ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
Anda la casta enfrascada en inútiles acusaciones de sus interminables corrupciones (“y tú más”), mientras que, en el mundo terrenal, se están produciendo dos auténticas revoluciones, una de carácter nacional capitalizada por la burguesía catalana y otra de carácter social cuyo máximo exponente es Podemos. La primera responde a la inquebrantable voluntad de amplios sectores de un pueblo y viene avalada recientemente por extraordinarias movilizaciones. La segunda responde a un descontento creciente y generalizado por las corruptelas y tropelías de una casta política, económica y financiera que está arruinando nuestras vidas, y dejando el país devastado económica y moralmente. Ambas tienen en común ser el origen del futuro.
Sobre Catalunya, todo indica que la situación es irreversible: de seguir esta dinámica, más pronto que tarde será independiente. Es muy difícil que los cientos de miles de personas que reivindican el derecho a decidir, y buena parte de ellos la independencia, se contenten con menos, y más todavía que el PPSOE muestren algún grado de lucidez para presentar una hoja de ruta fiable, conversen en plano de igualdad y acaben entendiendo que buena parte de la solución del conflicto político pasa por el derecho a decidir.
Le corresponde al Gobierno central realizar propuestas aceptables y creíbles y, en ese estado de cosas, solo Podemos está en condiciones (y deseamos que pronto legitimado) para emprender un diálogo franco. No es un partido independentista pero de su posición, marcada por el eclecticismo medido que la prudencia aconseja, teniendo en cuenta su condición de partido emergente, se infiere que si bien apuestan por una Catalunya dentro del Estado, negociando el marco en el que las partes se encuentren cómodas, respetan el derecho a decidir. Eso es empezar con buen pie.
Objetivamente, las cosas pueden ir así, pero en las concreciones intervendrán otras variables que no pueden soslayarse. Así, en un hipotético escenario en el que Podemos gobernase y teniendo en cuenta que no es descartable que dispusiese de una implantación significativa en Catalunya y que los ejes vertebradores de su discurso pasan por recuperar la democracia secuestrada por la economía con alternativas de contenido social contrarias a las recetas neoliberales que vienen aplicándose en Madrid y Catalunya, tolerancia cero para la corrupción, denuncia de la casta (política, económica y financiera) que durante años se han beneficiado de las privatizaciones, recortes, etc., por coherencia a su programa y por respeto con quienes pretende representar (los de abajo) el diálogo con quienes representan la casta en Catalunya (que capitalizan políticamente el proceso soberanista) no será fácil porque se tratan de proyectos sociales divergentes: uno que en esencia defiende un sistema favorable al uno por ciento y otro que aboga por construir la República del 99 por ciento de la población.
Serán momentos en los que el “cleavage” nacionalista dejará paso al social y la casta difícilmente podrá esconder sus vergüenzas utilizando la “estelada”. Para conocer su modelo social en Catalunya, no hay que esperar a la independencia, sirva de ejemplo la estrecha relación entre el saqueo de la sanidad pública con el enriquecimiento de las mutuas y hospitales privados, la opacidad, las puertas giratorias y los casos de corruptelas, que aportan datos acreditados, suficientes y fehacientes.
Es previsible, al igual que desde España, todo lo que hace y lo que no hace Podemos es sometido a un interrogatorio de tercer grado en base a unos argumentos tan falaces como necios (“chavistas”, “proetarras”, “populistas”…), que la casta catalana, por las mismas razones que sus colegas de Madrid, se sumen a esa campaña, añadiendo el típico de “españolista” para dar el toque diferencial. Saben que sus políticas clasistas favorecen los intereses de la minoría con la que conforman una simbiosis y no toleran su cuestionamiento y menos cuando las denuncias calan entre la población que empieza a creerse que juntos con Podemos es posible acabar con el actual estatus quo, con el desorden establecido.
Dado que parte del voto de Podemos proviene de sectores no independentistas (aunque en menor grado, por razones más contextuales que nacionalistas, también los hay), es normal que la casta se prefiera que no voten a Podemos, mejor que se abstengan y como mal menor que voten a partidos de la casta estatal o afines, porque, parafraseando a Calvo Sotelo, “antes españolista que perder el estatus”. Menospreciar el voto no independentista en Catalunya con calificativos peyorativos es propiciar el arrojarlos a los partidos de la casta estatal. A sensu contrario, al menospreciar el nacionalismo, la izquierda ha permitido su capitalización por la burguesía catalana.
Si la voluntad de la mayoría del pueblo apuesta por una Catalunya independiente, parece evidente que las probabilidades de su realización aumentan con Podemos en el gobierno de Madrid porque la complejidad que conlleva un acto jurídico, político, económico y social de tal envergadura requiere necesariamente un diálogo entre las partes (opino que una eventual decisión unilateral además de sumamente difícil, tendría consecuencias impredecibles sobre todo si no existe un fuerte apoyo internacional).
En cualquier caso, debe asumirse que Podemos ha venido para quedarse, tanto en Madrid como en Catalunya (independiente o no), simplemente porque hace falta, porque no existe un partido que haya despertado tantas esperanzas, con mensajes claros y contundentes y con un programa que a grandes rasgos la gente del pueblo está interiorizando: acabar con los privilegios de la casta (corruptelas, puertas giratorias, etc.); redistribución justa de la riqueza; recuperar la democracia usurpada por la economía y defender los intereses de los de abajo, dándoles la voz.
Sobre la base d’aquest plantejament, la Crida per Sabadell i Podem hauríem de veure com confluïm en una alternativa anticapitalista potent, de democràcia directa, d’empoderament de les classes populars i treballadores.