“Meloni ha aportado estabilidad y Abascal nos arreglaría el problema con Marine Le Pen”.
Felipe González, expresidente del gobierno de España
Debe ser complicado hacerse mayor y no darse cuenta. Me dan mucha pena esas personas a las que vas viendo degradarse poco a poco, pensando en lo que habían sido y en lo que se van convirtiendo. No solamente se trata de su aspecto físico, sino también de su torpeza al hablar, sus desvaríos, su desmemoria. Esa decrepitud a la que vamos a llegar muchos, algunos prefieren llevarla con elegancia, con dignidad, con el convencimiento de que no hay remedio posible, con la esperanza de que tan solo sean lagunas de memoria o despistes pasajeros y no una enfermedad irreversible. Otros se aferran a una juventud pasada, a los recuerdos, a una incesante argumentación donde se plasma lo que fueron, lo importantes que fueron; todo, absolutamente todo, en pasado, como queriendo reivindicar que siguen activos, que sus palabras deben ser tomadas en consideración, como si estuvieran por encima del bien y del mal. En definitiva, no aceptando su evolución y denigrando las opiniones de los demás, negando, incluso, la democracia con la que se les llenaba la boca en otros tiempos.
Uno de esos casos digno de estudio es el de Felipe González. Para una persona de mi generación, representó en su momento un referente, un modelo de hacer una política diferente. Me atrevo a decir que, después de un intento de golpe de Estado en 1981, la llegada de Felipe González a la presidencia del gobierno en 1982, significó algo así como un rechazo a planteamientos fascistas y retrógrados, un barrido absoluto de nostálgicos del franquismo y una bocanada de democracia activa en favor de los ciudadanos. No voy a explicar aquí toda su trayectoria política, porque, con el tiempo, hemos podido observar que sus años en el gobierno no fueron tan rectos como nos ofrecen algunas biografías.
Felipe González tuvo la oportunidad de cambiarlo todo con sus mayorías absolutas. Desde los acuerdos con la Santa Sede para que la religión saliera de las escuelas públicas, hasta que estas fueran las únicas pagadas por el Estado. También de redactar leyes de memoria histórica y dar la dignidad que se merecían a los miles de represaliados por el franquismo que aún siguen en cunetas y fosas comunes. Es verdad que hubo que luchar contra el terrorismo de ETA, pero eso no era excusa para poder poner en marcha políticas de izquierdas con las que se llenaba la boca en mítines multitudinarios. Varias décadas después, hemos visto que quizás todo fue un paripé, una puesta en escena grandilocuente donde no se tocó ni uno solo de los pilares del estado, esos que algunos llaman ‘cloacas’ y otros poderes fácticos. Nunca se tocó nada porque el ‘atado y bien atado’ de Franco lo siguió al pie de la letra el líder socialista.
Al dejar la política activa, Felipe González apareció en su yate “recuperando la sencilla condición de ciudadano”, barrigón, con un puro en la boca y disfrutando de una jubilación a cuerpo de rey. A muchos se nos abrieron los ojos y vimos en él un montaje, un individuo apegado a esa casta que sigue mandando por encima de los ciudadanos. Y, lo más sorprendente fue que nunca dejó de hablar, de opinar, de maltratar a los dirigentes socialistas que le sucedieron. Atacó a José Luis Rodríguez Zapatero, se alineó sin ningún pudor con los postulados de José María Aznar, arremetió contra Pedro Sánchez en todas y cada una de sus decisiones. Y lo sigue haciendo.
Ahora ha dado un paso más afirmando que la fascista Giorgia Meloni, admiradora de Mussolini, ha dado “estabilidad” a Italia. No es una broma. De hecho, solamente le falta asistir a uno de esos mítines de la internacional fascista y sentarse junto a Santiago Abascal. No queda mucho para que lo veamos. Lo consiguieron con Ramón Tamames. Cosas más raras hemos visto. Esa frase, ese apoyo explícito a Meloni por parte de Felipe González, también lo es a Milei y a la extrema derecha francesa.
¿Debiera de preocuparnos la deriva fascistoide de González? Para nada. Su credibilidad es nula porque su capacidad de entender lo que está pasando también lo es. Una persona que ha abrazado y de qué manera, tesis que nos llevaron a la Segunda Guerra Mundial, solo puede estar enferma. Una persona que es incapaz de sentir algo de empatía por las víctimas del franquismo, que es indiferente a tanto desprecio por parte de ayuntamientos e instituciones gobernadas por PP y Vox, que no dice nada cuando la extrema derecha rompe la foto de una mujer fusilada por los fascistas, tiene que tener nuestra desconsideración más absoluta. Y si, además, calla ante el genocidio en Gaza y Cisjordania, entonces no puede ser nada más que un montruo.
Lo explica muy bien Pedro Luis Angosto, Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM y colaborador en diversas publicaciones, en su artículo De la caverna. Me quedo especialmente con este párrafo:
“Calló, guardó silencio sepulcral, no se dio por aludido, como tampoco dijo nada cuando aprobaron la Ley Mordaza, cuando Ayuso dictó los protocolos que dejaron sin asistencia a miles de ancianos durante el periodo más duro de la pandemia. No se oyó su voz cuando los asuntos de Bárcenas, Cifuentes, Zaplana, Fernández Díaz, su tocayo González, Granados, Valcárcel, Aguirre, Barberá y esa infinita nómina de políticos tocados por la mano de Dios. Lo mismo sucede con las matanzas de palestinos, el cambio climático, el avance de la extrema derecha en el mundo o la ilegalidad del Consejo General del Poder Judicial, cinco años caducado y bajo el control del Partido Popular. Felipe González es dueño de sus silencios, pero todos sabemos que significan cuando sólo se oye su voz para poner de vuelta y media a quien actualmente dirige su partido y mostrar, sin complejos, su apoyo a quienes están enfrente utilizando instrumentos impropios de una democracia”.
Diciendo todo esto, sé que muchos de mis lectores pueden pensar que, si hay de obviar o despreciar sus palabras, por qué escribo esto y le doy visibilidad. Quizás estaría mejor no decir nada como muestra de mi repulsa. “A palabras necias, oídos sordos”. Pero no, no creo que no diciendo nada podamos avanzar en una sociedad más libre. Esa libertad que ahora proclama González de la mano de Isabel Díaz Ayuso, es la misma que mata de hambre a miles de personas en Argentina, la misma que ataca a colectivos vulnerables en Italia, la misma que retira libros en bibliotecas y suprime obras de teatro y películas en pueblos y ciudades españolas. La misma, también, que niega el cambio climático y la violencia de género y persigue a la comunidad LGTBIQ+. La misma que puede gobernar en Francia. Y parece que Felipe González está feliz con todo esto. O eso o que ya no es persona. Otro más al que le van las motosierras; otro más que reniega del humanismo. No lo vamos a olvidar.
Foto portada: l’expresident del govern, Felipe González. / Europa Press News.