Una de las ventajas de esto que escribo es que va a quedar aquí para siempre. No hará falta salvar un amarillento periódico escaneándolo para que no se pierda. Y me siento muy feliz de que así sea por el bien de todos en general, pero especialmente para desenmascarar a ciertos políticos que se mueven con sonrisas, con fotos y, especialmente, con la mentira. Al grano.
La rocambolesca (y desgraciada) historia de la Plaça de la Llibertat, en la Concòrdia, es digna de aparecer, qué sé yo, en un texto de las pruebas de acceso a la universidad. Merece un análisis exhaustivo de incompetencias varias, de falta de empatía y de sensibilidad, de descoordinación total y, si me lo permiten, de maldad. No es demasiado difícil trasladarse al principio de este asunto. Ampliada hace ya bastantes años al cortarse la calle Muntaner, se reurbanizó como consecuencia de la construcción del parking subterráneo. No quedó mal, puesto que, por aquel entonces, el ayuntamiento accedió a dotarla de espacios verdes encima, con árboles de poca raíz y unos parterres de césped que servían, desgraciadamente, como pipican.
En la plaza han convivido niños y niñas en las áreas de juegos con unas petancas situadas en uno de los extremos. Pero de la noche a la mañana, hará unos cuatro o cinco años, el concejal Xavi Guerrero propone que esos parterres que no molestaban a nadie se convirtieran en pistas de petanca. No sé exactamente si los usuarios de esa actividad lo pidieron o si fue la concejala de deportes, Marisol Martínez, la que lo pone encima de la mesa. El caso es que fue Guerrero el que asumió toda la responsabilidad. No obstante, no hubo ningún proceso participativo, no se preguntó a nadie y las ocho pistas de petanca empezaron a construirse. El primer despropósito fue no aprovechar esa circunstancia para impermeabilizar esa parte del parking, dado que el ayuntamiento era consciente de las filtraciones que se producían desde hacía años.
No voy a extenderme demasiado en la figura de Marta Morell, una de las concejalas que más tiene que ver en este disparate. Durante las obras de construcción de las pistas de petanca, y acuciada por ganar protagonismo a pocos meses de las elecciones municipales, aprovechó el barullo que se formó y la falta de experiencia de Guerrero para cargar contra ellas, rodeándose de familiares y algunos padres y madres de la escuela Font Rosella para prometer que, si salía elegida concejala, retiraría las ocho pistas de petanca. No es intrascendente recordar que Morell había accedido a la secretaría general de Podemos en Sabadell de manera (hay que llamarlo así) fraudulenta, lo que aprovechó para apartar a todos los contrarios y dejar de convocar asambleas ciudadanas, uno de los emblemas del partido morado.
Morell fue elegida concejala y como es bien sabido, no tardó demasiado en mostrar sus cartas. Marta Farrés no logró la ansiada mayoría absoluta y tuvo que apoyarse en Junts, pero también en la propia Morell que, tal y como hemos ido constatando, únicamente quería un buen sueldo y otro para su pareja lo que, desgraciadamente, ha conseguido.
No obstante, y aquí viene la barrabasada, Morell se pone en contra de su propio barrio, al proponer una remodelación de la Plaça de la Llibertat que no gusta a nadie y en la que destacan, entre otras, la destrucción de cuatro de las pistas de petanca y la adecuación de las viejas, así como la colocación de nuevos juegos infantiles y unas mesas de pícnic. Por suerte, con la inestimable contribución de la concejala Mar Molina, se consigue que se meta en el presupuesto el arreglo total de la junta de dilatación que era la causante de gran parte del agua de lluvia que entraba en el parking.
Mientras tanto, Morell es expulsada de Podemos, pero ella se siente cómoda en un lugar donde sabe que su voto es indispensable. La AAVV de la Concòrdia presenta un digno proyecto alternativo para la remodelación parcial de la plaza, pero Morell se siega a recibir a sus representantes y sigue con su proyecto adelante. La AAVV de la Concòrdia pide hablar con la alcaldesa, Marta Farrés, pero esta también desprecia a los vecinos que observan atónitos cómo se gasta un millón de euros un poco más arriba, en un camino escolar que podía haber esperado un poco más. Mientras, la Plaça de la Llibertat reclama una remodelación urgente, no tan solo por las filtraciones que aumentan en el subsuelo, sino porque esos parches que se están produciendo no consiguen dignificarla.
No sé si llamarlo malversación de fondos públicos o derroche. Las pistas de petanca, una vez construidas, no quedaban mal. Sus usuarios no necesitaban tantas, pero, a lo hecho, pecho. La destrucción de cuatro de ellas es, para Morell, una especie de lavado de conciencia, de cumplimiento a medias de su promesa, pero ha obligado a derruir un espacio al que nadie ponía pegas. Paradójicamente, las pistas de petanca viejas, donde podría haber ido la zona de parque infantil que se va a instalar en las pistas destruidas, se ha adecentado, con lo que sus beneficiarios han vuelto a abandonar las nuevas.
Mis lectores saben lo que pienso. Por mucho que digan que ha habido un “proceso participativo”, eso es una mentira como tantas y tantas que corren por las redes. La prueba es que los responsables nunca quisieron hablar con la AAVV, tirando hacia adelante un proyecto que no contaba con un consenso mayoritario. Ahora, los vecinos se dan cuenta del desaguisado y muestran su preocupación por unas mesas de pícnic que van a perjudicar su descanso en una zona donde ya es normal el botellón hasta altas horas de la noche, sin que la concejala del distrito, Marta Morell, ni la alcaldesa, Marta Farrés, tomen medidas.
Por sus actos las conoceréis. Tanta foto y tanta propaganda ponen al descubierto un estilo que creíamos eliminado. Pero no, ahí sigue, mostrándonos un quehacer diario alejado de la democracia en su definición más amplia. Si te pones de culo, te ignoran; si comes de la mano del amo, lo tienes todo. Hay quien dice que en Sabadell siempre ha sido así y eso ha creado una desafección hacia nuestros gobernantes que ha influido en el aumento de la abstención en sucesivas contiendas. En Sabadell, está claro. Parece que a ellos les da igual… ¿Y a nosotros?