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‘Feijóo: el siniestro camino hacia el odio’, por Josep Asensio

“Feijóo no sabe inglés, y tiene un gallego deplorable, pero su cabeza sí le alcanza para un discurso en castellano lo suficientemente peligroso como para mantener viva la llama del odio que los buenos católicos conservan intacta, porque jamás la dejaron apagar”.

Manuel Saco, periodista

Mi-se-ra-ble. Esas cuatro sílabas pueden definir claramente la actitud de este político que no ha sabido o no ha querido permanecer en silencio ante el asesinato de Diego Valencia, el sacristán de la iglesia de Nuestra Señora de La Palma, en Algeciras, el pasado 26 de enero. Hay que ser muy imprudente para afirmar, pocas horas después del homicidio, que “hace muchos siglos que no se ve a un cristiano matando en nombre de su religión, pero hay otros pueblos que tienen ciudadanos que sí lo hacen”. Imprudente es poco, ahora que lo pienso. La acción de un trastornado, no tiene nada que ver con la religión, pero es que, si hubiera un vínculo, es muy perverso querer aprovecharse en beneficio propio, de un partido, a todos los efectos, para intentar atraer hacia sí al electorado más extremista. Desgraciadamente, no estamos ante un hecho aislado. Muchas veces, cuando se produce un asesinato, vamos directos a investigar la nacionalidad del actuante, su religión, sus rasgos físicos, lo que sea para señalar, para estigmatizar aún más a colectivos diversos.

Al enterarme de ese homicidio, pensé que inmediatamente iba a salir Vox a decir la suya. No me equivoqué. El odio que sale de cualquier representante de esta formación es tan salvaje, tan evidente, efectuado con esa puesta en escena lingüística tan significativa, que pretende ni más ni menos que agitar las mentes de los incultos, de los que no se enteran de nada, de los que, en la intimidad de sus círculos, pueden mostrarlo. Les salva esta democracia imperfecta que permite, incluso, arengar a las masas contra millones de españoles con religiones diferentes, con tendencias sexuales diversas, con pensamientos que, según ellos, atentan contra todos.

Dicen que las instituciones son fuertes, que el estado de derecho posee mecanismos para enfrentarse a esos iluminados. Pero da la sensación de que los poderosos son ellos, los que, en la tristeza y en el contratiempo, lanzan insultos e injurias contra gentes que levantan el país cada día, que intentan llevar vidas más o menos dignas, que se tiran a los campos andaluces y murcianos a recoger la cosecha que otros no quieren; y por míseros sueldos, en negro, trasladados en camionetas ilegales antes de que salga el sol. Y a esos, a esos precisamente, les llaman terroristas, a todos, a sus mujeres, a sus hijos, a cualquiera que vista diferente, a cualquiera que entre en un lugar de culto que no sea una iglesia católica.

Y vuelvo a Feijóo, un esperpento que no sabe bien adónde va, un ser grotesco que va y viene, que dice una cosa y la contraria, que pide algo que su propio partido ya rechazó en su momento, indicios de un envoltorio falso, de una estructura que se va a pique, sin ideas, sin propuestas. Ahora se ha convertido en católico, apostólico y romano, defensor de la religión que ha ajusticiado y asesinado a más gente a lo largo de la historia. Porque las guerras lo han sido mayoritariamente por la religión, quizás no tanto en estos últimos años. No se puede hablar alegremente y menos con un muerto todavía tapado por una manta en medio de la calle. No, señor Feijóo. No todo vale para captar votos, aunque creo que usted ya ha asimilado que vale cualquier cosa para acusar al “sanchismo”, como ustedes lo llaman, de todos los males de la sociedad española, de Europa, del mundo. Se imponía la sensatez, la moderación, esperar a que la investigación estuviera avanzada. Bastaba con ponerse al lado de los familiares y amigos de la víctima; pero no, usted saltó de su espacio de confort al saber que el asesino era marroquí. Le bastó con eso para frotarse las manos y hacer declaraciones poco afortunadas, despreciables.

Esa religión católica a la que usted defendió salió en tromba en defensa de todos los colectivos. Como debía ser, mostrando mucha más inteligencia y madurez que usted, señor Feijóo. En este sentido, el secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Francisco César García Magán, pidió dejar que las autoridades policiales hicieran su trabajo y determinaran las causas de esos “hechos execrables”, haciendo un llamamiento a los cristianos para «procurar mantener la convivencia y no adelantarse a los acontecimientos». Además, hizo hincapié en que no hubo una motivación religiosa, de odio a la fe y que era importantísimo no “demonizar a colectivos o grupos en general”. Hay más, señor Feijóo; los primeros en condenar el ataque y el asesinato del sacristán de la iglesia de Nuestra Señora de La Palma, en Algeciras, fueron los miembros de la Comunidad Islámica, que coincidieron con los de la Conferencia Episcopal en hacer un llamamiento a mantener la convivencia entre los habitantes de Algeciras y calificando el ataque como “cruel y mezquino”.

Usted no lo ha hecho, señor Feijóo. Usted no solo no ha hablado de convivencia, sino que ha expresado una animadversión contra los aproximadamente dos millones de personas residentes en España que profesan la religión musulmana, siguiendo con exactitud el mismo método que utiliza la extrema derecha en Europa y en Estados Unidos: seleccionar un caso particular, cuyos ingredientes son un asesinato (o una agresión) y que el autor sea una persona migrante. El caldo de cultivo del odio está servido. Después basta con desinformar en redes sociales, azuzar para que los de siempre escriban artículos de contenido sesgado en prensa amiga y de ahí a la opinión pública en general que ya no discierne lo que es verdad y lo que es mentira. Algún medio de comunicación le llama a usted y a Abascal “parásitos del dolor”; otros se preguntan si hay algo de ignorancia o es mala fe. Pero claro, ¿qué se puede esperar de un personaje como usted que sigue aprovechándose del dolor causado por la banda terrorista ETA, asegurándonos que sigue matando? Una cosa es no olvidar y otra muy distinta mentir. Se lo ha recordado esta misma semana Consuelo Ordóñez, hermana del concejal del PP asesinado por ETA Gregorio Ordóñez. ¿Hay algo más mezquino que intentar sacar rédito electoral de la muerte de personas?

Yo no le voy a insultar, que es lo que se merecería. Le voy a redirigir a un artículo del escritor y periodista Juan José Téllez, en el que retrata fielmente la sociedad algecireña, recordando y advirtiendo que allí, convivencia entre culturas y religiones es única. Es muy probable, también, que haya querido borrar de un plumazo una parte muy dolorosa de nuestra historia que todavía se esconde en muchas cunetas de España, pero Franco mató en nombre de dios hasta el último día, como le recuerda algún periodista, porque justificó la sublevación contra la democracia como una “cruzada” o “guerra santa”. Que no se le olvide.

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