‘El Papa de Évole: solo queda rezar’, por Josep Asensio

Jordi Évole la ha vuelto a clavar, permítanme la expresión. Había mucha expectación por conocer la entrevista con el Papa Francisco en toda su extensión. Días antes, La Sexta nos iba dando pequeñas pinceladas, minúsculas respuestas a preguntas de actualidad que el Santo Padre respondía sin ambigüedades. También nos recordaba el periplo del periodista catalán y de todo su equipo para conseguir esa entrevista, después de tres intensos años de trabajo, de perseverancia y de prudente espera. El éxito estaba asegurado. Évole es un especialista en medir bien sus palabras, en descifrar la personalidad de la persona que tiene delante y, consecuentemente, en explorar las posibilidades de un determinado interrogatorio para que resulte plenamente empático. Si, además, se trata de una personalidad mundial, como fue el caso, Évole se encuentra en su salsa, con una capacidad casi innata de prudencia y de respeto absolutos que convirtieron en programa Salvados del domingo, día 31 de marzo en uno de los más vistos, siendo líder único en esa hora.

A mi entender, el Papa respondió con vehemencia a las cautelosas preguntas de Évole. Su aparente fisonomía bondadosa se tornaba tristeza en la mayoría de las ocasiones porque el mundo se encuentra en una situación caótica de la que parece que no hay salida. La sola mención a Trump y a Maduro por parte de Évole desembocaron en una pesadumbre papal que solo alcanzó a responder “que llevan su camino, que lo tienen claro”.

El Papa Francisco no dejó títere con cabeza. Cargó contra la prensa que tenía como pilares la desinformación, la calumnia, la difamación y la coprofilia, el morbo, y criticó que nadie se atreviera a juzgar a quien utilizaba esas prácticas. Fue contundente contra los que construyen muros: “El que levanta un muro termina prisionero del muro que levantó”, dijo, y mostró nuevamente un semblante apenado cuando Évole le enseñó una de las cuchillas que se colocan en la valla en la frontera con Marruecos. Pequeñas sentencias sobrecogedoras iban llenando el programa Salvados, advirtiendo de los males de una sociedad donde el capitalismo salvaje sigue siendo el responsable de la guerra, y donde uno y otra estaban relacionados con la posesión de la riqueza, inquiriendo a los gobiernos que venden armas a no hablar de paz. No huyó de los juicios a los mercaderes del Vaticano, advirtiendo que eran humanos y por lo tanto nadie era inmune a los actos éticamente incorrectos.

En la entrevista no faltaron las referencias a los ahogados en el Mediterráneo, 35.000, según las últimas informaciones. El Papa fue también muy crítico con Europa, de la que dijo que se había olvidado de que millones de personas habían llamado a las puertas de América después de las dos guerras mundiales y de que estaba construida sobre la base de migrantes. Recordó el envejecimiento de la población europea y pidió coherencia a aquellos católicos que se daban golpes de pecho, que asistían a la iglesia, pero que veían con buenos ojos el olvido de los ahogados. A la Iglesia misma le pidió contribuir como cualquier ciudadano, a la pregunta de Évole referente a si tenía o no que pagar impuestos.

“Una sociedad no puede sonreír teniendo sus muertos escondidos”, sentenció, recordando el caso de los 30.000 desparecidos en Argentina y relacionándolos con los más de 100.000 enterrados en fosas españolas. Seguramente a algún político de la “derechita cobarde” se le atragantó la cena oyendo las palabras del Papa que abogaba por dignificar a los muertos, a darles sepultura, porque detrás de esos “huesos” hay personas.

El tema de los abusos fue tratado también con pesadumbre. El Papa animó a denunciarlos, a ir a la policía, pero recordó que formaban parte del encubrimiento de la época, donde todo abuso, también el familiar, se tapaba. Renunció a actuar impulsivamente, con un ejemplo clarificador. “Si hago ahorcar a 100 curas en la plaza, mucha gente me aplaudiría”, prefiriendo “iniciar procesos sanadores. La mujer tuvo un pequeño espacio, mostrando tristeza al conocer que el único momento de la aparición de mujeres en la visita de Benedicto XVI a la Sagrada Familia de Barcelona, fue para limpiar el altar, aprovechando para reivindicar un papel más importante en la Iglesia, lejos de la servidumbre que ocupaba actualmente.

Pero seguramente, el momento más tenso fue cuanto Évole le planteó el tema de la homosexualidad. Me resulta sorprendente que la mayoría de diarios abrieran sus páginas con la afirmación del Papa en el sentido de que si unos padres tenían un hijo homosexual debían ir a un profesional. Me parece muy injusto que su implicación en los desórdenes mundiales, en contra del capitalismo salvaje, de los líderes ególatras, de la invisibilidad de la pobreza, de la guerra, de los muros, de los abusos y de los muertos en las cunetas, fuera deliberadamente obviado para resaltar un único momento de vacilación. Seguramente esos medios son los que están inmersos en esa orgía de morbo, falsedades y mentiras y les duele que el Papa les critique. A mi entender, el Papa fue honesto con sus convicciones, afirmando con contundencia que las familias no pueden echar de sus casas a un hijo por ser homosexual. Es un gran paso. Exigió respeto a las diversas tendencias sexuales, aunque parece ser que la mención al “profesional” ha sido mal interpretada. A mi juicio, creo que se refería a una ayuda para que el niño, el adolescente o el joven se aceptara a sí mismo y no para sanarle o para curarle de una “tendencia anormal”. Aunque estemos en pleno siglo XXI, la homosexualidad no está plenamente aceptada en el mundo y pienso sinceramente que el Papa quería resaltar que esa persona, ese psicólogo, debía ser un apoyo y no un sanador.

Me sorprendió que Évole no le preguntara sobre el medio ambiente, sobre la destrucción del planeta y sobre las consecuencias del cambio climático que van a ser letales para la supervivencia humana. Y me impresionaron mucho las palabras del Papa afirmando que nos encontrábamos en una “tercera guerra mundial a pedacitos”, porque denotan una derrota absoluta del papel de mediador de un dirigente mundial. Eso es lo que yo destaco de la entrevista. Un dolor también absoluto por ser ignorado, por, a pesar de los intentos, no poder conseguir esa paz necesaria en el mundo, reconociendo que cada uno va a lo suyo, ignorando el interés común, el daño a los semejantes. Ese muro al que hizo referencia es también la metáfora de nuestra sociedad. Sociedades conectadas y no comunicadas, muros y más muros que nos aíslan, que nos hacen más pobres en todos los sentidos y que nos hacen creer que estamos a salvo. La realidad es que no entendemos que estamos en el mismo barco y que o nos salvamos todos o no se salva ni Dios. Desgraciadamente, solo nos queda rezar.

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