Hace tan solo un par de días se celebró el día del libro, una fiesta de exaltación de la lectura, en la que todos los que viven de este hábito un tanto deteriorado se juegan mucho. Las pérdidas en el sector son mayúsculas y las ventas se remontan a las de 1997. La crisis, la maldita crisis, ha afectado también a un sector ya de por sí castigado por la piratería y los altos precios, con lo que el 23 de abril se convierte en una especie de bálsamo para libreros y editores que, por lo menos, pueden ir tirando hasta septiembre, donde la venta de libros escolares aminora de nuevo la lenta pero inexorable agonía de esta parcela de nuestra economía, una de las más importantes. No olvidemos que el mercado español se nutre en gran parte de editoriales situadas en la península, por lo que a mayor estudio de la lengua castellana, mayor posibilidad de ventas de libros. El Instituto Cervantes, embajador clave en este asunto, lleva años trabajando para que la literatura en castellano tenga su lugar en el mundo, a pesar, como digo de las vicisitudes económicas.
Pero una cosa es la labor de escritores y editores, unida a la potencia de la publicidad y otra muy diferente el hábito de la lectura. Me atrevo a señalar que un porcentaje muy alto de compradores el pasado 23 de abril lo fueron por tradición y que también muchos de los receptores de los libros lo guardarán para siempre en alguna de las estanterías de sus casas. Eso, claro está, importa poco a los vendedores, pero denota una falta de sensibilidad cultural que poco a poco dinamita los esfuerzos de profesores en lograr un nivel lector suficiente no solo para lograr unas competencias básicas, sino para elevar la exigua nota que nos convierte en uno de los países europeos donde menos se lee.
Las estadísticas son contradictorias. Mientras algunas hablan de que el porcentaje de lectores alcanza el 63 por ciento de la población, otras afirman que casi el 50 por ciento no lee “nunca o casi nunca” y el resto queda por definir si sus miradas se dirigen hacia libros, revistas o folletos publicitarios. Mientras tanto, el informe Pisa destaca y corrobora que nuestros adolescentes se encuentran a la cola en los resultados no solo en lectura sino también en Matemáticas y en Ciencias, acentuándose el desastre desde 2003.
¿Qué es lo que falla? Sería muy arrogante por mi parte exponer los diferentes desaciertos, puesto que no soy un experto en la materia, pero seguramente podría concluir que un cúmulo de circunstancias se pone de acuerdo para llegar al punto donde nos encontramos. La inmediatez de la sociedad actual hace que todo, absolutamente todo, pasa como una exhalación y eso queda reflejado en el hábito lector, produciéndose, si es el caso, de una manera veloz, con lectura en diagonal y sin el análisis y conocimiento preceptivo. El resultado es una falta de rigor, una comprensión deficiente, cuando no nula, y también la escasez de la suficiente concentración para captar los detalles ortográficos, lingüísticos y semánticos de la lengua. Todo ello desemboca en un caos total que impide al posible e incipiente lector encontrar la tranquilidad necesaria para establecer ese vínculo con el libro. Hasta los publicistas conocen ese cambio de hábitos y emplean técnicas para que el mensaje llegue al cerebro sin leer demasiado. La comunicación entonces se convierte casi exclusivamente en oral, por la palabra, y el individuo se sume en un cómodo letargo que sin duda le traerá muchos problemas cuando haya verdaderamente una necesidad de leer.
Otros analistas ponen el dedo acusador en la falta de rigor en la escuela primaria, donde parece ser que se juega más que se aprende y se pierde demasiado tiempo en fiestas diversas, olvidando en gran medida la consolidación de la lectoescritura lo que conlleva que los alumnos lleguen a la Secundaria con unas carencias a nivel de comprensión y expresión muy graves. Es fácil culpar a todo un colectivo, pero hay demasiados factores como para no tenerlos en cuenta.
El caso es que la lectura no remonta. Y leer es la base del entendimiento. Un pueblo culto, piensa, decide, es libre para tomar decisiones y avanza. Precisamente lo que no quieren algunos de los que nos desgobiernan. Cuando salen a la luz los diferentes datos que nos dejan en evidencia ante la comunidad internacional, entonces vienen las lamentaciones y los planes que nos sacaran del pozo. Pura propaganda para lavarse sus conciencias, cuando sabemos que el hábito lector hay que cultivarlo desde casa, aunque cada vez es más difícil para los padres atraer a sus hijos hacia ese ámbito. Solo la quietud y el sosiego lo lograrán. Parece que también la crisis, que ha acercado a la gente a las bibliotecas. Lo que sea para que el abrazo con el libro se produzca y evitar por todos los medios aquella triste pregunta de muchos jóvenes: ¿Para qué voy a leer el libro si ya está la película?