“Primero, fascinan a los tontos. Luego, amordazan a los inteligentes”.

Bertrand Russell, filosofo

“El elector español tiene ante la urna dos opciones; la Europa de las libertades, la tolerancia y la cultura de la Ilustración o retroceder a tiempos oscuros y desenlace incierto que fueron los que despertaron la conciencia de los que pusieron las bases para que surgiera una Europa que ahuyentase los fantasmas del pasado”.

José Antonio Martín Pallín. Abogado. Exfiscal y exmagistrado del Tribunal Supremo.

Llevan semanas anunciándonos la debacle en Europa según los resultados de las elecciones que se puedan producir mañana día 9 de junio. Las encuestas son, muchas veces, inquisitorias, malas agoreras, indicadoras de tendencias que, desgraciadamente pueden inclinar al votante a dejarse llevar de una manera nada consciente. De hecho, lo peor de estas semanas de campaña son los blanqueamientos que se han producido con respecto a la extrema derecha. Da la sensación de que hay un interés mediático por aupar a cierto tipo de líder que ha accedido al poder de manera democrática, incluso con una sonrisa más o menos dibujada metafóricamente por la prensa, pero que, a hurtadillas, está socavando el estado del bienestar, el pilar más importante de esta Europa tan convulsa en todos los aspectos.

Es quizás la presidenta italiana, Giorgia Meloni, la que representa esta especie de ola ultra escondida en un envoltorio pragmático y moderado de cara a la galería, pero mordaz y cruel con sus propios ciudadanos. Dirigentes del PP europeo, incluido Feijóo, la ven como un modelo, “no le parece de ultraderecha”, asegura. Claro que no, porque lo que es realmente es neofascista. Ursula von der Leyen ya ha anunciado que pactará con Meloni, a la que considera “asumible”. Como digo, no solamente un blanqueamiento de la extrema derecha, sino una admisión de sus principios, una aceptación intrínseca de un camino que nos puede llevar a la desaparición de Europa tal y la conocemos en estos momentos. Meloni, a pesar de esa ponderación en Europa, representa lo más duro contra la emigración, permite entrar ultras a boicotear las clínicas de aborto, impide la filiación de hijos de parejas homosexuales y ha iniciado ya la guerra contra la libertad de expresión en su país, controlando a todos los medios de comunicación. Es el ideario de Benito Mussolini.

En España, el PP y Vox siguen ese mismo camino. Ya no lo esconden porque es muy visible en los ayuntamientos y en las comunidades autónomas donde gobiernan. Supresión de ayudas sociales, retirada de libros y revistas en las bibliotecas, control absoluto de la prensa y de la televisión, potenciación de la sanidad y de la educación privadas, dinero público para la construcción de hospitales y universidades privadas, señalamiento al colectivo LGTBIQ+, boicot a películas, actores, obras de teatro, y, como seña de identidad propia, el impulso de los toros como actividad plenamente cultural.

Lejos de nuestras fronteras, en Holanda, en Hungría, en Polonia, en Chequia, la extrema derecha ha accedido al poder con discursos muy parecidos a los de PP y Vox en España. Banderas y más banderas, patriotismo exacerbado, agitación del campo mediante proclamas también patrióticas, negación del cambio climático más o menos edulcorado, culpabilización a colectivos vulnerables de la situación en sus respectivos países, utilización de terminología accesible mediante redes sociales y bulos. En España, como hay que ser diferentes, un neofascista simpático con la ultraderecha, Pablo Motos, programa una entrevista con Felipe González en plena campaña electoral, para, otra vez, blanquear a esa extrema derecha atacando a José Luis Rodríguez Zapatero y a Pedro Sánchez. No es casualidad. Es un acto ignominioso con unos objetivos concretos: socavar los cimientos de una Europa democrática y fuerte con los valores humanistas. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Felipe, aceptando sin pestañear, todos y cada uno de los principios de la FAES de Aznar! ¡Vergüenza absoluta!

Lo que se dilucida mañana no es solamente la composición del parlamento europeo. Me atrevo a decir que con nuestro voto podemos inclinar la balanza hacia una Europa solidaria, unida en este mundo agitado, basada en la libertad, en la igualdad y en la fraternidad o hacia el más cruel de los individualismos, encerrados en nuestras fronteras esperando que el cambio climático no pase por nuestra puerta, aislados frente a nuestras pantallas esperando un salvador patriótico que, lo sabemos, también va a mirar por él mismo.

Los desafíos a los que se enfrenta Europa en la próxima década no son una broma. La agenda 2030 para el desarrollo sostenible, “un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia”, debiera ser el medio para un mundo mejor. La derecha y la extrema derecha no quieren oír ni hablar de estos “17 Objetivos con 169 metas de carácter integrado e indivisible que abarcan las esferas económica, social y ambiental, centradas especialmente en las necesidades de los más pobres y vulnerables”. Porque para el fascismo, sobran siempre los pobres. Y no solo eso; esa reactivación de la guerra como motor de la libertad, esa falacia que pretende convencernos de que solo invirtiendo en la industria bélica vamos a conseguir ser libres, forma parte de sus principios. Del “comunismo o libertad”, han pasado a “guerra o libertad”, el enemigo exterior de siempre con el objetivo de taparnos los ojos a la realidad que nos esconden.

Europa son sus gentes, sus lenguas, su gastronomía, su cultura, su diversidad. Nació desde la paz y nos amenazan con la guerra. Nuestro silencio, nuestra abstención, el voto hacia posiciones que animan a la destrucción de la convivencia, a los que consideran la justicia social “aberrante”, es y será cómplice de lo que venga después. Algunos piensan incluso en votar a un loco que se autodefine como “analfabeto académico” que publicó en sus redes una foto de la hija de Pedro Sánchez, admirador de Milei, y que confiesa que quiere destruir la democracia. Otro “salvador de la patria” con vocabulario convenientemente prostituido.

Mañana está en juego ni más ni menos que la salvaguarda del humanismo. Si no somos capaces de valorar lo que tenemos, de asentar esas convicciones por las que nació Europa, de colocar a la ética en el lugar que se merece, entonces el fracaso será absoluto y las heridas perpetuas. Quiero acabar con las palabras de la periodista Rosa María Artal: “Según la leyenda griega, el toro brotó del mar, raptó a Europa y engendró con Pasífae un monstruo: el Minotauro que quedó encerrado en su laberinto. Ni tanto ni tan poco como pensar que Europa vive o se suicida: es un territorio. Son sus mandos quienes marcan directrices y sus ciudadanos quienes tienen la última palabra. ¿Lo saben de verdad?, ¿a conciencia? Habrá que recordárselo también. No deberían votar destrucción. Ni raptos. Ni laberintos. Cada día es más necesario y más hermoso apostar por la vida”. Humanismo o suicidio.

L’espai d’opinió reflecteix la visió personal de l’autor de l’article. iSabadell només la reprodueix.

Foto portada: la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, i la presidenta de la Comissió Europea, el govern comunitari, l’alemanya Ursula vor Der Leyen.

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