ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, presidente de la FAV Sabadell.
El botellón, como reunión de jóvenes entre 12 y 30 años en espacios abiertos para consumir bebidas alcohólicas adquiridas previamente, escuchar música y hablar, no es algo nuevo, es una práctica instalada en España desde los 90, si bien la pandemia ha sido el detonante para su incremento exponencial.
El porqué de los botellones no puede ser explicado desde el populismo ramplón cargando exclusivamente la culpa a los jóvenes y proponiendo policía y multas. Los pocos y parciales estudios al respeto, apuntan a que lo que mueve a los jóvenes son motivos lúdicos y relacionados con la presión social: divertirse, desconectar, conocer gente, desinhibirse, relacionarse, no quedarse solo, gastar menos dinero, seguir la moda,…..También factores sociológicos, ambientales y sociales como la clase social, el clima, la permisividad respecto al alcohol, la sociabilidad de la juventud española, mucho más abierta que en países del centro o norte de Europa y como instrumento para construir el “nosotros” compartido que, dentro de la juventud, adquiere una especial importancia, es decir, que no es simplemente juntarse para beber.
Aunque hipócritamente se estigmatice de botellón, de hecho, lo que menos importa (cuando debería importar mucho) es el consumo de alcohol en aumento por los jóvenes que han asumido la creencia de que para pasarlo bien hay que consumirlo y lo que importa es el conflicto que surge por las quejas vecinales relacionadas con el ruido y la suciedad, que lógicamente, no puede permitirse.
Dicho lo anterior y teniendo en cuenta que la convivencia entre ocio y el descanso en un municipio es un tema delicado y difícil de manejar, conviene recordar que ni todo el ruido, ni las suciedades, ni el vandalismo,son consecuencias exclusivas del botellón. Decir eso sería tanto como afirmar que si no existiese viviríamos en un municipio cohesionado, ordenado, limpio y sin problemas de convivencia y de injustica social (sin bolsas de basura fuera de los contendores y rotas, sin cacas de las mascotas por las calles, sin quema de contenedores ni daños al mobiliario urbano, sin bolsas de pobreza y marginación, etc.). Y eso no es cierto. La realidad es mucho más compleja como para buscar chivos expiatorios de los males sociales.
Con semejante escenario, más allá de la pandemia y molestias para el orden público, es evidente que en la sociedad existe un problema estructural de inequidad que afecta a los sectores más desfavorecidos y entre ellos, los jóvenes. De hecho, el aforismo “el futuro que me interesa son los próximos cinco minutos” (J.G. Ballard) puede sintetizar la impotencia y el escepticismo de los jóvenes con el devenir de su propia vida ante la falta de futuro y la sensación que el mundo se diluye y, en tales condiciones, ¿qué les queda? ¿organizarse y luchar por un futuro más gratificante? ¿abrazar alternativas más que sospechosas que les prometen humo? Y no olvidemos que, cuando un problema afecta a cientos de miles de personas se convierte en un problema social y en tales condiciones, no cabe culpabilizar a las víctimas sin más. A poco que seamos objetivos, la gran pregunta debe ser hacia dónde nos está conduciendo el modelo de sociedad por el que transitamos a pasos agigantados.
Ni botellón, ni incivismo, ni vandalismo tienen fácil solución, y quien diga lo contrario miente, porque, más que de leyes y ordenanzas, depende en parte de la actitud de la ciudanía ligada con el modelo cultural y los valores que hemos interiorizado en nuestro proceso de socialización que nos induce al consumismo, la insolidaridad y el individualismo y cambiar esos parámetros (si es que existiese voluntad política para ello), ni es fácil, ni es para mañana.
Mientras tanto, el ayuntamiento, dentro de sus competencias, y siendo consciente que no existen fórmulas mágicas, deben poner en marcha campañas pedagógicas consensuadas con los barrios y hacer cumplir las ordenanzas municipales, sin olvidar que no pueden prohibir el consumo de alcohol en la vía pública y que los tribunales han desestimado el toque de queda, lo cual no es impedimento para hacer propuestas de sentido común: detectar los puntos de botellón; reforzar la limpieza de esos lugares; planificar entre policía local y mossos patrullas móviles por esos lugares concretos sin necesidad de requerimientos; dar puntual información de lo actuado a las asociación de vecinos del barrio; repensar y proponer formas de ocio alternativas (urge implementar el Plan de ocio nocturno elaborado por el ayuntamiento) y todo lo necesario para atenuar el conflicto, sin olvidar que el problema de fondo, al ser global y estructural, requiere ser abordado desde instancias supramunicipales y que seguirá existiendo y generando este tipo de situaciones hasta que no se den respuestas a las causas sociales que lo generan.