ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
La motosierra es un instrumento cuya utilidad más conocida es la tala de árboles. Sin embargo, el cine la convirtió en un símbolo de brutalidad gracias a la película de terror gore La matanza de Texas y, recientemente, políticos de extrema derecha/fascistas la han adoptado como metáfora para su proyecto de finiquitar el Estado de bienestar y aquellas las medidas que favorezcan la justicia social, a la que consideran una aberración impuesta por los “zurdos”. Omitiendo a conciencia la mayor: que el Estado de bienestar fue un avance crucial de la humanidad forjado tras la IIGM para paliar las indecentes e intolerables desigualdades sociales y contener el ascenso del ideario marxista entre las clases trabajadoras.
Lo cierto es que el modelo, pese a sus evidentes lagunas, ha permitido con el tiempo un avance social significativo en Europa y otras partes del mundo, especialmente en aquellos países donde, gracias a la presión popular y al sentido común, se aplicaron con mayor intensidad las políticas sociales. Sin embargo, desde sus inicios tuvo en su contra el negacionismo que invariablemente ha abanderado la extrema derecha y que está calando cada vez más en los partidos conservadores de derecha tradicional.
En este escenario, la motosierra ha ido ganando adeptos, alimentando una corriente de opinión que, bajo una aparente postura antisistema, defiende un modelo de Estado reducido a su mínima expresión en lo social -que abandone su papel redistribuidor de la riqueza- y en lo democrático -fortaleciendo el aparato represivo para contener las previsibles revueltas derivadas de esta situación-. Un Estado, por supuesto, dirigido y controlado por quienes manejan la motosierra: el poder económico, político y cultural. En resumidas cuentas, un ataque en toda regla a la democracia y a los principios de equidad social y económica, fundamentales para garantizar una convivencia mínimamente justa y evitar el dominio de la ley de la selva, que, como siempre, favorece abrumadoramente a los poderosos, quienes concentran todos los recursos.
Frente a ellos, la inmensa mayoría de la ciudadanía solo podemos, en el mejor de los casos, vender nuestra fuerza de trabajo en el mercado laboral como moneda de cambio para obtener los medios necesarios para vivir. Un mercado donde la parte más débil estamos en clara desventaja, expuesta a abusos y sobreexplotación que solo la regulación mediante leyes y convenios puede mitigar.
En cualquier caso, la situación ha propiciado el nacimiento de la Secta de la Motosierra con una exclusiva élite política-económica-mediática capitaneada por el binomio Musk-Trump y rodeada de un séquito de bufones como Milei (el estafador de la criptomoneda y otras salvajadas sociales admirado por VOX y condecorado por el PP) y otros de triste figura que, a rebufo de la ola ultraderechista, aspiran a convertirse en socios de pleno derecho de la secta de la que ahora son meros alumnos en prácticas, como Abascal, sin olvidar a partidos de la derecha patria y periférica que no tienen claro el momento oportuno para subirse al carro, pero que se subirán.
En ese camino sin retorno hacia el pasado y más allá, los cabecillas de la secta de la motosierra no están solos. Como colaboradores necesarios del disparate, están los millones de votos que los han aupado provenientes de personas abducidas por un populismo sin más contenido que consignas vacías lanzadas desde las poderosas y omnipresentes redes sociales y amplificadas por un aparato mediático que controlan a su antojo.
La gran paradoja es que quienes han votado por el negacionismo y el desmantelamiento de la justicia social ignoran que están tirando piedras sobre su propio tejado, como si las consecuencias del desmantelamiento del Estado de Bienestar -recortes en sanidad, educación y servicios públicos, pensiones, desregularización del mercado laboral, entre otras- no les afectase. Más aún, en no pocos casos, lo celebran con una euforia que refleja la ingenuidad/necedad infinita de quienes más pronto que tarde serán los principales perjudicados por las políticas antisociales impulsadas por aquellos a quienes votaron. Cabe apelar que, a día de hoy, todavía podemos organizarnos, resistir y decidir el presente y futuro que queremos.
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