‘Cumbre del clima: abismo a la vista’, por Josep Asensio

“Las identidades excluyentes y exclusivas se han vuelto más materiales en estos años, y con ellas su capacidad para afectar el desajuste material y de posibilidades de desarrollo”.
Amin Maaluf

Ayer puso punto y final la Cumbre del Clima que tenía como objetivos alcanzar acuerdos para combatir los efectos del cambio climático. No puedo ser demasiado optimista, percatándome del fracaso más absoluto de los tomados en otras conferencias, especialmente la de París, donde parecía que, esa vez sí, la cosa iba en serio. Nada más lejos de la realidad. La Cumbre celebrada en Madrid ha sido un éxito organizativo, una buena inyección de dinero para la hostelería de la capital y un escaparate para la mediática Greta Thunberg. Quizás también haya servido para visualizar un problema que, aunque nos atañe a todos, da la sensación de que nos queda muy lejos, de que no podemos hacer nada para detener esa catástrofe que los científicos auguran.

Lo más llamativo es, sin duda, la pírrica presencia  de los tres países más contaminantes del mundo, China, Estados Unidos y la India, así como la coincidencia con otra cumbre, la de la OTAN, donde un jocoso Trudeau, prefería reírse de Donald Trump antes que preocuparse por el devenir de nuestro planeta. La asistencia de líderes a la asamblea de la organización militar es un síntoma del nulo interés que la clase política mundial (al menos de los países que pueden hacer algo para mitigar el desastre) muestra hacia esta cuestión.

La ONU ya ha puesto fecha para la destrucción del planeta: 2050. No sabemos si ese estrago será fruto de un cataclismo, si la devastación será absoluta o si irá dañando poco a poco. La realidad es que ya hace años que se producen olas de calor que superan a las de años anteriores. De hecho, la temperatura del planeta aumenta año tras año; la desertificación se extiende inexorablemente y aumentan las alergias, el asma y las muertes prematuras. Los cultivos están también afectados por ese aumento, lo que los convierte en menos nutritivos. Interesante el artículo de Maika Ávila La España que en 30 años no existirá en el que analiza las consecuencias que para nuestro país va a tener el aumento de tan solo dos grados de media: desaparición de playas de Almería, Alicante, Cádiz, Huelva, el parque natural del Cabo de Gata, el Delta del Ebro y la Albufera valenciana. Naturalmente, también, el infecto Mar Menor. Hasta se atreve a pronosticar que Santander solo será accesible por mar. Desgraciadamente, afirma, “muchos tendrán que hacer las maletas para 2050”. Los científicos advierten del grave deterioro para la salud que va a suponer ese aumento de la temperatura que se avecina. Ya en la actualidad se ha detectado un aumento espectacular de los partos prematuros debido al calentamiento global y hay evidencias más que suficientes para afirmar que el clima caluroso perjudica a la salud.

El delta de l'Ebre. Autor: Wikipiedia CC
El delta de l’Ebre, en perill Autor: Wikipiedia CC

Amin Maaluf, escritor libanés en lengua francesa, sostiene que no podremos evitar el naufragio de la humanidad. Maaluf no se arriesga a predecir ese momento, pero lamenta la ausencia de un “capitán” que coja los mandos del barco antes del hundimiento y sostiene que tanto EEUU como Europa podrían haber hecho ese papel, pero las multinacionales, los lobbies y las empresas energéticas, las del petróleo especialmente, son las que dominan la política de la mayoría de los países, haciendo imposible un avance en materia medioambiental. Deplora que una sociedad que ha logrado avances tecnológicos increíbles en poco tiempo, haya sido incapaz de evolucionar en paralelo para construir un mundo mejor para todos, ante la indiferencia y la resignación de la mayoría de los habitantes de la Tierra. Para Maaluf, existe un retraso evidente en la toma de conciencia de la problemática, lo que produce una interrupción en la toma de decisiones que va a ser letal para la supervivencia humana. Ese hundimiento está relacionado con el de las civilizaciones porque, según afirma, “enfrentadas entre sí, se están hundiendo juntas”.

El periodista científico estadounidense David Wallace nos muestra en su libro El planeta inhóspito el desastre inevitable que se avecina y que causará un enorme dolor y sufrimiento. No es optimista, y afirma que “el problema no es la negación (del cambio climático), sino la indiferencia”, así como la retirada del orden internacional de países que prefieren abrazar el nacionalismo excluyente, lo que dificulta acuerdos que puedan subsanar el Armagedón que se aproxima. Wallace critica las pequeñas acciones individuales porque tienen un papel trivial y no sirven para atajar las emisiones de carbono, de las que dice que hay que eliminar por completo si queremos obtener algún resultado tangible. También se muestra contundente a la hora de analizar el papel de la tecnología como instrumento salvador: “no puede ser desplegada globalmente para evitar escenarios catastróficos”. Finalmente, asevera que no estamos dispuestos a asumir medidas radicales que puedan salvar a millones de personas que tendrán que emigrar o morir porque no tienen los medios necesarios para huir del desastre. La solución estaría en empezar a construir ciudades nuevas en el interior, para albergar a esos mil millones de personas que cree que se desplazarán a zonas más templadas, si es que existen.

Por su parte, Javier Andaluz, responsable de clima y energía de Ecologistas en Acción, reivindica medidas reales y escuchar a las minorías. Pone el grito en el cielo en un asunto que pasa desapercibido: la guerra de potencias, países y multinacionales por controlar los nuevos recursos que se pueden liberar por la desaparición del hielo de la Antártida. La falta de ambición y la avaricia es, sin duda alguna, un cóctel explosivo y mortífero para la conservación de la raza humana. A nadie se le escapa ya que el capitalismo está en el origen del problema del cambio climático y que es incompatible con un horizonte que respete los límites planetarios.

A pesar de la existencia de encuestas esperanzadoras, la realidad es que pienso que todo son señuelos para que creamos que algo cambia. Mientras reciclo tengo la conciencia tranquila, pero a mi alrededor miles de industrias, miles de avaros insensibles destrozan el planeta donde vivimos todos. Tampoco creo que el Pacto verde la la Unión Europea, anunciado por sorpresa esta misma semana sea algo más que un mero reclamo publicitario con muchas intenciones y pocas posibilidades de llegar a hechos concretos. Mientras algunos supermercados gastan ingentes cantidades de dinero para anunciar a bombo y platillo que suprimen las bolsas de plástico, la realidad es que, en sus estantes, todo, absolutamente todo, está embalado con ese material. Desgraciadamente, no hay nada que hacer. Hasta la ONU lo dice: “solo se salvarán los ricos”.

Foto portada: participantes de la sentada convocada por Fridays For Future en la plaza Sant Jaume ante la inacción de la COP25, este viernes. Autor: ACN. 

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