“Las leyes de un país resultaron ser más fuertes que el comportamiento de un niño mimado del deporte de élite. Djokovic no es ni más ni menos que nadie, por mucho dinero que tenga y por mucho entorno que le haga creer que es Dios. Nadie está por encima de las normas dictadas en cada país. El serbio quiso imponer sus propias reglas y perdió. Es así de sencillo”.
Àngels Barceló, periodista
“No basta solo ser grande en la pista, hay que ser grande en la vida”
Isabel Rodríguez, ministra de Política Territorial y portavoz del Gobierno
No he podido dejar de seguir durante toda esta semana el asunto que ha acaparado las portadas de todos los informativos. Aunque me negaba a claudicar ante tanto bombardeo periodístico, al final sucumbí a los designios de mi mente y caí en esa telaraña que, como una montaña rusa, subía y bajaba, daba atisbos de finalizar y, de repente, volvía a empezar. Así ha sido más o menos el deambular de este tenista serbio, Novak Djokovic, por Australia. Con la prepotencia que le caracteriza, ha estado jugando un partido que creía ganado, pero ha estrellado su cabeza, su narcisismo, su chulería, contra la red de los tribunales australianos. Allí ha quedado atrapado, humillado y vilipendiado.
Opino que hemos respirado un poco los que estamos acostumbrados a observar cómo los ricos pueden comprarlo absolutamente todo, también las instituciones democráticas, también los jueces. Djokovic representa ni más ni menos que ese ser que, por ser el número 1 del mundo en la clasificación de la ATP, cree también que está por encima de todo el resto del mundo. Y es toda una lección la que ha dado el gobierno australiano no dejándose intimidar por semejante individuo, acostumbrado a hacer lo que le viene en gana, vamos, un niño mimado como siempre se ha dicho. Hasta su padre lo ha comparado con Jesucristo en vistas que, pobrecito, había sido retenido por incumplir las leyes de un país soberano.
Aunque no es oportuno generalizar, el hecho de que Djokovic sea serbio nos dice mucho de su personalidad ególatra. Los animo a que repasen la historia de este país y verán un reflejo, un estereotipo, que no es para nada un prejuicio. De hecho, Djokovic representa muy bien a su país, también a nivel político, donde los negacionistas son mayoritarios, donde el porcentaje de no vacunados, ni con una sola dosis, se acerca al 60 por ciento. La iglesia ortodoxa serbia, de la que Djokovic forma parte de manera muy fiel, tiene mucho que ver en la formación de su pueblo y, particularmente de la del tenista, en la que el ultranacionalismo y las teorías conspiratorias están a la orden del día. Después de pasar la enfermedad dio gracias a Dios y a Serbia…
Por eso no extraña nada que la defensa del tenista serbio se basara únicamente en mentiras. No estaba vacunado y dijo que sí; no estuvo en España antes de viajar a Australia y luego se demostró que sí. Y cuando ya se vio atrapado, sus abogados lanzaron la idea de una “persecución política”, auspiciada por el propio gobierno serbio que llegó a criticar al gobierno australiano por tratar al tenista como un “terrorista”.
Nada de todo esto hubiera pasado si la organización del torneo no hubiera tenido el fallo garrafal de interpretar que el haberse infectado por Covid eximía de estar vacunado. La normativa era bien clara; había que estar vacunado y Djokovic no lo estaba. Por este motivo se le permitió la entrada en el país y se montó un espectáculo que tiene que servir para dejar de idolatrar a esas figuras del deporte, del espectáculo, en definitiva, y que viven gracias a nuestra ceguera, a nuestros sentimientos. Algo tiene que empezar a cambiar en nuestras mentes cuando vemos a todo un número uno destrozar una raqueta, insultar al árbitro, despreciar a millones de muertos por la pandemia, creerse un dios y seguir humillando a los que le siguen. Algo tiene que pasar para que modifiquemos nuestros parámetros éticos y dejemos de idolatrar a energúmenos, a máquinas de hacer dinero para considerarse más que cualquier otro. Y, en este caso, el boicot es más que necesario. Alguien podría pensar que exagero, que ser un excelente deportista es lo que importa, pero no; al menos no para mí. Porque los personajes públicos, y mucho más si son mediáticos y mueven a millones de personas, deben dar ejemplo. Y Djokovic es un mal prototipo de lo que debe ser un deportista. Las imágenes de sus cambios de humor, de su ira cuando pierde, de su cólera hacia el contrincante, hacia los jueces, lo desacredita completamente. Puede ser el mejor jugador de tenis del mundo por haber ganado no sé cuántos torneos, pero se ha ganado a pulso el convertirse en un ser despreciable, por su supremacismo, por su despotismo, por su mala educación.
“No es lindo, pero es parte de lo que soy. No me gusta hacer esas cosas, lo siento por enviar ese tipo de mensajes. Pero somos seres humanos, y a veces es difícil controlarse”, explicó Djokovic en conferencia de prensa en relación con un incidente acaecido el año pasado después del partido ante el español Pablo Carreño, en el que acabó derrotado. El serbio, que se había mostrado fuera de sí durante todo el partido, estrelló su raqueta justo donde estaba el logo de los Juegos Olímpicos completamente descontrolado y lleno de furia. Aunque intentó disculparse tímidamente, el hecho de que justificara su descontrol ya dice mucho de su personalidad.
Nadie es perfecto y no es fácil mantenerse en un espacio donde la ética impera, pero creo que es importante destacar las prudentes y pausadas palabras de Rafa Nadal, destacando que el Open de Australia es “mucho más importante que cualquier jugador”. El español, que ya ha recibido las exaltadas críticas de la prensa serbia, declaró que “ha tomado decisiones y debe pagar las consecuencias”. Esa sensata y reflexiva frase ha tenido como reacción una clara amenaza a Nadal desde el país balcánico donde aseguran que “nunca olvidarán esas vergonzosas palabras”.
Esta semana he recordado su reacción ante una polilla que se le acercó poco antes de su encuentro del pasado mes de febrero ante el tenista ruso Aslan Karatsev, precisamente en el Open de Australia. Habló unos instantes con ella agradeciéndole que le trajera suerte, como así fue. Justo un año después, Djokovic no podrá reencontrarse con su amiga la polilla. Esta dará suerte a otro tenista, muy probablemente porque solo con esa mirada arrogante y vanidosa, de perdonavidas, diría yo, entendió perfectamente quién era Djokovic.