Manuel Navas. Autor: David B.

‘La extrema derecha y el fascismo’, por Manuel Navas

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas. Sociólogo

El aumento de la extrema derecha por doquier es una constante. Una tendencia que atenta contra la pluralidad de las sociedades democráticas por las consecuencias directas y colaterales que el fenómeno conlleva. Si más allá de formalidades, entendemos que la democracia es válida en tanto que realiza el ideal democrático: la libertad (pluralidad ideológica, política y cultural,……), la igualdad (equidad social, no discriminación por razón de género,…..) y la fraternidad (cohesión social,…….), cuando, por activa o por pasiva, en nombre del pueblo, asume postulados racistas, esencialistas, xenófobos, machistas,…., entra en una deriva de consecuencias previsibles en orden al recorte de libertades degradando su validez como sistema político democrático.

Nadie puede negar que existe el peligro de la extrema derecha aquí, allí y más allá, pero no es identificable con el fascismo (que en esencia niega la soberanía popular mientras que la ultraderecha la utiliza para recortar, reprimir y oprimir), aunque por pedagogía se utilice el término “antifascistas” para referirse a ella. No son antagónicos, pero tampoco sinónimos. Hoy, el peligro no es el retorno del fascismo (imposible contextualmente: el fascismo llegó a Italia en un escenario de posguerra y una reacción nacionalista contra las luchas obreras y la reacción nacionalista del nazismo encontró en Alemania caldo de cultivo con la crisis económica y desengaño hacia los partidos tradicionales), la verdadera amenaza es no tener presente los peligros que la democracia puede generar por sí misma, cuando sectores de votantes seducidos/as(entre ellosjóvenes, marginados/as; trabajadores/as;….) eligen democráticamente a líderes nacionalistas, racistas, ……., que defienden esos postulados.

Y no es casual. Los datos económicos (el desfalco del Estado de Bienestar, los oligopolios eléctricos,……..), los políticos (el desprestigio de la clase política, las puertas giratorias, la corrupción,…….) y la emigración (“los otros” versus “los nuestros” como amenaza a lo “autóctono y verdadero”), aportan claves para entender el auge de la ultraderecha. La recesión del 2008 y las políticas de austeridad que devoraron salarios, pensiones, sanidad y educación; los desahucios de cientos de miles de familias; las evasiones fiscales de las grandes fortunas, los rescates bancarios con dinero público, el desastre planetario, etc. llenaron las calles de indignación (15M); de mareas de todos los colores; de PAH;
de huelgas feministas, de rodeo al Parlament de Catalunya……. El #nonosrepresentan; #democraciarealya; sinbanderas; etc. se convirtieron en gritos de guerra y de esperanza para acabar con la injusticia establecida institucionalmente.

Aunque el futuro está por escribir, el resultado más inmediato es conocido. Y llegó la crisis del 2011 haciendo más ricos a los ricos y la pandemia que acabó por arruinar a amplísimos sectores de las clases trabajadoras, pequeñas empresas, autónomos, comercios de barrio, etc. y una guerra y la inflación y llegarán otras cosas, y todo, invariablemente, con un resultado común: incrementar las desigualdades.

Una sociedad fragmentada socialmente, tensionada políticamente e ideológicamente adormecida, con el futuro de generaciones tirado por la cloaca, con un modelo social que ha hundido a buena parte de la ciudadanía a una precariedad asfixiante, con un poder económico dirigiendo nuestras vidas con la complicidad/impotencia/tibieza de los partidos de izquierdas que, en el mejor de los casos, se han limitado a poner parches a la dramática situación, se
ha convertido en la tormenta perfecta para el ascenso de la ultraderecha y nacionalismos que se han apropiado de
banderas históricas de la izquierda: rebeldía, transgresión, rechazo de las élites y el establishment, conectando con
amplios segmentos de la población que se consideran los perdedores del sistema, arrogándose portavoces de su
rabia, pero sin alternativas porque han estado, están y estarán al servicio del sistema.

Para algo tan complejo no existen recetas cortoplacistas ni mágicas (como no las hubo contra el fascismo o el nazismo). Cabe apelar a la razón, la firmeza, al apostar decididamente por políticas sociales y devolver al pueblo la soberanía popular, siendo preciso superar el formalismo de “tolerancia cero en abstracto” contra las expresiones, propuestas y comportamientos xenófobos, racistas, etc. porque, quienes las difunden, tienen nombres y apellidos y pertenecen/simpatizan con formaciones nacionalistas diversas sean centralistas o periféricas ancladas en la defensa de un nacionalismo excluyente como nos informa la hemeroteca y nos lo recuerdan diariamente por las redes sociales donde aparecen por doquier discursos que rezuman odio y supremacismo para todos los gustos (ñordos, polacos, negratas, colonos, sudacas, maricones,……, son los más suaves), recurriendo al viejo discurso falangista que, por encima de clases sociales, nos une un supuesto destino en lo universal (la patria).

El “antifascismo” o condena sin exclusión a quienes, amparándose en esencialismos biológicos/genetistas envueltos en banderas (rojigualda, estelada, republicana,…), promueven el “nosotros/ellos” por razón de cultura, procedencia, sexo, etc., elementos que forman parte del ADN de la ultraderecha en todos los territorios y épocas, o no lo es. E insistir que ante el “fantasma” de la extrema derecha que recorre el mundo (en España agravado por los 40 años de franquismo), la respuesta es más democracia, más justicia social, más sostenibilidad y más cultura (libertad, igualdad y fraternidad).

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