboración entre las cuatro lenguas, con el consenso de la defensa de la diversidad cultural y lingüística de España. Un apretón de manos que da un paso más en esa idea federal de España, en esa idea de aportación al entendimiento, rechazando la uniformidad, la intolerancia, el fanatismo y la exclusión. De hecho, la propia Constitución Española contiene elementos federalistas y de contribución, pero las cuestiones políticas han desembocado siempre en una desconfianza dañina.

Por eso tiene tanta trascendencia este acuerdo. No solamente porque significará colaborar en la traducción de libros, en la intensificación de cursos de las lenguas de España y en la participación en ferias internacionales de la mano y donde el catalán, el gallego y el euskera se sentarán en la misma mesa que el español. El convenio firmado por cuatro años (en los cuatro idiomas, lo que le confiere un simbolismo muy valioso) y que se espera y se desea que sea para siempre, supone de facto el reconocimiento de la España multicultural y plurilingüe, un espaldarazo a las lenguas como “sistemas de comunicación que tienen que tender puentes para el diálogo entre los pueblos, formas complementarias, y nunca excluyentes, de contar el mundo, de verlo”, en palabras de la presidenta del Consello da Cultura Galega, Rosario Álvarez Blanco. No menos significativas las de la directora del Institut Ramon Llull, Iolanda Batallé:

“Somos compañeros de camino, juntos llegamos más lejos y caminar por el mundo en solitario no tiene sentido” y que “el respeto a la diferencia debe implicar que las lenguas no solo dialoguen, sino que se quieran”.

Lejos, muy lejos del supremacismo de la ANC y del colectivo Koiné, que exige la desaparición del castellano en Cataluña. Y lejísimos también de las abominables palabras de la consellera de cultura de la Generalitat sintiendo verdadero asco por la lengua española. Unas palabras, las del respeto, muy necesarias en estos momentos donde los extremos van ganando terreno en una sociedad que no sabe o no quiere despojarse de esa maleta llena de odio, de prejuicios y de suspicacias que la hieren de muerte.

Frente al fanatismo y a la intransigencia de unos y de otros, hay que ir construyendo espacios de armonía. El Instituto Cervantes hace décadas que lo entendió. Ahora, ese acuerdo firmado constata una realidad que muchos quieren ignorar pero que también hace décadas se plasma en el Congreso de los Diputados. La prensa ha obviado, no sé si deliberadamente, la noticia. Yo quiero pensar que se están dando pasos para que las lenguas de España tengan el reconocimiento que les otorga la Constitución, un paso que supone también un respaldo a la convivencia. En este sentido va la propuesta de “La Ley de Lenguas Oficiales y Derechos Lingüísticos”, que “tiene como objetivo una reforma lingüística en España y supone un cambio de paradigma en cuanto a que pasa de considerar a las lenguas como el objeto de regulación a la regulación de los derechos lingüísticos de los ciudadanos y ciudadanas”, en palabras de su impulsora, la sabadellense Mercè Vilarrubias. Quizás deberíamos escuchar menos a políticos desquiciados por las ansias de revanchismo y de poder y mucho más a personas que buscan salidas creíbles a esta maraña que nos perjudica a todos.

Foto portada: primer acuerdo de colaboración entre el Instituto Cervantes y los organismos que promocionan las lenguas catalana, gallega y vasca.

Comments are closed.