ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, presidente de la FAVSabadell
Los crímenes son la expresión extrema de las violencias machistas, un fenómeno incluido en la vulneración de derechos humanos contra las mujeres como expresión de la discriminación por razón de género de la sociedad patriarcal en la que vivimos/sufrimos. Violencias que se dan por medios físicos, económicos y psicológicos e incluye las amenazas, intimidaciones y coacciones, tanto si se produce en el ámbito público como en el privado y con independencia de la relación que haya entre el agresor y la víctima, y, como no, en el institucional proveniente de determinados jueces y tribunales y de políticos/as que pertenecen a partidos políticos impregnados de una ideología casposa y retrógrada o abiertamente de extrema derecha.
La estrecha correlación entre cultura patriarcal, desigualdad entre hombres y mujeres y violencia de género, es evidente y mientras no demos un giro de 180 grados a esta situación, no acabaremos con un mundo que, en mayor o menor medida, en función de los contextos, pero en cualquier caso de forma irracional, margina, oprime, discrimina y explota, a la mitad de la especie humana tratándola de facto como seres inferiores. Es imposible salir del estadio primitivo sin eliminar esta lacra que absurdamente sigue anclada en el SXXI, donde el contraste entre los enormes avances científicos y tecnológicos ni de lejos avanzan al mismo ritmo que los de la esfera humanística como se refleja en las absurdas desigualdades y violencias que por razón de género sufren las mujeres.
La historia está repleta de atrocidades que dan fe de la enfermedad ideológica calificada genéricamente de machismo y que tiene múltiples variantes y protagonistas, donde las religiones han jugado un papel determinante a la hora de construir la ideología patriarcal en las que se basan. De hecho, nadie nace machista, misógino, sexista, se tratan de construcciones sociales y, por lo tanto, contingentes. Existen porque los humanos (hombres), así lo han decidido. Ni es algo innato en nuestro ADN, ni es inmutable.
No obstante, al tratarse de un virus que viene inoculándose durante siglos, es extremadamente difícil desprendernos/inmunizarnos y eso se refleja en la vida cotidiana de mil y una forma y en todos los ámbitos (doméstico, judicial, cultural, institucional, ……….). Requiere de una toma de conciencias social consecuente, un cambio en los paradigmas culturales y una legislación que proteja a las mujeres y que favorezca la erradicación de violencias machistas.
Y todo ello, choca de bruces con la realidad. Personajes cavernícolas que añoran tiempos pretéritos, el yugo y las flechas y, en casos, revindicando las cunetas para hacer desaparecer a quienes no piensan como ellos, se dedican a lanzar furibundos insultos y ataques contra quienes desempeñan democráticamente cargos públicos por el hecho de ser mujeres (Irene Montero, Laire Pajín, Bibiana Aido, Teresa Rodriguez,……). Insultos personales cada vez más fascistoides, que, de seguir esa deriva e impunidad, acabarán calificando a todas las mujeres
progresistas en “chupapollas” Y con semejante casta ¿política? es extremadamente difícil educar para modificar los actuales parámetros de violencia machista. La apología trumpista de la que hacen gala “sus casposas señorías” (unos/as profiriendo vómitos abruptos y otros/as ovacionándolos públicamente) que indican a sus incondicionales el camino a seguir, nos indican que, lamentablemente, queda mucho camino por recorrer para erradicar las violencias machistas y lograr la igualdad de género.