‘El respeto por los suelos’, por Josep Asensio

No sé, tengo la sensación de que el deterioro de los valores es tan enorme que ya cada uno los adapta a sus propios intereses. “Democracia”, “fascismo”, “exilio y exiliados”, “libertad de expresión”, “pluralidad” y “respeto” eran hace tan solo una década términos claros, de una evidencia completa, de un significado casi sellado, lacrado por la propia sociedad que era, y lo digo en pasado, fiel a esos conceptos. Ahora, cualquiera se atreve a desvirtuarlos, a prostituirlos en su propio beneficio, intentando de manera maniquea distorsionar su significado para que los receptores del mensaje perciban una realidad que ni mucho menos es la verdadera. La retórica ya no combate la mentira, sino que la conforta y la excita. Es muy importante que los que todavía conocemos la idea primera de esas nociones que se quieren manipular, lo digamos, lo escribamos, ya que, en caso contrario, pasarán a formar parte de las mentiras de la Historia.

Un ejemplo lo hemos tenido con la retirada del nombre del almirante Pascual Cervera a una calle en Barcelona por parte de la alcaldesa, Ada Colau, tachándolo de “facha”, cuando el fascismo no existía en esa época. Parece mentira cómo la objetividad es cruelmente vilipendiada y se ponen sobre la mesa pensamientos que no son ni mucho menos reales. Pero todavía es más grave que esto lo practiquen personas que pudiéramos pensar que tienen un mínimo de cultura. Una metedura de pata que va a perpetuarse en el tiempo.

Foto portada: l'alcaldessa de Barcelona, Ada Colau. Autor: ACN.
L’alcaldessa de Barcelona, Ada Colau. Autor: ACN.

Igualmente deplorable la actitud del presidente del Barça arengando a los asistentes a la final de la Copa del Rey de fútbol a silbar al monarca y a mostrar su rechazo a la “situación política”, obviando, de una parte, la pluralidad que creo yo que aún existe en su club, y por otra las miles de peñas barcelonistas repartidas por toda la geografía española. Todavía más grave el hecho de proclamarse como portavoz de todo un pueblo, lo que lo convierte en un mero títere de los que todavía siguen vendiendo ese concepto igualmente pervertido.

De hecho, esas actitudes provocan no solo el rechazo de una parte importante de la sociedad, sino acciones paralelas que alientan la confrontación, esa violencia, de momento de baja intensidad, pero preocupante. Aparentemente festiva, lleva un odio implícito que puede desembocar en cualquier momento en un aterrador conflicto civil que algunos ya empiezan a percibir. Silbar a un político o a un monarca no es en sí un hecho delictivo, aunque sí lamentable, y que puede dar lugar a escenarios no deseables. Aprovechar la final de la copa de fútbol, para mostrar sentimientos ajenos al deporte, buscando choques que nada tienen que ver con los valores que se debieran transmitir, demuestra no solo una falta total de ética, sino que en el fondo los instigadores de esos actos ‘pacíficos desean que adquieran tintes xenófobos y racistas, con lo que esto mismo lleva implícito de odio.

El president del Futbol Club Barcelona, Josep Maria Bartomeu.
El president del Futbol Club Barcelona, Josep Maria Bartomeu.

Toda acción comporta consecuencias y desde hace tiempo las turbas amarillas no anhelan una sociedad mejor, muy al contrario, buscan por todos los medios provocar a los contrarios con fines malévolos y conseguir el desastre total en el que visualizan una nueva sociedad. Los objetos amarillos, que bien pudieran simbolizar una manera de pensar, pacífica, en principio, desafían y retan al resto que se pavonea con otros de otros colores. ¿Dónde queda el fútbol en todo esto? En ningún lugar, arrinconado, despreciado y ninguneado por los propios directivos que incitan a esa violencia visual y verbal, sin apercibirse que serán culpables cuando salte la chispa y haya un muerto en la grada. Después vendrán los lamentos, los apoyos, las llamadas a la calma, a la convivencia, minutos de silencio y placas conmemorativas. Ya será demasiado tarde. El daño ya estará hecho.

Mientras tanto, el dolor provocado en los sentimientos de esas peñas barcelonistas distribuidas por el mundo es una realidad. Durante décadas se compartieron complicidades y sentimientos más allá de las nacionalidades y las lenguas. Las trobades de peñas eran históricas allí donde se celebraban y la camiseta blaugrana fusionaba gentes de toda condición. Se trababan amistades y se cantaba el himno en catalán en Segovia y en Madrid, en Londres y en Montevideo y cualquier español lejos de su país se acercaba a la sede de la peña barcelonista para apaciguar su añoranza. El fanatismo lo mata todo y no deja rastro de respeto. Lo han conseguido poco a poco pero con una rotundidad tan sólida que se expande como una mancha de petróleo. ¿Seremos capaces de revertir la situación antes de que sea demasiado tarde?

Foto portada: Iniesta recogiendo la Copa del Rey. 

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