‘Humillar para triunfar (con buena pasta)’, por Josep Asensio

“La televisión de la crueldad es aquella que convierte en espectáculo la denigración y el sufrimiento del ser humano. Se trata de un producto que, basado en la humillación, despierta los instintos más bajos de la audiencia. Ver a alguien pasarlo mal es, a tenor de los datos, un éxito seguro. Telecinco ha basado buena parte de su parrilla en exponer a sus colaboradores a toda clase de escarnios”.

Manuel Ligero, periodista

He acabado de leer uno de los libros que más me ha impactado en estos últimos meses. Se trata de Tierra de Eloy Moreno, escritor que desconocía por completo y que ya había triunfado con El bolígrafo de gel verde o Lo que encontré bajo el sofá. En Tierra, la trama es adictiva, gracias a sus cortos capítulos y a dejarnos desconcertados con cada revelación. Pero lo que más llama la atención son sus reflexiones, sus pensamientos casi filosóficos, en torno a la destrucción del planeta, también a nivel de pensamiento. La sociedad que nos muestra es muy actual: dominada, alienada, pendiente de las redes sociales y manipulada hasta límites insospechados sin percatarse de ello. La novela se inicia con un concurso en el que ocho personas han decidido, voluntariamente, inscribirse y que consiste en aislarse del mundo para siempre. La audiencia cree conocer todo sobre ellos, pero ni siquiera sospechan las razones por las que han tomado esa decisión. No puedo ni debo explicar más, porque, como dice el propio escritor en su página web, “no puedo explicarte de qué trata este libro porque eso rompería su magia, pero te aseguro que, cuando acabes de leerlo, verás el mundo de forma distinta”.

Eloy Moreno nos plantea una televisión que ya existe. Una sucesión de programas, tertulianos, gentes sin oficio ni beneficio, individuos sin escrúpulos, que durante horas y horas se sientan en los platós a destripar a otros personajes, incluso a ellos mismos. Está claro que Telecinco es la cadena que más entra dentro de esos parámetros y que está cimentada en el morbo, en la humillación constante y en la necesidad de provocar para atraer a una audiencia en aumento.

La polémica y el escándalo forman parte de unos programas que se parecen como dos gotas de agua. Tanto Sálvame, como Supervivientes como Mujeres y hombres y viceversa se someten a esa estructura donde, estoy seguro, los participantes firman cláusulas de dudosa ética, donde todo está absolutamente programado y donde los guionistas de la cadena pueden hacer y deshacer en función de las audiencias. Si estas bajan, se añaden dosis de sexo o de sospechas llegadas mediante llamadas o soplos de supuestos colaboradores. Toda una auténtica mentira y que sirve para alargar horas y horas el espectáculo. Una mentira que muchos espectadores creen cierta, cuando la realidad es que se trata de un espectáculo en donde no falta el insulto para hacerlo más creíble. El problema es que, de un tiempo a esta parte, los participantes en esa fantochada se han visto obligados (una obligación en cierto modo gustosa, gracias al dinero que ganan) a destriparse entre ellos, sacando lo peor de ellos mismos, entre lloros y gritos (¿son puro teatro?), salidas de tono y marchas del plató entre improperios diversos. Acabado Supervivientes, la cadena controlada por Silvio Berlusconi pone en marcha La casa fuerte, otro bodrio televisivo donde la incultura de los participantes es inversamente proporcional a la cantidad de términos injuriosos. Ya desde el primer programa, como para querer triunfar rápidamente, los concursantes, todos ellos famosillos venidos a menos, se han despachado a gusto con graves acusaciones. Otro montaje.

Cinco horas diarias de Sálvame en sus diferentes formatos, más otras cuatro horas los sábados conforman un conglomerado de patetismo impresionante. Por una parte, podríamos pensar que esa lista interminable de seres que se arrastran por los platós mendigando sueldos y visibilidad, son conscientes de que pierden la intimidad y saben perfectamente a lo que se exponen cuando firman el contrato. Parece ser que en Telecinco no existe la más mínima intención de proteger a sus trabajadores, muy al contrario, se potencia la emotividad hasta el límite, hasta que el entrevistado o el propio entrevistador se desmorona, cae abatido por las críticas, por las evidencias, sean estas falsas o no, sean fruto de un polígrafo desnaturalizado o de “trabajo del equipo de investigación”.

Ese escándalo, esa perversidad, podría ser fruto de un complejo entramado escénico donde, como en el libro de Eloy Moreno, todo, absolutamente todo, está planificado. Entonces se estaría haciendo creer al espectador cosas que no son, induciéndole al engaño continuo. Se trataría pues, más de un espectáculo teatral, un entretenimiento fingido en el que, al finalizar, cada uno se va a su casa como si no pasara nada.

¿No tendría que advertirse, como se hace en algunas películas, de que los hechos expuestos y las situaciones, son meramente inventadas? ¿Qué sentido tiene abrirse en canal para que la audiencia aplauda el morbo? ¿Sólo el que una decena de frustrados ganen un dinero a costa de nuestra ingenuidad? ¿Por qué seguimos sentados frente al televisor, absortos y enganchados a ese cúmulo de miserias sabiendo que por dentro esos sujetos se hacen ricos a nuestra costa? ¿Es el aburrimiento y nuestras tristes vidas los que aplanan el camino hacia la visión inerte de la humillación y de la vejación en directo?

Lo incomprensible de todo esto es que, si sabemos que todo es una falsedad, un montaje, nos enzarcemos en conversaciones en las que creemos que es verdad. Durante una semana ha estado corriendo en redes sociales la discusión entre Mila Ximénez y Marta López, un choque de tintes verdaderamente dramáticos. Y no digamos del escarnio (estoy completamente seguro que más falso que un billete de euro) sufrido por Antonio Montero por parte de María Patiño, una auténtica especialista en saber descuartizar a todo aquel que se le pone delante. Todavía más sorprendente que la audiencia se crea las votaciones de Supervivientes y la salida airada de Hugo, como si fuera realmente un maleducado. Todo está escrito, hasta el más mínimo detalle. Y no digamos de las lágrimas de cocodrilo de Belén Esteban y el numerito de Jorge Javier saliendo airadamente del plató la semana pasada. Un artificio que llena las redes y aumenta las audiencias. Aunque aquí tengo serias dudas de que estuviera preparado, dada la turbulenta relación personal entre los dos que dura desde que, a mi entender, Belén Esteban no pudo ganar el pulso a Jorge Javier en lo referente a la presentación del programa estrella de Telecinco.

Lo malo es que esas actuaciones se han perpetuado en la mayoría de programas de Telecinco, trasladándose a otras cadenas, lo que ha significado también una forma de comunicación que quebranta la convivencia. Nos rasgamos las vestiduras cuando vemos y oímos a nuestros políticos profiriéndose insultos y hasta amenazas en el Congreso de los Diputados, pero esa misma tarde aceptamos sin rechistar que cuatro vendidos, dirigidos por un falso (otro más) Jorge Javier Vázquez, se destrocen entre ellos. No es baladí todo este espectáculo. Las nuevas generaciones hacen lo que ven, y mientras se intentan inculcar mensajes de entendimiento, de empatía, de educación, de solución de conflictos intercediendo entre las partes, mediando, otros prefieren insuflar el morbo para que permanezca en nuestras mentes. Me dirán que tenemos libertad para apagar la tele. Pero esa libertad no existe mientras se suplanten personalidades, se incite a la mentira, se estimulen las noticias y las actuaciones falsas como base de una programación. Se necesitan de tal modo, que no puede haber ética sin libertad, ni libertad sin ética.

Foto portada: el presentador de Sálvame, Jorge Javier Vázquez, y Belén Esteban, el pasado sábado. 

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