“El pasado domingo, la mayoría de la derecha francesa sintió la misma vergüenza que los partidos de izquierdas ante la posibilidad de dejar mandar a los ultras. Comparten una idea similar de sociedad democrática, sostienen un cierto modelo de país en el que creer”.
Javier Pérez Andújar, escritor
Algunos han descubierto ahora el sistema electoral francés. Algunos también han pensado siempre que Macron era el presidente del gobierno, cuando lo es de la república francesa. Otros ni tan siquiera conocen el nombre del primer ministro galo. El caso es que estas elecciones celebradas en Francia han despertado un interés inusitado también en las personas que normalmente no se preocupan por la política. Quizás el hecho de que una democracia importante como la francesa pudiera verse abocada a un gobierno de extrema derecha, ha provocado precisamente esa disposición a interpretar lo que allí estaba pasando.
Y, muy probablemente, lo primero ha sido entender esa doble vuelta de las elecciones, donde en la primera se presentan todos los partidos y si alguno saca la mayoría absoluta, ya directamente se lleva ese diputado concreto al parlamento. Porque, además, las listas son por circunscripciones, donde se presenta un candidato, no una lista cerrada, por lo que es la persona, vinculada o no a una formación política, la que gana el escaño. En la segunda vuelta acceden los partidos que han recibido al menos el 12,5% de los votos inscritos. Si superan esta cifra de apoyos, pueden pasar tres o más candidatos, aunque lo normal es que sean dos, repartiéndose en la mayoría de los casos entre la izquierda y la derecha.
Lo significativo y más importante que Francia ha demostrado en esta Europa convulsa es una alta concienciación en los valores de la república. Ese lema tan profundo, liberté, egalité, fraternité, que se inspira en los principios de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 ha funcionado en Francia durante décadas, barrando el paso a una extrema derecha racista, homófoba e islamófoba. Cabe recordar que el Frente Nacional (ahora Agrupación Nacional, RN por sus siglas en francés) fue fundado por el padre de Marine, Jean-Marie, en 1972 y por otros colaboracionistas nazis y negacionistas del Holocausto. En 2011, Marine Le Pen cogió las riendas del partido y durante todo este tiempo ha trabajado para blanquear a ese fascismo rancio y dotarlo de una cara más o menos amable, integrando en sus filas a personas abiertamente homosexuales y suavizando su posición frente al aborto. También abandonó la idea de convocar un referéndum para la salida de Francia de la Unión Europea. De hecho, en las elecciones presidenciales de 2017 y 2022, renunció al apellido con el objetivo de apartarse para siempre de su padre y de sus ideas.
Aunque durante estos trece años se ha esmerado en proyectar una imagen amable, negando todo atisbo de antisemitismo o racismo e incluso acercándose tímidamente a las nuevas generaciones de franceses de ascendencia norteafricana, el resultado no ha sido el esperado. Cuando todo hacía prever un triunfo sin paliativos en la segunda vuelta, los franceses han reaccionado en masa contra el partido ultra. Podríamos asegurar que ha sido una movilización en defensa de una democracia que, a pesar de sus imperfecciones, a pesar del fracaso estrepitoso de las políticas de Macron, no acepta en el poder a herederos del fascismo, por mucho que estos blanqueen sus propuestas, se hagan fotos con sus mascotas o vistan elegantemente. No es desdeñable resaltar que en Francia se suele decir que la gente vota en la primera vuelta con el corazón y en la segunda con la cabeza.
Si bien es verdad que el resultado del partido de Marine Le Pen es muy importante, no es menos cierto que la Francia urbana, la que vive ese mestizaje desde hace décadas, se ha movilizado en contra de unos representantes políticos que los estigmatizan abiertamente. No obstante, no hay que olvidar dos asuntos de suma importancia. En primer lugar, que esa Francia rural, atascada en sus mundos, reacia a cambiar moldes, a aceptar esa pluralidad que se ve en las grandes ciudades, no ha ido unida en favor de la extrema derecha. La segunda vuelta ha detectado un viraje muy significativo de esas zonas hacia la izquierda, pero también hacia la derecha democrática. No son pocas las circunscripciones en las que había ganado la extrema derecha en la primera vuelta y en la segunda solo se podía elegir entre este y uno de Los Republicanos, el partido más a la derecha del de Macron, fundado por Nicolas Sarkozy y el equivalente al PP español. Pues en la segunda, en muchas de ellas ganaron Los Republicanos, demostrando una vez más que el cordón sanitario a la extrema derecha funciona en Francia. No hace falta explicar que nada tiene que ver con la derecha española, aunque cabe recordar que las raíces del PP provienen de la dictadura y, aunque se ha adaptado al sistema democrático, nunca se apartaron del todo del franquismo que llevan en sus postulados.
En segundo lugar, esa relegación al tercer puesto de la extrema derecha francesa se debe a la retirada de candidatos de izquierda o centristas peor situados para lograr que uno de ellos ganara al partido de Marine Le Pen. Las cifras no engañan y son los partidos unidos en el Nuevo Frente Popular los que han retirado más candidatos que los del partido de Macron. La izquierda ha hecho un gran esfuerzo que los votantes han premiado. Quizás el ejemplo más claro es el de Édouard Philippe, ex primer ministro de Macron que confesaba la semana pasada en público que votaría por un candidato comunista para bloquear a la extrema derecha. Por eso, también se espera que Macron sea benevolente y acepte un candidato de la izquierda como primer ministro.
“Superando en muchos casos reticencias previas, [los franceses] han conseguido, organizados y unidos, ser ellos quienes derrotaran al partido de Marine Le Pen dando la vuelta a los resultados del domingo anterior. Y no solo han salvado a su país de esa lacra, sino a una Europa que no podía perder un bastión tan importante como Francia. Han vencido con nota en este asalto, pero queda ganar la partida. Porque han sido los ciudadanos franceses los que han dado una impresionante lección a sus políticos y a medio mundo. Pero falta ver si se ha aprendido. Envidiable ese coraje de los mejores tiempos para vencer a un enemigo tan peligroso como los nuevos fascismos de cara lavada y muy caro maquillaje”, afirma la periodista y escritora Rosa María Artal. Una lección que deberíamos aprender la mayoría de españoles. Claro que aquí no padecimos una Segunda Guerra Mundial. Claro que aquí no padecimos el fascismo. No con esos nombres, pero sí lo mismo.
Foto de portada: dues dones esperen per votar a la segona volta de les legislatives franceses, a Paris. Autor: ACN