Una sandía mediana, 12 euros, las cerezas a diez euros el kilo, los albaricoques a cinco, los nísperos a casi siete, las patatas a un euro cincuenta, los higos también a diez… Y así una larga lista de productos que no bajan de los tres euros, esa fruta de temporada que los expertos nos animan a comprar y que cada vez está menos accesible para un consumidor que ha visto desde hace unos cuatro meses retroceder su nivel adquisitivo de forma alarmante.
Me dedico a recorrer las diferentes fruterías que hay diseminadas por Sabadell, muchas de ellas regentadas por la comunidad china y observo cómo la gente empieza a comprar por unidades. Un limón, dos albaricoques, dos manzanas y una berenjena. Me fijo en la gente mayor que deambula por la avenida Matadepera arriba y abajo buscando el precio más barato. Y cada vez más se amontonan esas bandejas con el producto a punto de pudrirse, pero apto para el consumo inmediato. Antes permanecían unas horas allí expuestas; ahora hay gente esperando a que el dueño del local las saque del interior.
Y entro en un supermercado y oigo a la responsable hablando por teléfono, nerviosa, diciéndole a su jefe superior que no traiga más fruta y verdura, que no se vende la que tiene en los expositores, que, aunque baje el precio, sigue siendo cara, muy cara. Y más gente que entra, mira las cajas llenas de fruta y vuelve a salir con cara de resignación. ¡Hasta la sandía está intocable! Por la calle, la gente se ayuda mutuamente compartiendo el lugar donde se ha puesto de oferta (una muy buena oferta) el albaricoque. Supongo que los más modernos, lo hacen a través de WhatsApp o con una llamada rápida para que no llegar tarde.
Los comentarios son generalizados. Unos echan la culpa al gobierno, otros al aumento del precio de la gasolina. La mayoría cree que deberíamos consumir productos de proximidad, que sería más barato, evidentemente, pero alguien señala las manzanas de Girona a dos euros y yogures fabricados también en Girona más caros que los que vienen de empresas situadas a más de 1.000 kilómetros. ¡Eso del producto de proximidad es mentira! ¡Vayan al Mercat Central y verán como el payés de Corbera de Llobregat vende sus productos a casi el doble que en un supermercado! ¡Y eso que está aquí al lado! Y lo compruebo unos días después. Efectivamente, tiene razón.
Y me fijo también en el sufrido tendero ajustando al máximo los precios de sus productos, intentando sortear esa tormenta perfecta que va directa a embestir a su negocio, una vez más. Y bajándolos unos céntimos más que el frutero que le hace la competencia en esa calle, en ese barrio, buscando alguna oferta que pueda atraer a público hacia su establecimiento. Pero todo, absolutamente todo, está carísimo. De pronto, encuentro sandía a 99 céntimos el kilo. Viene de Marruecos. No entiendo nada. La de Murcia o Almería está a casi tres. ¿Quién entendería que fuera más cara la que viene de más lejos? Hablo con algunos de mis amigos agricultores que cosechan sandías en el sur de España. La explicación es sencilla. La sandía marroquí no pasa los controles sanitarios y se cría con todo tipo de insecticidas, muchos de ellos prohibidos en la Unión Europea. Mientras, en España, se obliga a los agricultores a utilizar productos menos agresivos y, en la mayoría de los casos, se introducen insectos en las plantaciones para que se coman a otros insectos que dañan las cosechas. El impacto de herbicidas o insecticidas es mínimo. Hay más. La mayoría de las empresas que trabajan en Marruecos pertenecen a empresarios españoles que, por una parte, pagan salarios que rondan los doscientos euros mensuales y, por otra, como he dicho, se libran de los controles fitosanitarios. Un empresario español, sin escrúpulos al que le importa un rábano (por no decir otra cosa) la salud de sus conciudadanos. Mientras la extrema derecha ataca a la comunidad musulmana, básicamente marroquí, calla sobre este hecho, incapaz de denunciar públicamente a estos empresarios que solo buscan el beneficio económico por encima de cualquier otra cosa.
Y vuelvo a preguntar a esos agricultores a qué precio está la sandía en origen y me responde que a unos 30 céntimos, que ya ni la recogen, que no sale a cuenta y que si voy pronto de vacaciones podré coger las que quiera. Sonrío, aunque no sé si reír o llorar. Antes de despedirme me dice que el cambio de estrategia del gobierno con respecto al Sahara occidental tiene mucho que ver con esto. En definitiva, la política es un gran intercambio de cromos. Marruecos nos deja pescar en los caladeros de sus costas a cambio de que España haga la vista gorda con sus tomates, judías y sandías contaminados con compuestos químicos no permitidos en nuestras fronteras. Ellos facilitan los trámites para la instalación de empresas españolas a cambio de la salida de los productos. España, por otra parte, pide el control de la inmigración ilegal. Marruecos, por su parte, que dejemos de pedir la autodeterminación del Sahara. Un toma y daca que favorece, aparentemente a los dos países. No sé qué creerme ya.
Vuelvo a la calle. Empiezo a escuchar por primera vez que la culpa del aumento de los precios la tiene la guerra de Ucrania. Un viandante explica que tiene unos amigos viviendo en Rusia y que allí no les ha llegado la crisis, que Europa se ha embarcado en un conflicto que no le atañe y estamos pagando las consecuencias con la subida de precios y con una inflación desbocada. Que se trataba de hacer daño a la economía rusa y que está ocurriendo justo lo contrario. Saca su móvil y lee el titular de una noticia Los ingresos de Rusia por gas y petróleo aumentan desde el inicio de la guerra. Se recrea en el subtítulo, “Moscú recauda 93.000 millones de euros a pesar de las sanciones, más de lo que se ha gastado en la invasión, según un informe”. Insiste en que es Estados Unidos el que ha “invadido” Europa porque le interesa que deje de comprar el gas ruso para que pase a hacerlo con el norteamericano, que es tres veces más caro y con el claro objetivo siniestro de empobrecerla, de empobrecernos. Manifiesta que hasta el Papa cree que esta guerra es “provocada o no evitada“. Y vuelvo a casa con mi cabeza dando vueltas, inmerso en contradicciones, en datos, en cifras y en bulos, todo como si estuviera en una olla a presión a punto de estallar, dándome cuenta de que el aumento del salario mínimo, los veinte céntimos de rebaja de la gasolina y todo lo que se ha hecho para revalorizar los salarios de los trabajadores, se ha ido al garete. Y me estrujo el cerebro para identificar a los culpables. ¿Qué tendrá que ver el precio de la sandía con la guerra de Ucrania? Quizás más de lo que nos imaginamos.
Foto portada: sandías en un establecimiento de Sabadell. Autor: J.A.