ARTICULO DE OPINIÓN
Cuca Santos Neyra, Secretaria General del Partido Popular de Sabadell
De dónde venimos
La lucha de la mujer por la igualdad de derechos y oportunidades se inicia en la Ilustración, cuando se proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la que se pretendía que el ser humano formase parte de una sociedad de libres e iguales, superando las clases y los estamentos medievales que clasificaban al individuo por nacimiento y que limitaban la posibilidad de movilidad social. El problema fue que esta proclamación dejó fuera de ese concepto al género femenino, al que se considera un ser de naturaleza débil, con poco raciocinio y cuyo único destino es el de esposa y madre y se consideraba que la mujer que quisiera ser como los hombres, se desnaturalizaba, perdía su condición de mujer.
Es entonces, cuando surge la primera ola del feminismo, en la que se denuncia la expulsión de la mujer de su derecho a la ciudadanía y por ende de la vida pública y política y su relegación al ámbito doméstico. Fueron referentes Mary Wallstonecraf y su obra “Vindicación de los derechos de la mujer” y la publicación en 1791 de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, redactada por Olympe de Gouges, que fueron duramente criticadas por el pensamiento ilustrado dominante.
La segunda ola se inicia con el movimiento sufragista que se desarrolló en Estados Unidos y el Reino Unido a mediados del siglo XIX y que tuvo como origen fundacional del movimiento la “Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls” en 1848. Es el inicio del llamado feminismo liberal y se centra en eliminar las barreras políticas, educativas y sociales que impiden a la mujer desarrollarse plenamente y que permitió que, a mediados del siglo XX, las mujeres de muchos países del mundo alcanzasen importantes metas largamente reivindicadas. El sufragio femenino o el acceso a la educación universitaria fueron algunos de los principales hitos de la conocida como “Segunda ola” del feminismo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, momento en el que muchas mujeres se habían incorporado de manera masiva al mundo laboral, se produjo un retroceso y muchas mujeres abandonaron sus carreras para volver al ámbito del hogar. Una de aquellas profesionales que lo había dejado todo para cuidar de su marido y sus hijos se empezó a plantear preguntas que derivarían en la formulación de lo que ella, Betty Friedan, definió como “el malestar que no tiene nombre”. Heredera del espíritu sufragista, será un referente de la lucha por la igualdad con su obra “La Mística de la Feminidad” y asentó los cimientos del feminismo moderno junto con Simone de Beauvoir y “El Segundo Sexo” y su famoso “No se nace mujer, se llega a serlo” que sentaría las bases del concepto de género.
El feminismo de Friedan no habla de enfrentamiento, no criminaliza, simplemente expone que históricamente la mujer ha ocupado un lugar en la sociedad supeditado al hombre y en condiciones de inferioridad. Habla de transformar la sociedad y alcanzar una igualdad real desde la acción política y social, habla de conciliación laboral y familiar, de romper el techo de cristal, de acabar con estereotipos culturales que pretenden instaurar una feminidad normativa que nada tiene que ver con el verdadero potencial de la mujer.
Este es el feminismo real, el que toda mujer y hombre deberían suscribir y defender. Lo malo es que en la década de los 70 el materialismo marxista se apropia de la bandera feminista y lo convierte en un punto más de la agenda revolucionaria mezclándolo con las luchas proletarias y la ideología socialista y comunista.
El concepto de feminismo sufre la apropiación y manipulación de sus reivindicaciones por parte de la ideología izquierdista, con el agravante de la aparición de las “Teorías Queer” en los inicios del siglo XXI, en las que se llega a cuestionar el concepto mujer y amenaza con provocar un retroceso en los logros de la lucha feminista, como es el caso de la ley trans que el ministerio de Montero quiere aprobar en el congreso.
Donde estamos
Este es su triunfo y la derrota del concepto feminista en la ideología liberal conservadora, que cede ante la presión y les entrega una bandera, que era de todas las mujeres, a los movimientos progresistas que en las últimas décadas mezclan el feminismo con movimientos LGTB, el anticapitalismo y el heteropatriarcado, despojándole de su verdadera esencia. Dejando huérfanas a millones de mujeres que no comulgan con esta ideología.
Y es en este punto donde debemos pararnos a considerar recuperar esa bandera, retornándola a sus orígenes y dejando de demonizar, desde posturas liberal conservadoras, el concepto de Feminismo.
No podemos negar las desigualdades, la histórica subordinación de la mujer, el sesgo machista que aún sobrevive en nuestras sociedades, la lacra de la violencia de género que tiene un trasfondo único y cultural que la diferencia de otro tipo de violencia.
Mientras se asigne culturalmente a la mujer, aunque sea de manera inconsciente, la crianza y el cuidado de niños y de mayores, las tareas del hogar, y se continúe estereotipando supuestas debilidades o habilidades asignadas a la feminidad, no habremos avanzado en el proceso de alcanzar la igualdad real.
Y en ese camino no podemos olvidar el papel del hombre, víctima también de los estereotipos y de asignaciones culturales del concepto de masculinidad. También a ellos se les asignan unos roles determinados socialmente, unos roles que no reflejan las necesidades de las sociedades actuales.
Nuestra virtud debe encontrarse en el término medio, ni debemos asumir la criminalización del hombre y su presunta culpabilidad de maltratador y explotador de la mujer, ni debemos seguir el juego a aquellos que pretenden silenciar una realidad tan evidente como preocupante como son los asesinatos de mujeres por el simple hecho de ser mujeres y de la supervivencia de un machismo estructural arraigado en nuestra sociedad.
Hay dos cuestiones básicas que desde el feminismo liberal no debemos perder de vista y debemos desarrollar en profundidad:
- La igualdad real de derechos y oportunidades y la conciliación laboral y familiar.
- La violencia contra la mujer como un hecho diferencial y específico. Debemos incidir en la prevención y corrección de esta lacra, pero sin estigmatizar al hombre ni conculcarle sus derechos.
A dónde vamos: hablemos de igualdad real y superemos los estereotipos.
Quisiera empezar aclarando conceptos. Uno de ellos, que ha sido criticado desde las posturas más conservadoras, es el de Género.
Cierto es que este es otro de los logros de la izquierda, apropiarse no sólo de la ideología sino del lenguaje para retorcerlo y llevarlo a sus postulados más radicales.
La ideología de género, la violencia de género, la desigualdad de género…, pero ¿qué hay detrás del concepto en realidad?
En sus orígenes el concepto de género nace en la teoría feminista anglosajona para distinguir entre las diferencias biológicas entre el hombre y la mujer (sexo), es decir, aquello que es asignado por la naturaleza y las diferencias culturales (género) la asignación al hombre y la mujer de determinados roles sociales diferenciados y que no son innatos, sino culturalmente dados.
Ni el hombre nace con más habilidades para la vida pública y política, ni la mujer lo hace para la vida doméstica y el cuidado de la prole. Son roles asignados por cada cultura, y que pueden diferir en base a la sociedad en la que se viva.
Explicado así, seguramente todos estaremos de acuerdo de que esa diferencia es una realidad y que, aunque en las democracias modernas ha habido muchos avances, aún quedan supervivencias culturales que nos dejan muchos sesgos machistas que superar.
Podemos poner cientos de ejemplos al respecto, como las reticencias a contratar a mujeres por su rol de madres, el acoso sexual en el ámbito laboral y personal, la adjudicación a la mujer de determinadas profesiones como propias de su género o el poco peso femenino en órganos de gobierno y administración de empresas y también en las juntas directivas del poder político.
Y no debemos obviar la importancia del lecho social adscrito a las mujeres, es innegable que según el estatus socioeconómico y cultural en el que nos desarrollemos como mujeres se evidencian más o menos estas pervivencias. No es lo mismo las oportunidades de igualdad que puede alcanzar una mujer de clase media alta o alta, que la de una mujer procedente de entornos socioeconómicos deprimidos o entornos culturales hostiles a la mujer.
Debemos superar todos esos estereotipos, eliminar cualquier asignación de roles a un individuo por el hecho de haber nacido hombre o mujer. Desde nuestro nacimiento deberíamos partir del mismo punto, con las mismas oportunidades para desarrollarnos en nuestra vida personal y laboral independientemente de nuestro sexo.
Pero no es solo el machismo el que pone trabas al desarrollo de la mujer, en la actualidad la izquierda más hiperventilada deja fuera del concepto mujer a todas aquellas que no comulgan con su nueva religión de ideología Queer y conceptos marxistas a la que de ninguna de las maneras podemos llamar feminismo. Muchas no nos identificamos con performances ridículas de mujeres desnudas, el lenguaje inclusivo que roza a veces el esperpento o la imposición de una ética y una estética marcada y determinada por activistas radicales anti sistema.
Si durante siglos la mujer ha tenido que soportar la subordinación de nuestro género por parte del hombre, ahora es la izquierda radical la que quiere dictarnos como y quienes debemos ser las mujeres. No Señora Montero, ningún hombre va a decirnos nunca como debemos ser o pensar, pero tampoco ninguna mujer. Hay aún un largo camino por recorrer para alcanzar la igualdad, pero no es el que usted nos marca. Ese camino sólo se puede recorrer al lado del hombre, involucrándolo, haciéndolo partícipe y promotor del cambio, no convirtiéndolo en el enemigo de la mujer, sino en nuestro aliado.