Alberto Rodríguez

‘Nunca sentaré a mi mesa a Alfonso Ussía, Alberto’, por Josep Asensio

La justicia es como las serpientes, solo muerde a los descalzos.
Óscar Arnulfo Romero, sacerdote católico

Estimado Alberto.

No puedo más que mostrar mi profunda admiración por tu persona, por tu elegancia ante un tribunal que ya tiene claro lo que va a dictar porque delante tiene a un elemento discordante, a un especimen que se atrevió a aparecer con rastas el primer día de la legislatura, el 13 de enero de 2016. ¿Te acuerdas de los comentarios de la diputada del PP, Celia Villalobos, afirmando que no le importaba tu peinado siempre y cuando lo llevaras limpio para que no le pegaras ningún piojo? ¿Y los de la periodista Pilar Cernuda asegurando que venían “malos olores” de la bancada de Podemos? Madre mía, Alberto, lo que hay que aguantar. Si te digo la verdad, a mí también me sorprendió tu aspecto, pero positivamente. Pensé inmediatamente que ya era hora de que hubiera “gente normal” en el Congreso de los Diputados, que no tuviera que disfrazarse con americana y corbata porque es lo que mandan los cánones del protocolo de una institución demasiado anclada en el pasado.

¡Cuántos socialistas han tenido que ponerse esa corbata que nunca llevaron en sus pueblos de origen porque los asesores de imagen o los mandamases del partido lo obligaban!

Así que, al verte, con esa imponente figura, con esa altura sobresaliente y con esas rastas tan características, me interesé por tu quehacer diario, siguiendo, siempre que mi trabajo me lo permitía, tu actividad como diputado. Confieso que, en 2019, tuve la misma sensación de asombro con el diputado burgalés Agustín Javier Zamarrón, de evidente aspecto valleinclanesco, reflexionando otra vez sobre la importancia de ser uno mismo.

No te imaginas lo que me duele tu condena. Y nos debe de importar a todos los que, a pesar de esos golpes, a pesar de las puñaladas de una caverna mediática que añora tiempos pasados, seguimos creyendo en la democracia, en seguir trabajando por un mundo mejor, en manifestarnos cuando haga falta, en denunciar todo aquello que entorpece el libre pensamiento. Es evidente, Alberto, que no diste una patada a ningún policía. No hay imágenes, llegaste a la concentración cuando ya estaba acabando y qué casualidad, el policía se acuerda de todo siete años después de aquellas concentraciones en Tenerife, justo cuando obtienes tu acta de diputado por Podemos. Está claro también que esto es una persecución en toda regla. Hay un interés por desprestigiar a ciertos sectores que plantean cambios estructurales en nuestra sociedad. Lo más doloroso es que el PSOE recibe tantas y tantas presiones que es incapaz de abordar esas transformaciones y, consecuentemente, tenemos un Tribunal Supremo que donde ve rastas ve piojos y donde hay piojos solo vale el insecticida, ya me entiendes.

Alberto, qué te voy a contar que tú no sepas ya. Estamos rodeados de energúmenos con chaqueta, de ladrones elegantemente vestidos, disfrazados de cultura, de premios rimbombantes. Unos se llaman Vargas Llosa y tienen la desfachatez de decirnos si votamos bien o mal; otros se llaman Casado y consideran la Hispanidad “el acontecimiento más importante de la Historia tras la romanización”. No veas, qué nivel. Otros se llaman Puigdemont y se autodefinen como exiliados, sin importarles el dolor de los millones de españoles que huyeron de la dictadura, de una muerte segura; y qué decir de Ana Rosa Quintana, contratando a Villarejo para que chantajease a un abogado con un vídeo sexual y dejase de meterse en sus sucios negocios. ¿Y qué me dices de Abascal cachondeándose de todo y de todos, de todas, intentando acabar de un plumazo con todo lo que hemos conseguido en estos últimos cuarenta años, partiéndose el pecho con la agenda 2030, que no es más que una apuesta por el humanismo aplicado a todos los ámbitos? Ningún colectivo queda a salvo de estos patriotas de pulserita. Y no puedo obviar al rey emérito en todo este asunto. Otra vez tu elegancia en las respuestas te honra: “el derecho de manifestación cada vez más pequeñito y el descrédito de la justicia española cada vez mayor. Supongo que, si hubiera robado 5 millones, ahora estaría absuelto”. Más claro no puedes ser. Te felicito.

Ya te digo, Alberto. Estamos cercados por unos monstruos que desean el mal a toda costa. Y esta vez te ha tocado a ti. El testimonio de un policía es más importante que cualquier otra cosa. Un retroceso inexplicable en la sociedad de nuestro tiempo y que, como ya se ha dicho, sienta jurisprudencia. Cualquier juez, ante la palabra de un miembro de las fuerzas del orden, puede enviarte a la cárcel y privarte de tu libertad. En definitiva, todo este asunto tiene una importancia que va más allá de tu condena e inhabilitación. Es un ataque a la gente; es un aviso a navegantes, con la clara intención de meter miedo, de impedir que la ciudadanía se manifieste pacíficamente para reclamar lo que crea necesario. En la línea de la libertad de Ayuso: a los bares y a callar.

El último en vomitar su odio hacia ti ha sido Alfonso Ussía. Me guardo mis apreciaciones sobre este señor, que no me merece ningún respeto. Básicamente porque intentando ser gracioso, ha mostrado su cara más desagradable y su animadversión hacia los que no siguen la línea establecida. El individuo en cuestión ha afirmado lo siguiente:

“Al fin y al cabo, darle unas cuantas patadas a un agente del Orden Público, que en Francia está penado con más de tres años de cárcel, en España es una simple travesura”.

Pues no, señor (por llamarle de alguna manera) Ussía. Ni Alberto Rodríguez dio “unas cuantas patadas a un agente” ni “en Francia está penada con más de tres años de cárcel” esa acción que usted se inventa. Ya ves, Alberto, a cualquier cosa se le llama “periodista”. Claro que si miras su árbol genealógico (es sobrino del teniente general Jaime Milans del Bosch) y sus grandilocuentes y huecas distinciones, lo entenderás todo. Te confieso que un personaje así nunca se sentará a mi lado. En cambio, tú, Alberto, merecerás mi respeto y mi admiración por siempre, porque tu lucha, tu trabajo, es el de esa mayoría que anhela un mundo mejor, que quiere romper con los privilegios de una casta que nunca creyó en la democracia. Y si alguna vez es posible, compartiremos esa mesa en la que nunca estarán los que te denigran por tu aspecto, por tus ideales, por tus verdades. Nos tendrán delante, Alberto. No te quepa la menor duda.

Foto portada: Alberto Rodríguez.

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