A view of distribution of wheat flour to Palestine Refugees by the United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East (UNRWA).

‘No quiero ser europeo’, por Josep Asensio

No, así no. No quiero formar parte de esta Europa que denigra cada vez más los derechos humanos, que mira con indiferencia la masacre del pueblo palestino, de su pasado, de su futuro. No quiero ser cómplice de unos políticos que azuzan la guerra, la venta de armas a Israel, que callan ante la barbarie, que se niegan a detener a Benjamin Netanyahu si por casualidad este decidiera viajar a sus países. No quiero ser miembro de esta Europa frágil, incapaz de deshacerse del yugo esclavizador de unos Estados Unidos de América que ha invadido más de 200 países a lo largo de la historia de la humanidad. No deseo formar parte de este ejército de desalmados que desde lo alto de sus púlpitos piden a Israel el cese de las hostilidades, de la masacre, pero que no hacen nada más que hablar, que redactar huecos discursos, sin ninguna intención de pasar a la acción.

Cada cierto tiempo me llega una frase vía redes sociales: ‘No te olvides de Gaza’. No, no me voy a olvidar nunca. Y no lo voy a hacer por solidaridad, por el humanismo que llevo dentro, porque creo firmemente que nunca fue una guerra, sino una ocupación y un genocidio planeado para quedarse con un país entero, con toda la región, con Líbano y Siria. Y también, porque de vez en cuando, me conmueven las palabras de amigos que viven allí, que intentan sobrevivir a una situación que dura ya 76 años. Y ellos me trasladan una realidad que duele, una situación desesperada en la que las mujeres son violadas por soldados del ejército israelí, donde esos mismos asesinos han destruido infraestructuras, hospitales y escuelas. Lo hacen cada día. Los muertos son ya más de doscientos mil, muchos más de los que la prensa corrompida escribe en sus columnas de la vergüenza, porque edificios enteros, con familias enteras dentro, han sido derribados.

Niños y niñas, ancianos, hombres y mujeres, mueren cada día como consecuencia de la falta de alimentos, de medicinas, de acceso a la sanidad. Cuando escribo estas líneas recuerdo con angustia testimonios de médicos que engullen sus lágrimas para que los pacientes que llegan a los pocos centros de salud que sobreviven como pueden, no se den cuenta de que ya no queda nada, ni alcohol para desinfectar las heridas, ni bolsas para enterrar a los muertos. Esos mismos sanitarios ven como cada día el exterminio es más evidente. Israel ya no permite la entrada de leche de fórmula para los bebés palestinos. Las madres se ven obligadas a darles alimentos sólidos antes de tiempo. Los bebés mueren. Los pacientes de cáncer no tienen tratamiento y fallecen cruelmente en soledad. Quizás una mano amiga permanezca a su lado hasta el último momento. Quién lo sabe…

No quiero pertenecer a una Europa cómplice de asesinatos que quedan impunes, sean estos a musulmanes, a chiitas, a suníes, a cristianos. No me importa si llevan velo o si su color de piel es diferente al mío. Yo solo veo niños llorando, saliendo de entre los escombros agarrados a la mano de su madre muerta. Y sigo sin entender por qué Europa calla y aplaude en silencio esos crímenes contra la humanidad, por qué consiente el cierre de las fronteras por parte de Israel para que no entren víveres, medicinas, ayuda de cualquier tipo, por qué aprueba que Gaza se haya convertido en una cárcel sin escapatoria donde la población huye de un lado para otro a sabiendas de que los asesinos van a perseguirlos hasta la muerte. Una de las últimas, la de Khaled Nabhan, un abuelo cuyo homenaje a su hija asesinada por Israel se hizo viral el año pasado.

Los testimonios de mis amigos palestinos me sumen en una tristeza infinita. No puedo ayudarles como yo quisiera. No basta con boicotear los productos que vienen de Israel. Eso lo hago desde hace mucho tiempo. No basta con dar dinero. Israel impide cualquier entrada de ayuda humanitaria. El hambre como instrumento de guerra. La polio ha aparecido ya allí; también otras enfermedades erradicadas desde hacía décadas. Un retroceso de siglos protagonizado por Israel, que ya habla abiertamente de aniquilar a más de un millón de personas o de echarlas de Gaza. Los colonos, esos asesinos bajo el paraguas de la religión judía, ya están matando a agricultores y vecinos de la palestina ocupada en Cisjordania. Les talan sus olivos, lo más grande de su cultura y de su economía, se quedan sus pozos, les destruyen sus casas. Cuando se oponen, los detienen, los meten en esas cárceles donde se les niegan las medicinas, donde pueden pasarse años con la excusa de la detención administrativa.

En mi mente no hay lugar para la esperanza; en la de mis amigos palestinos, la resiliencia, la resistencia, la dignidad por encima de cualquier otra cosa. Los que pueden, huyen cuando cuando el estado sionista y fascista de Israel permite la apertura de las fronteras. Los más pobres sufren e intentan rebelarse. No tienen nada que perder. Padecen la indiferencia de los gobiernos europeos, pero también de los árabes que, o bien no pueden como consecuencia de sus frágiles economías, o han sucumbido a los chantajes de EUA y de Israel.

El poeta gazatí Refaat Alareer, asesinado por Israel el pasado 6 de diciembre
El poeta gazatí Refaat Alareer, asesinado por Israel el pasado 6 de diciembre

Mientras tanto, nuestro deber como humanos es estar al lado de esa gente. Las fiestas navideñas son únicas para olvidar las desgracias humanas. Los envoltorios publicitarios, la felicidad impuesta y las ganas de pasarlo bien nos hacen viajar a un mundo donde la realidad queda enmascarada. No se trata de amargar esos momentos a nadie. Se trata de recordar que nuestros privilegios son momentáneos, que hay que disfrutar mientras se pueda, pero que también tenemos la obligación de pensar en los que día tras día sufren el genocidio en una parte del mundo que no está tan lejos. En el fondo, tenemos que ser conscientes de ello, algún día nos puede tocar a nosotros. Y entonces, ¿quién se acordará de nosotros?

El 6 de diciembre de 2023, el mundo perdió a Refaat Alareer, poeta, académico y activista palestino, en un ataque aéreo israelí en la sitiada Franja de Gaza. Su muerte, junto a la de su hermano, hermana y sobrinos, es un recordatorio desgarrador del genocidio que enfrenta el pueblo palestino. Cinco semanas antes de su asesinato, Refaat dejó un poema que hoy resuena como un legado de resistencia y esperanza. If I Must Die no solo es un grito contra la opresión, sino también un mensaje de amor eterno para quienes aún sueñan con libertad.

“Si debo morir,
tú debes vivir
para contar mi historia,
para vender mis cosas,
comprar un trozo de tela
y algunas cuerdas,
hazlo blanco con una cola larga
para que un niño,
en algún lugar de Gaza…
mientras mira el cielo a los ojos
esperando a su padre que se fue en llamas
—y no te despidas de nadie,
ni siquiera a su carne,
ni siquiera a sí mismo—.
Ve la cometa,
mi cometa que tú hiciste,
volando arriba
y piensa por un momento que un ángel está ahí,
trae de vuelta el amor.
Si debo morir
deja que traiga esperanza
deja que sea un cuento. “

Viviré para contar tu historia, Refaat, también la de Khaled y la de miles de palestinos que no se merecen tanto dolor, tanto desprecio. Desde este rincón de esta Europa a la que ya no quiero pertenecer, gracias por todos los testimonios que nos traéis los amigos palestinos, gracias por obsequiarnos con tanta humanidad. Nos hace falta.

Foto portada: distribució d’aliments de la UNRWA a Gazi. Font: ACN.

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