‘Carta al alcalde de Coripe’, por Josep Asensio

Le confieso que nunca había oído hablar de su pueblo. Ni para lo malo ni para lo bueno. Parece que tienen ustedes un patrimonio natural importante, con vías verdes, alojamientos rurales y una situación inmejorable rozando el Parque Natural de la Sierra de Grazalema y diversos embalses de gran belleza. Es importante para un municipio poder contar con elementos distintivos que lo hagan atractivo al visitante o como mínimo que destaque por conservar, mantener y también adaptar su idiosincrasia.

No obstante, no dejo de sorprenderme al visionar las imágenes que una y otra vez nos llegan por todos los medios en las que unas 3.000 mil personas, vecinos de Coripe y curiosos de otras latitudes, se enzarzan a tiros contra un muñeco, esta vez hecho a imagen y semejanza de Ana María Quezada, la presunta asesina del niño Gabriel. Leo en algún artículo que se trata de balas de fogueo, pero muy bien logradas, puesto que la cabeza del monigote salta por los aires a las primeras de cambio y los disparos al pecho completamente reales e impactantes. Puestos a darle veracidad a la tradición que ustedes tienen, podrían haber puesto unas bolsas con kétchup en su interior y así apreciar en todo detalle el dramatismo y el morbo de la situación. Todavía se me revuelve el estómago al ver a los miles de personas aplaudiendo y jadeando a los verdugos, en una acción que recuerda otros tiempos, los de los romanos, en los que la gente disfrutaba con la muerte en directo.

Me dirá usted que no es lo mismo, que se trata de un monigote, que no existe un objetivo insano, que es una tradición de hace muchísimos años y que la gente disfruta del momento. Me sorprende mucho que haya pedido excusas diciendo que pensaba que este año se trataba de Carles Puigdemont. No entiendo esa justificación. A Puigdemont es mejor no tocarlo. Bastante tiene ya con su procesión judicial y nada más le hubiera faltado que ser destrozado a tiros por unos vecinos de un pueblo de Sevilla. Bueno, a su doble en espantapájaros. Sé que está pensando en una similitud con las Fallas de Valencia, pero me parece a mí que las comparaciones son odiosas y las Fallas se queman no para humillar, maltratar y mostrar un odio converso hacia el o los personajes, sino como muestra de cariño hacia el trabajo bien hecho.

Como educador que soy todavía me asombra más que el personaje que ustedes llaman Judas lo escojan unos alumnos de 2º de la ESO, con el objetivo de que los beneficios que se logran ese día, se destinen al viaje de fin de curso. ¿Se da usted cuenta del odio que lleva implícita esa decisión? ¿Se imagina usted a unos preadolescentes proponiendo personas para ser tiroteadas en plena calle? Todo el trabajo de unos maestros, de unos padres, se va al traste con una burda tradición que no sé exactamente qué objetivos persigue. Estoy convencido de que esos niños y niñas pueden perfectamente pagarse su viaje con otras actividades. Ahora bien, si lo que pretende es que aumente el turismo a su pueblo, seguramente lo ha logrado. El año que viene serán seis mil personas las que se acerquen a Coripe. Vaya preparando algunas fincas como aparcamiento que la fiesta va a ser todo un éxito. Y se lo digo con aflicción, porque lamentablemente vivimos en un país de pandereta, todavía, en donde no nos damos cuenta del perjuicio que puede producir una actuación aparentemente jocosa y divertida.

Percibo que, a pesar de las críticas que le llueven de todos lados, va usted a seguir con esa tradición. En su interior quizás piense que hay que acabar con ella, pero ya sabemos cómo funciona la mente de un político, obligado en gran parte a someterse a los designios de sus votantes. Si decide concluir con esta ceremonia bárbara y salvaje, será aplaudido por una parte importante de la sociedad, pero es posible que le cueste su puesto al frente del ayuntamiento de Coripe. Hay que ser valiente, señor Pérez.

Por último, recordarle que la llama del odio se enciende de manera rápida y veloz. Posee la peculiaridad de la premura, de la celeridad, al instalarse en una comunidad de apariencia normal y tranquila. Saborea su éxito plácidamente, imperturbable. Nadie repara en su presencia hasta que ya ha plantado su semilla y como una serpiente, empieza a desovar y a extender su protagonismo y su fuerza. Desterrar el odio, aniquilarlo, no es tarea fácil. La humanidad lleva siglos intentándolo sin conseguirlo. Quizás ustedes, desde su pequeñez como pueblo, puedan contribuir con un pequeño granito de arena cancelando esa tradición que da de comer al odio. Les aseguro que los beneficios serán mucho mayores que unos cuantos euros para el viaje de sus alumnos.

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