ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
Un bulo es una información falsa o distorsionada que se difunde deliberadamente con el objetivo de manipular la opinión pública, desacreditar a adversarios políticos, influir en decisiones electorales, generar confusión o lanzar cortinas de humo para tapar las corruptelas de quienes lanzan los bulos, adoptando diversas formas (noticias falsas, rumores infundados o tergiversaciones de hechos reales). Un retrato fidedigno de lo que sucede en España impulsado por el triunvirato “oposición política de derecha – mass media/redes sociales – elite del poder judicial”. Aquí, el listado de casos enfangados por bulos es increíble y su impunidad inadmisible: Podemos, Mónica Oltra, Begoña Gómez, David Sánchez…
Que el cuarto poder se ha ido fortaleciendo exponencialmente con la irrupción imparable de las nuevas tecnologías y redes sociales, es algo evidente. Que, si nos atenemos a los datos, en general, su influencia en la formación de opiniones, está proporcionalmente relacionado con el nivel cultural de la población, tampoco parece discutible. Que esta dinámica se traduce en el terreno político en un mayor apoyo a la extrema derecha y derecha extrema y en el terreno cultural e ideológico en un aumento del racismo, fascismo, xenofobia, homofobia y misoginia, dando como resultado una sociedad fracturada entre el “nosotros” (los auténticos y “arios”) y “los otros”: feminismo, migrantes, y todo lo que huela a “zurdos” (enemigos y culpables de todos nuestros los males con el relato de que amenazan con destruir “nuestro edén”), está fuera de toda duda.
Sabemos que nuestras acciones están, en gran medida, influenciadas por la información que recibimos y que hoy, un sector importante de la ciudadanía la obtiene principalmente a través de plataformas de redes sociales, gestionadas en su mayoría por profesionales y empresas dedicadas a la difusión de bulos y noticias falsas. Una estrategia de desinformación tendente a confundir la realidad con la ficción induciendo a la percepción de que vivimos en una situación caótica e insostenible mediante narrativas alarmistas que sostienen que España está al borde del colapso y la ruptura. Unas predicciones apocalípticas, que no tan solo no se han cumplido, sino que la realidad demuestra lo contrario.
Una situación de la cual, pregonan, solo saldremos si la derecha-extrema derecha toman el poder, pues aseguran tener soluciones para todos los males, tanto los reales -que como en cualquier sociedad existen- como los artificiales creados a golpe de propaganda machacona (ETA, Venezuela…). No obstante, lo cierto es que nunca presentan alternativas rigurosas a las políticas sociales y económicas del Gobierno, más allá del no por sistema o promesas sin pies ni cabeza.
Entre sus promesas para retornar a la “España una, grande y libre” destacan la eliminación de la migración, sin explicar quienes realizarán los trabajos esenciales ni se compensará una eventual disminución de las cotizaciones para sostener servicios públicos como la sanidad, educación, pensiones, servicios sociales… o atender emergencias de catástrofes como la DANA o la COVID, aunque su respuesta implícita es conocida: como para ellos la “justicia social” es una “aberración” inventada por los “zurdos”, proponen su eliminación como solución final bajo la lógica de que “muerto el perro, muerta la rabia”.
También prometen -y donde ostentan el poder procuran llevarlo a cabo-, acabar con la igualdad de derechos por razón de género o la memoria histórica y aquellos avances progresistas de contenido social y de libertades. Una propuesta que parece orientada a “argentinizar” España. Lo irónico es que, a pesar de a votar sistemáticamente en contra de leyes que benefician a las clases trabajadoras, encuentren precisamente en estos sectores una parte significativa de su apoyo electoral.
La cuadratura del círculo de su estrategia requiere derrocar al gobierno elegido por el pueblo, utilizando “todos los medios necesarios para echar a Sánchez” (portavoz del PP, Sr. Tellado), entre los que hoy no parece adecuado el golpe de estado militar como hicieron sus homólogos franquistas en 1931 y han cambiado el debate político por fango, el uniforme caqui por togas y balas por bulos con el mismo objetivo antidemocrático: alcanzar el poder que no lograron en las urnas.
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