ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
En democracia, los encuentros y desencuentros entre partidos políticos son inevitables, dando lugar, en ocasiones, a extrañas parejas que responden más a la lógica del poder que a lo que ideológicamente cabría esperar. En gran medida, el origen de estas situaciones radica en el resultado electoral, que determina la composición plural de cualquier cámara de representantes, sea estatal, autonómica o municipal, y obliga a establecer pactos para gobernar. En última instancia, todo depende del voto de la ciudadanía en cada elección, un voto que, en buena medida, está condicionado por la información que recibimos, convirtiéndose esta en un factor clave a la hora de decidir a qué partido votar.
Y, llegados a ese punto, resulta inevitable preguntarse sobre quién decide/promueve el contenido de la información que recibimos. En el mejor de los casos, se nos presenta como incuestionable; en el peor, está abiertamente manipulada o cargada de falsedades y bulos. También es pertinente cuestionar los intereses no ocultos de la estrategia desinformativa que nos inunda diariamente y las herramientas utilizadas para su difusión. En referencia a esos decisores, y siendo consciente de que ninguna información es neutral (la neutralidad no existe) podría llegarse a la conclusión de “meter a todos en el mismo saco”. Sin embargo, se trata de una afirmación que dista mucho de ser cierta. Es cierto que en todas partes cuecen habas, pero en lo que respecta a la derecha extrema-extrema derecha y sus medios afines, cuecen calderadas. La hemeroteca es implacable.
El resultado de esta compleja situación generada por las múltiples variables políticas lógicas en una sociedad plural genera un juego de suma cero en el que la ganancia de una parte implica necesariamente la pérdida de la otra y viceversa. Y en política, más que la habilidad negociadora de las partes, lo que determina el juego es la correlación de fuerzas de cada actor para imponer su objetivo. Y salvo en casos de mayorías, no hay otra. Aceptando que para hacer una tortilla hay que romper huevos, la pregunta es: ¿cuántos se está dispuesto a romper sin cuestionar la propia identidad? O, en otras palabras, ¿dónde trazar la línea roja para hacer frente al neofascismo en sus diversas manifestaciones? La respuesta no puede ser otra que los principios ideológicos del partido que se trate que, de vulnerarse, perdería su identidad y razón de ser. Principios que, normalmente, ni pueden ser tan dogmáticos como para rechazar cualquier acuerdo con otras fuerzas políticas, ni tan flexibles como para caer en el cinismo de “estos son mis principios, pero si no le gusta tengo otros”.
Se requiere, en cambio, una buena dosis de pragmatismo. Y esa es la clave: encontrar el equilibrio entre mantener la coherencia ideológica que sustenta al partido con la necesidad de llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas para sacar adelante las principales propuestas del programa electoral, sin los cuales sería imposible. Desde la óptica progresista-izquierda, lo habitual es alcanzar acuerdos de legislatura o puntuales con partidos afines. Sin embargo, cuando lo que está en juego -como ocurre en España- es seguir avanzando en una democracia con la justicia social como referente y la necesidad de hacer frente a quienes pretenden un modelo anclado en el pasado, el abanico se amplía a las fuerzas que demuestren un compromiso con los valores democráticos y sociales, criterios que marcan las diferencias entre el bloque PP-VOX-Junts.
No obstante, el escenario actual introduje una distorsión: la falta de mayoría suficiente obliga al gobierno a negociar acuerdos con Junts, un partido que por trayectoria y posicionamientos no encaja en la onda del bloque democrático. Y aquí, a la correlación de fuerzas se añade la oportunidad de Junts de hacer valer su apoyo e incluir en la agenda política propuestas que, de otro modo, no serán aceptadas. Por su parte el gobierno, en tales circunstancias, le queda transformar la necesidad en virtud.
Una serie de circunstancias políticas adversas, que se han visto agravadas por otras que han impactado en el ámbito social, sanitario, político y económico como desastres naturales, epidemias y las consecuencias de las nefastas decisiones políticas heredadas del PP: la pandemia de COVID-19, la tragedia del volcán de La Palma, la inflación y crisis energética derivada de la guerra en Ucrania, fenómenos meteorológicos extremos como la reciente DANA, y todo ello en un entorno de una oposición política-mediática-judicial sin más alternativa que evitar que el gobierno gobierne y derrocarlo.
A pesar del contexto extremadamente difícil, el gobierno de coalición progresista, junto con los partidos que lo han respaldado, además de gestionar eficazmente los problemas y sortear artimañas de todo tipo, ha situado a España como referente en Europa, de tal forma que la realidad política, social y económica real dista mucho de los relatos apocalípticos que vende el bloque de la derecha más rancia que sigue empeñada en copar el modelo argentino de Milei para España.
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