‘Desahucios: el drama que no cesa’, por Josep Asensio

Tarde de domingo. El tiempo desapacible invita a quedarse en casa. Apetece algo caliente delante de la televisión. El zapping se hace necesario ante una ingente cantidad de programas que se mueven entre el deporte, las películas de siempre y las series ya agotadas. De pronto, en Be Mad, aparece una señora en un sillón. Su rostro, plagado de arrugas, denota una preocupación que no impide alguna sonrisa de vez en cuando. A pesar de su movilidad reducida, el desahucio planea sobre esta mujer que aguanta con dignidad la indignidad que está a punto de suceder. Decenas de activistas han dormido la noche anterior en la calle para impedir de nuevo que se ejecute el desahucio. Ya de día, aplauden, gritan y animan a esa mujer que, con serenidad, aguarda lo que el destino le tenga reservado. Aparece su abogado y los concentrados creen que son los ejecutores. De pronto, un joven grita: ‘¡Tranquilos, es de los nuestros!’ La historia acaba bien por el momento, porque técnicos de Servicios Sociales confirman que la persona está dentro de los cánones que impiden ese desahucio, es decir, una movilidad reducida. Así pues, tanto ella, como su hijo y los miembros de la PAH, pueden respirar tranquilos durante un tiempo indeterminado, hasta que “los malos” vuelvan a intentarlo.

La cadena de televisión muestra otros casos. La desesperación, la impotencia, la rabia y las lágrimas se apoderan de familias enteras, muchas de ellas estafadas, de padres, de niños y niñas de corta edad, de abuelos y abuelas que avalaron a sus hijos en la compra de un piso y, al quedarse sin trabajo, cobran los míseros 426 euros mensuales que a duras penas dan para comer. Y el pánico a no saber a dónde ir, a verse en la calle, a tener que arrastrarse para mendigar un refugio donde poder ducharse, donde poder dormir. Muchos prefieren no acudir a la familia, por vergüenza, con el objetivo de conservar ese pundonor que les evite la humillación. La mayoría lucha, pero la indiferencia y la inacción de las administraciones hacen mella en sus ya escuálidas fuerzas. El programa acaba recordándonos que este drama no ha acabado; que, a pesar de un descenso porcentual del número de ejecuciones, en España hay unos 150 al día, muchos más en este momento por el impago de alquileres. Los fondos buitre se frotan las manos y agrandan sus mochilas de indiferencia, de frialdad y de crueldad. La deshumanización es tan patente que hasta los medios de comunicación ignoran esta tragedia, como si ya la crisis hubiera desaparecido y nos quisieran lavar el cerebro para que viéramos otra realidad.

Catalunya es la comunidad autónoma donde más desahucios se practican diariamente, el 23 por ciento del total de España seguida por Andalucía, Madrid y la Comunidad Valenciana, con un aumento espectacular en la Región de Murcia. Las cifras son alarmantes.

Por ejemplo, en Madrid, la deuda media de los desahuciados ronda los 10.000 euros. Los ayuntamientos no disponen de vivienda pública de alquiler y no pueden asumir el aumento de las familias que se ven en la calle. No existe vivienda social y, a todo esto, se suma que muchos se acercan a los servicios sociales de Cáritas o la Cruz Roja que tampoco pueden responsabilizarse de esta situación. Sería muy fácil ir recordando cifras, porcentajes y números que, finalmente, son completamente fríos. Me niego a presentar realidad como una sucesión de guarismos con el objetivo de avivar las mentes de los que duermen en la ignorancia o se creen los bulos de que la crisis ha acabado. Yo soy más de observar esas lágrimas que recorren esos rostros llenos de cicatrices construidas día tras día por el dolor de la indiferencia; de sufrir ante esas miradas perdidas de niños y niñas que no entienden qué está pasando, aferrados a las piernas de sus padres, de sus abuelos, intentando asimilar algo. No me gusta, pero mis ojos perciben esa angustia permanente que traspasa la pantalla y llega a mi corazón, sin poder hacer nada. Y nuevamente contemplo la mezquindad y la falta de humanidad de ese cerrajero que repite sin pestañear que él hace su trabajo mientras los muebles y las personas son olvidadas en un rincón de la acera. Y me queda para siempre esa imagen del bombero, del policía, sacando por la ventana a una anciana mientras los gritos sucumben en la calle.

No es un relato ficticio. Ocurre cada día en nuestro país, en nuestra ciudad. Aunque no queramos verlo.

Foto portada: camisetas de la PAH Sabadell en el acto de celebración de su quinto aniversario. Autor: David B. 

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