Foto portada: el ministro de Consumo, Alberto Garzón.

‘Menos carne y más Garzón’, por Josep Asensio

Vaya, vaya. Resulta que un cargo público, un ministro en este caso, se atreve a decir lo mismo que organismos internacionales, agencias de salud y especialistas médicos y se lo comen a la parrilla; aunque, primero, lo humillan, lo destripan y pasean su cuerpo por las calles, recriminándole que haya osado manifestar lo que ya todos sabemos; no hace falta que nos lo diga un ministro. Y ahí ha estado la derecha y la industria cárnica (la que nos quiere matar poco a poco) para salvaguardar el honor patrio, la grandeza de nuestro chuletón, con Pedro Sánchez como aliado momentáneo, aunque haya firmado acuerdos en el sentido del ministro Garzón (el plan estratégico del gobierno “España 2050” señala que “numerosos estudios muestran que el consumo de carne en la población española es entre dos y cinco veces superior a la dosis aconsejada”). Donde se ponga un buen chuletón que se quiten los garbanzos y si puede ser con una o dos copas de vino, todavía mejor. Así de chulos somos nosotros…

Miren ustedes. Acabo de leer que el consumo de alcohol causó más de 740.000 casos de cáncer en todo el mundo en 2020, según datos de la OMS. Que el alcohol se asocia al cáncer, es una evidencia desde hace años, así como la carne roja, incluido el jamón. El aumento de los cánceres de colon va asociado al consumo de este tipo de carne; es un dato ya contrastado y aceptado. La comunidad médica lo advierte a los ciudadanos y somos libres de elegir el envenenamiento silencioso o de cambiar nuestros hábitos alimenticios. Claro que aquí y en todo el mundo prima el capitalismo salvaje, ese monstruo que, cuando alguien pretende advertirnos de que es perjudicial para nuestra salud, sale en tromba de su guarida para recordarnos que si no nos inflamos a porquerías están en juego miles de trabajos. Y si no hay trabajo, no comemos. Una espiral, una rueda que gira y gira siempre en el mismo sentido y que, de vez en cuando, alguien de buena fe intenta, no ya pararla, sino que los que la hacemos girar, reduzcamos su velocidad y nos pongamos a pensar en las consecuencias de esa locura.

Está claro que Alberto Garzón no dijo que tuviéramos que dejar de comer carne. La manipulación está a la orden del día y, claro está, cuando habla un ministro ‘comunista’ hay que saltar sobre él como un ave carroñera. Y lo vimos cuando intentó meter mano al tema de las casas de apuestas, un sector que ha aumentado impunemente sus locales y sus beneficios en barrios duramente castigados por la crisis, instando también a suprimir la publicidad de estas empresas en el fútbol. Una guerra que todavía no se ha ganado. Ya lo sabemos todos que en la disyuntiva ‘comunismo o libertad’ gana la libertad. Y eso da votos; también idiotas e idiotizados.

Interesa a esa industria que se salta todas las normas (también la hay que piensa en la salud de los consumidores), la que intenta escabullirse de las inspecciones para inyectar antibióticos a los animales hacinados en naves industriales, la que contamina impunemente los acuíferos, la que construye macrogranjas y desecha los purines fuera de los tratamientos adecuados, provocando que los nitratos, las principales sales contenidas en los purines, se vayan filtrando y terminen contaminando acuíferos y aguas superficiales, esa industria, es la que condiciona todo lo demás.

Y es la que sale en defensa del consumo de carne, tapando sus malas prácticas, evitando hablar de su mala fe hacia los ciudadanos, hacia los consumidores, hacia los ganaderos que intentan conservar sus modos de vida, exterminados por grandes explotaciones donde los lobbies son los dueños de todo.

“Año tras año vemos extinguirse la imagen tradicional del ganadero propietario de 70 u 80 cerdos, cuyos estiércoles iban destinados a abonar sus tierras, para el cual los desechos o basuras del ganado no constituían un problema, sino todo lo contrario, un beneficio –de hecho, así llaman al estiércol en algunas zonas de la Península– valiosísimo para mantener o aumentar la fertilidad del terreno. Al tiempo, se imponen grandes explotaciones de cientos o miles de cerdos, criados con sistemas intensivos. Las nuevas instalaciones pueden ser propiedad de los mataderos y fabricantes de piensos –auténticos lobbies del sector– o alquiladas. Pero quizá la fórmula más extendida sea el sistema de integración: el ganadero aporta la granja, el agua, la mano de obra y la gestión de residuos, mientras que los propietarios de los animales –frecuentemente los mismos fabricantes de piensos– se encargan del transporte, les proporcionan la alimentación y los vacunan”, señala Ecologistas en Acción.

Muy interesante a este respecto el artículo De Yecla a Bernardos: el clamor contra las macrogranjas se agudiza ante el aumento de licencias.

Yo quiero ir más allá, porque el problema no es si debemos comer menos carne porque eso supone un doble riesgo sanitario y ecológico. Lo que de verdad está en juego es nuestra supervivencia en este planeta. La evidencia del cambio climático es un hecho irrefutable que va a conllevar mucho sufrimiento. El ministro Garzón se alinea con las tesis que intentan romper con esa línea de un capitalismo carpe diem, de unos poderosos insolidarios que creen que van a poder salvarse en sus búnkeres de oro. En definitiva, pretenden convencernos de que no hay escapatoria posible y que, por lo tanto, que hay que disfrutar de la vida que nos queda aquí comiendo como lobos hambrientos, aunque eso suponga esa muerte lenta de la que somos completamente ignorantes. Pues no, yo estoy con Garzón, porque un representante de los ciudadanos tiene que estar para mejorar en lo posible la vida de sus semejantes, no para alardear de nuestros productos a sabiendas de que nos envenenan.

Hace unos años, un amigo mío propietario de una pequeña granja de cabras me dijo que nunca consumiera productos lácticos de una conocida marca de quesos porque, si bien la mayoría de las empresas se llevaban la leche de sus cabras recién ordeñada, en cubetas perfectamente higienizadas, esa gran empresa lo aprovechaba todo, incluso la leche de tres días antes. Se supone que luego la transformaban para que pasara todos los controles de calidad. Aquí un ejemplo de que estamos en manos de auténticos locos.

Así pues, siempre he considerado al consumidor como un ser libre. En este contexto es difícil zafarse de los muros que la industria nos impone, de esa cárcel donde el supermercado está deliberadamente construido para que consumamos unos productos determinados. Pero nuestra valentía y nuestra libertad son más fuertes. Cada uno de nosotros es libre de meterse en el cuerpo lo que quiera. Garzón ha manifestado lo que la mayoría de los expertos dicen. Somos libres para hacerle caso. Yo sí que pienso hacerlo.

Foto portada: el ministro de Consumo, Alberto Garzón.

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