Tiendo a ser muy claro en mis artículos. Algunos me han criticado por eso. Así que no me importa vaticinar que vamos directos a la confrontación, a la tercera guerra mundial. No quiero andar con rodeos, porque eso sería intentar demostrarme a mí mismo y a los demás algo en lo que no creo. Y durante toda esta semana, donde la prensa nos ha manipulado hasta límites insospechados, inoculándolos el virus del miedo para que aceptemos los postulados belicistas, las falsas sonrisas se han mezclado con visitas culturales, con menús aparentemente sencillos. Mientras, en la retaguardia, un nuevo (o quizás el de siempre) eje del mal se va fraguando, se va constituyendo, con la vil intención de arrebatarnos todo lo que hemos logrado en estas últimas décadas.
Fíjense si era fácil. Bastaba con conceder a Ucrania la neutralidad que solicitaba Rusia. No obstante lo sencillo no es siempre lo deseable y esa mezcla de falso pacifismo llamado OTAN, junto con los Estados Unidos, ha preferido cercar al “enemigo”, acosarle, aprisionarle contra las cuerdas para que, en algún momento, estalle.
Y Putin ha caído en la trampa iniciando una invasión que era lo que deseaban los oligarcas, esa estirpe manchada de la sangre de todos los conflictos y que se nutre de la guerra, de la miseria, de la pobreza de unos pueblos, de unas gentes, de unas razas determinadas. A esos sedientos de dinero les importa muy poco las personas. Carecen de humanidad y, consecuentemente, viven de los muertos.
Las coincidencias existen seguramente para percatarnos de la conexión de determinados hechos. Y justo antes de esa vergüenza plasmada en Madrid donde no ha importado nada firmar los documentos que fueran necesarios, bajarse los pantalones, en definitiva, para allanar el camino al conflicto global, un número indeterminado de inmigrantes mueren aplastados, asfixiados y apaleados en la valla de Melilla. El desprecio por parte de las autoridades españolas es tan indigno como mezquino. Hasta Pedro Sánchez aplaude a los asesinos. Y esos cadáveres son enterrados también indignamente, con alevosía, todavía calientes. Nadie hará nada por avisar a sus familias para que recuperen los cuerpos. Porque, en el fondo, se trata de negros, de negras, de pobres y de esos y esas, sobran muchos. ¿Qué más da unos muertos más que engrosen cifras que ya nadie mira? Ya nadie se acuerda de los fallecidos en el mar, de esos cuerpecitos de niños que las olas van acariciando y transportando a la orilla. Eso ya es el pasado.
Porque la huida de la guerra nos la pintan diferente si los afectados son blancos o negros. A los blancos se les abren las fronteras, sean estos siete o siete millones; a los negros, se les reprime, se les ejecuta ante esa valla maldita que se abre y se cierra según conviene. Y hasta la esposa de Joe Biden separa a los que huyen de la guerra, apostando claramente por unos, despreciando a los otros. No solo ella; José Andrés, ese cocinero al que nos quieren vender como un personaje solidario, como un verdadero altruista, no es más que un vendido al poder, primero repartiendo comidas entre los refugiados ucranianos, posicionándose claramente con los blancos, callando y obviando a los supervivientes de la masacre de Melilla y codeándose con la élite mundial, esa que nos va a llevar directos al desastre. Más valdría que abriera los ojos ante la realidad en España, esa pobreza que se acelera inexorablemente o, simplemente, que se estuviera quieto.
Ahora interesa que nos creamos que el enemigo viene de fuera, cuando la realidad es otra, porque lo tenemos dentro. Y poco a poco va calando entre la población que es normal que todo suba porque hay que financiar la guerra. Muy pocos se atreven a llevar la contraria porque eso significa traicionar a todo un país. La bandera como excusa, como siempre. Mientras, nos roban a mano armada, porque esos 8.000 millones de euros mensuales que se van a gastar en armas van a salir de nuestros bolsillos, de nuestras pensiones. De hecho, ya lo estamos pagando.
Y callamos porque nos normativizan, nos seducen y nos emboban. Nos idiotizan. Y no somos capaces de reaccionar. Bajamos la cabeza y aceptamos esa sumisión a los poderes fácticos, a los de siempre. Y no nos planteamos ni siquiera que nos pregunten si queremos colaborar en financiar esa guerra, esa afrenta no solo a Rusia, sino ya a China. Hace mucho tiempo que no contamos para nada.
Porque no se trata de asustar, ni mucho menos. O quizás sí que debiéramos inquietarnos intuyendo lo que se avecina. Y no se trata de una inflación disparada, de un aumento de los precios o de la gasolina. Tampoco de recortes en los servicios públicos que tratan de enmascarar con rebajas insustanciales. No, no se trata de eso. Es, lamentablemente, algo más gordo; una escalada bélica de grandes proporciones. Ojalá exagere. Pero no veo ningún atisbo de prudencia, de posibilidad de parar esto. Los líderes mundiales se mueven por interés o por el chantaje que les hacen otros. Ahí el caso flagrante de Turquía; también el de Marruecos. Y entre traiciones, extorsiones, amenazas y réditos económicos, nos encaminamos a un mundo mucho más peligroso donde cualquiera es capaz de apretar el botón nuclear. En el fondo, tiene razón Biden cuando dice que “la guerra no acabará con una victoria de Rusia” porque acabará con la destrucción de Europa.
Nunca entendí aquella frase que me repitieron ya desde muy pequeño en la que me instaban a preparar la guerra si quería la paz. No es ni ha sido nunca mi manera de pensar. La paz solo se consigue trabajando por la paz, sin rodeos, sin sutilezas, sin medias verdades y mentiras abrumadoras. Y, como no puede ser de otra manera, los conciliadores han sido apartados de las reuniones. Simplemente no existen o se han encerrado en sus cuarteles a esperar la gran confrontación que se espera. Y esta, está a la vuelta de la esquina cuando la OTAN decida entrar en Ucrania. Ese será el comienzo y el final. Entonces, ya será demasiado tarde para reaccionar.
Foto portada: dirigentes de la OTAN, esta semana en el Museo del Prado junto al cuadro ‘Las meninas’ de Velázquez. Autor: Pool Moncloa via ACN.