ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
Durante décadas, ya fuera por ignorancia o por intereses de género, en amplios sectores de la izquierda se mantuvo una postura simplificadora sobre el machismo y el patriarcado. Una posición que se fundamentaba en la tesis de que la opresión patriarcal era una consecuencia del sistema capitalista y que, al igual que las clases estos fenómenos desaparecerían cuando la humanidad superara dicho sistema económico. Esta perspectiva reduccionista llevó a numerosos partidos de izquierda (salvo honrosas excepciones) a observar con escepticismo, cuando no con hostilidad, los planteamientos feministas, que tachaban de “desviaciones pequeño-burguesas”, creándose un escenario donde al amparo de interpretaciones distorsionadas de teóricos como Wilhelm Reich -quien en “La revolución sexual” defendía la libertad sexual como componente fundamental del bienestar humano y la transformación social-, los “machos Alfa”, -en particular del ámbito universitario, pero no solo en ese entorno-, perpetraron conductas abiertamente machistas que contradecían los principios de igualdad que supuestamente defendían y que hoy están tipificados penalmente (Errejón como paradigma).
Esta contradicción entre teoría y práctica no solo evidenció las limitaciones del análisis tradicional de la izquierda sobre la opresión de género, sino que también demostró la necesidad de reconocer el patriarcado como un sistema de dominación con características y dinámicas propias, que trascienden las estructuras económicas y que requería un análisis y una lucha específica, más allá de la mera crítica al capitalismo.
Entre los andamios que conforman la estructura de patriarcado, la violencia de género representa uno de los mayores desafíos sociales de nuestro tiempo, con una magnitud que supera ampliamente los casos documentados. En España y globalmente, las estadísticas oficiales apenas revelan la punta del iceberg de un problema mucho más profundo y extendido, dado que millones de casos permanecen en el anonimato. Una violencia reflejada en distintas modalidades en la que se producen expresiones de dominio patriarcal y actitudes machistas y psicópatas que van desde el asesinato, la violencia física/psicológica, acoso, violación y discriminación por razón de género en el ámbito laboral, social y económico, etc.
Es la lógica de una sociedad que tiene el patriarcado como marco organizativo que determina relaciones de poder y jerarquías de género y que como sistema trasciende culturas, épocas y sociedades, sirve de base para que se produzcan actitudes, conductas y prácticas como manifestación cultural de la desigualdad de género con comportamientos específicos que reflejan prejuicios contra lo femenino. Patriarcado y machismo operan en niveles diferentes pero complementarios y se retroalimentan. Mientras el patriarcado proporciona la justificación ideológica del machismo y normaliza la dominación/desigualdad de género, el machismo representa su manifestación práctica y cultural.
El caso de Errejón se enmarca en la realidad de millones de mujeres que, diariamente sufren en cuerpo y mente la irracionalidad de un sistema patriarcal que beneficia en la práctica totalidad de los ámbitos a la mitad de la humanidad (los hombres), mientras margina a la otra mitad (las mujeres). Llegados a este punto, se deduce que el patriarcado no se limita a un espectro político específico dado que la lógica patriarcal no entiende de derechas o izquierdas, sin embargo, y para ser justo, y sin que sirva de justificación, si bien en todas partes cuecen habas, en algunos cuecen calderadas, es decir que, si bien el problema existe en todos los entornos, en algunos, ligados a los poderes económicos y políticos conservadores se manifiesta con muchísima mayor intensidad. A los abrumadores datos y profusa hemeroteca me remito.
La violencia patriarcal es un sistema de opresión omnipresente que impacta a las mujeres de todo el mundo, manifestándose en un amplio espectro de formas, desde actos explícitos de violencia hasta expresiones sutiles de discriminación. Su erradicación requiere un esfuerzo sostenido y coordinado que aborde todas sus dimensiones simultáneamente. No es suficiente combatir sus manifestaciones más evidentes, es crucial transformar las estructuras profundas que la sostienen y perpetúan, lo que exige una catarsis individual especialmente en los hombres. Y un aviso para navegantes, ninguna bandera, sea negra, roja o tricolor, nos hace inmunes al machismo: el hábito no hace al monje. Solo la voluntad firme y comprometida en construir una sociedad realmente igualitaria permitirá eliminar de forma definitiva el patriarcado y sus terribles consecuencias.
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