Sánchez Zelensky

‘La miopía de Europa: un paso más hacia la confrontación global’, por Josep Asensio

“La guerra de Ucrania se ha convertido en un pozo sin fondo al que seguimos arrojando toneladas de armamento tras casi un año de destrucción y muerte. Ante la perspectiva de una guerra larga, solo se nos ocurre enviar más y mayores armas”.

Isaac Rosa, escritor

“Es preciso encontrar con urgencia a aquellos que puedan intermediar la paz, una palabra muy poco utilizada en ese conflicto”

Lula da Silva, presidente de Brasil

Las advertencias vienen de analistas independientes, de los que quedan muy pocos. La mayoría, sujetos a las indicaciones de sus superiores, abrazando la censura o la autocensura, intentan, con verdadero empeño, convencernos de que la guerra es el único camino, aun a sabiendas de que están mintiendo deliberadamente. La guerra es siempre un fracaso, pero los intereses de la industria, la armamentística, especialmente, pero también de la banca, de lobbies y grandes corporaciones que esperan con ansia estar en a lista de los elegidos para la reconstrucción de Ucrania. No les importan los muertos que se acumulen en este despiadado camino; tampoco si la guerra dura mucho o poco, mientras que sigan acumulando poder y dinero, el de los pobres europeos incapaces de reaccionar al expolio que estamos sufriendo con la excusa de la guerra. Alguien se está haciendo rico a costa de los trabajadores, alguien se está de riendo de nosotros; sabemos quiénes son, pero seguimos ciegos.

Se cumple un año de la invasión de Ucrania por parte de Putin, y ahora sí que podemos afirmar que esta va a ser larga. Y lo va a ser por lo que decía en el párrafo anterior, porque no es solo la lucha por un territorio, es la lucha por ideas confrontadas desde hace décadas, en las que un líder desdibujado, Zelenski, en un país señalado como uno de los más corruptos del mundo, sigue reclamando más armas, más mortíferas, incluso si estas provocan la Tercera Guerra Mundial. Le importa bien poco. Porque pronto hemos olvidado aquel incidente del supuesto misil ruso que impactó en territorio polaco a mediados de noviembre, matando a dos personas. El presidente ucraniano insistió durante casi una semana en que era ruso, lo que podía iniciar la guerra global que tanto desea. Desde la OTAN y desde EE.UU saltaron todas las alarmas, pero llamaron a la calma y a la prudencia porque, aparentemente, no hay un interés en dar pasos de los que podríamos arrepentirnos para siempre. No obstante, Zelenski presiona con una obstinación enfermiza pidiendo tanques Leopard, así les llaman. Alemania tiene la sartén por el mango. Allí se construyen esos mortíferos blindados que pueden doblegar a Putin. Y la presión surte efecto, y los tanques se dirigen a Ucrania. Zelenski no se conforma. Ambiciona misiles de largo alcance que destruyan ciudades enteras en Rusia. ¿Qué pedirá después? ¿La bomba atómica? ¿Seguiremos haciéndole caso?

Enviar esos tanques a Ucrania nos sume en más dolor, en una escalada militar más destructora, en más muerte de inocentes, los que no pudieron huir por falta de medios. Otro de los asuntos que se olvidan. Se habla de ocho millones de ciudadanos ucranianos que se han trasladado a países vecinos, también a España, como consecuencia de la guerra, pero no se dice que pudieron hacerlo porque tenían algún apoyo económico o familiar. Los que se quedaron fueron, como siempre, los más pobres, los que ya subsistían en ese país con muy poco, los que están muriendo.

Y, un año después del inicio de las hostilidades, seguimos ciegos. Nos quieren convencer de que tenemos que hacer esfuerzos, más todavía, que apretarse el cinturón es sinónimo de buen demócrata y aquellos que se atreven a hablar de paz son señalados como traidores, antipatriotas, prorrusos y otras estupideces. Y siguen sin importarnos los muertos porque creemos en la democracia, en la libertad, en Occidente. Y, no me cabe la menor duda, esto es un inicio para algo peor que se nos viene encima. No me lo invento. El máximo responsable militar de la OTAN nos habla ya de “economía de guerra”, de prepararnos para una eventualidad que significa emplear a la industria para ese fin concreto, “priorizar ciertas materias primas, ciertas capacidades de producción necesarias para la industria de defensa en lugar de la civil”. ¿No lo dice suficientemente claro? Y Josep Borrell, este político desdibujado, belicista y venido a menos, afirma que “hay que asumir el riesgo de suministrar a Ucrania las armas que necesita”. ¿Todas? ¿De qué riesgo está hablando?

¿Tenemos derecho a ser optimistas en todo este asunto? ¿Nuestra reacción es únicamente el silencio? ¿Dónde están los luchadores por la paz? ¿La estrategia de mano dura de los países Bálticos y Nórdicos que tiene como objetivo aplastar y arrinconar a Rusia con una victoria total de Ucrania es la que le conviene a Europa? ¿Por qué es Polonia, liderada por los aliados de Vox en la Eurocámara, la que está marcando el ritmo a una Europa sumisa y esclava? El discurso de todos ellos es que nunca debe haber conversaciones de paz y que la humillación de Rusia es lo que le conviene al mundo.

Mientras, Emmanuel Macron decía hace unas semanas justo lo contrario, que “era necesario aprender de la historia y evitar la humillación a Rusia”. De momento, ganan los belicistas y eso nos tendría que preocupar y mucho; pero, insisto, los silencios son todavía más alarmantes, en una prensa, en unos estados, que han perdido ya cualquier señal de libertad. Es especialmente significativo el de Alemania ante la voladura del gasoducto Nord Stream, explicado en un magnífico artículo firmado por la periodista onubense Carmela Negrete. Pero también el análisis y la reflexión del titulado El Nord Stream y la voladura de los valores democráticos de Occidente, donde se afirma rotundamente que “el inexistente tratamiento informativo sobre la voladura del Nord Stream es un síntoma de que algo va realmente mal en las democracias occidentales” y que “la renuncia de los países de la UE y de sus grandes medios no ya a investigar sino siquiera a hablar del sabotaje confirma la capacidad de Washington para imponer su ley y su relato”.

No es fácil encontrar argumentos pacifistas en los medios de comunicación. Desgraciadamente, la mayoría han abrazado ese discurso oficial donde la guerra se impone sin ver más allá, donde se nos muestra el horror y el sufrimiento y, al mismo tiempo, nos obligan a asumirlo, incluso a aplaudirlo porque, nos dicen, todo ello nos llevará a la paz. ¿Hay mayor incongruencia? ¿Alguien ha tenido en cuenta las palabras de Lula da Silva instando a crear un club de países que intercedan y obliguen a Ucrania y a Rusia a sentarse en una mesa para lograr la paz? ¿Algún medio de comunicación se ha hecho eco del acto de ayer en Madrid, organizado por la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo con el título Ucrania: la paz es la única solución?

En mis búsquedas diarias he encontrado una reflexión que, a pesar de su connotación sarcástica, nos debe conducir a una consideración y, ojalá, a una reacción. El escritor Isaac Rosa nos dice:

“Si con esta última remesa de tanques y helicópteros y misiles no es suficiente para lograr la paz en primavera, si la paz acaba siendo un objetivo de varios años, seguiremos enviando armas: de nueva fabricación, experimentales, incluso, que se podrán probar por primera vez en una guerra real, y todo lo que quede en nuestros almacenes, reponiendo cuantas veces sea necesario. Y tras los tanques y los misiles enviaremos aviones y armas más pesadas y misiles mayores y grandes bombas, y si hace falta para la paz enviaremos, qué sé yo, armas biológicas y químicas y por supuesto nucleares, y si así tampoco, si la paz se resiste, podemos enviar armas cortas y armas blancas y armas arrojadizas y lanzas y flechas y mazas y garrotas y barras de hierro y palos y ramas arrancadas y piedras y quijadas y crema reparadora para las manos cuando no queden más que las manos para seguir golpeando. Y al final llegará la paz, ya verán”.

¿Imaginan qué paz?

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