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‘Pobres contra pobres’, por Josep Asensio

No hay nada más ruin en esta vida que el odio al diferente, a todo aquello que, sin ser estrictamente analizado, se convierte en rechazo, por el simple hecho de un color, de una situación personal o laboral, de una circunstancia que es ajena a la nuestra o, desgraciadamente, mucho más parecida de lo que pudiera parecer. Y observo con frustración esos discursos del odio que se basan en bulos, en meras hipótesis, en frases que algunos malintencionados se inventan y que se expanden como olas con la única intención de dañar. Y medios de comunicación que azuzan la animadversión y que también manipulan datos, noticias, todo lo que esté en sus manos para entrar en los cerebros de los que ya han dejado de analizar lo que les llega.

Y, lamentablemente, esas olas cada vez son más grandes, abarcan más territorio y calan en más gente que ya no quiere escuchar a los que intentan demostrar que hay mucha más mentira que verdad, que hay una intencionalidad muy estudiada y peligrosa detrás de esas bolsas de desprecio que se van instalando en ciertos lugares, en ciertos momentos clave, para que sean abiertas y derramen toda esa mierda que permanece y de qué manera. Los de arriba se frotan las manos cuando ven que los de abajo caen en esa trampa, en esa pestilencia que estos mismos, en su ignorancia, van propagando entre ellos, convirtiéndose en un caldo en donde el pobre es el ingrediente principal. Y son otros pobres, de otro color, de otra cultura, los que sufren los envites más fuertes, generando una dolorosa y dramática lucha entre pobres que es aplaudida por ricos y no tan ricos que la ven como panacea, como germen de algo grande, como una medicina para sus crueles aspiraciones.

Hace unas semanas saltó la alarma en un barrio de Sabadell. Una inquietud que corrió como la pólvora porque varias vecinas aseguraban que un local había sido ocupado por indeseables. Estos llevaban días descargando camiones con electrodomésticos y otros enseres que iban depositando en un antiguo y espacioso almacén que había sido una librería. Una de esas personas puso el grito en el cielo porque unos moros iban poco menos que a invadir el barrio, a degradarlo ellos mismos con su sola presencia. Sus palabras, como pueden imaginar, denotaban un odio tan claro que yo mismo le respondí que, en todo caso, había que estar atento a lo que pasaba, pero nunca me creí esa versión tan catastrófica que relataba. Días después apareció un cartel en la fachada donde se anunciaba una tienda de material de segunda mano. Me muero de ganas de encontrar a esa señora y dejarla en evidencia, preguntarle por qué señaló a una gente como delincuentes, sin saber lo que allí estaba ocurriendo, por qué levantó esa bandera del odio sin más.

Seguramente daría más argumentos fortaleciendo sus ideas; a esa gente no se la cambia. Lo peor, que el mal ya está hecho, que ahora le toca a ese ejército de humanos, de humanistas, desarrollar ese decálogo donde se hace fuerte la pluralidad, el respeto, la convivencia, la tolerancia. Una batalla más en defensa del género humano.

Esta misma semana, en uno de los mercadillos que se instalan en nuestra ciudad, me paro a ver unas camisetas. Imposible quedarse ajeno al griterío de los vendedores y de las personas que pasan a mi lado. Una de ellas, asegura que el ayuntamiento le ha dado a una mora con un hijo a su cargo un piso de cuatro habitaciones. Otra le responde que es una vergüenza, que los moros se lo están llevando todo y que qué va a hacer esa mora con cuatro habitaciones. La palabra mora resuena en mis oídos y entra en mi cerebro taladrándome, afectándome de manera inverosímil. Me giro y le respondo que dónde ha oído o visto eso que explica. Me mira y me replica: “me lo han dicho”. El mal ya está hecho, otra vez; el boca a boca corre y se instala en las mentes de tanta gente incapaz de discernir, de plantearse si lo que le están diciendo tiene alguna base. Y después de un breve silencio, otras hienas salen a cazar. Otra señora asegura que no va a ir más a las urgencias del Hospital de Terrassa porque hay muchas moras con moritos. Salgo de allí. Necesito respirar. Desearía estar atrapado en una pesadilla y poder despertar. Pero no es así. Todo es real. Tan real como los 1,6 millones de votos a Vox en toda España en las pasadas elecciones municipales.

Horas después sigo con interés los sucesos del barrio de la Bonanova en Barcelona. Y me cuesta encontrar medios que se aparten de los discursos oficiales, donde hay buenos y malos, donde se exponen sin contrastar noticias que van y vienen, con el mismo estilo de esas señoras de mi barrio o del mercadillo. Los okupas son los malvados de la película, y los que quieren derrotarlos son algo así como ángeles salvadores de la patria que se manifiestan por la convivencia. ¿Cuántas palabras se abran manipulado y desvirtuado ya en estas últimas décadas? Y los buenos van de la mano de nazis que pretenden hacernos creer que son libertadores, que buscan la justicia social ante esa chusma que nos invade.

Y la verdad la encuentro. El Kubo y La Ruïna, que así se llaman los ateneos que ahora son tan peligrosos y amenazadores, llevan en el barrio diez años ocupando un edificio de la Sareb. De hecho, nunca ha habido problemas con ellos y algunos vecinos se atreven a declarar que la situación se ha tensionado como consecuencia de la cercanía de las elecciones municipales. A partidos concretos, PP, Ciudadanos y Vox, les interesa azuzar un conflicto inexistente. La mayoría de los que hace unas semanas habían lanzado objetos contra los okupas, no eran del barrio. Y no, el racismo no es contra Vinicius. El racismo que se sufre en España más allá del ‘caso Vinicius‘, explica el periodista y fotógrafo Jairo Vargas Martín en el diario Público. No puedo estar más de acuerdo.

Y así estamos, incapaces de buscar los consensos, de abrir nuestras mentes, de conseguir que el diálogo y la prudencia vayan de la mano para lograr esa armonía en la que podamos convivir todos. No es fácil hacerlo rodeado de monstruos que o no saben que lo son o son muy conscientes de su objetivo final. Y yo me pregunto ¿solo es el poder o la destrucción de la humanidad? Otros lo ven más sencillo y miran al cielo. “Nos están fumigando para dominar nuestras mentes”, me dice alguien. Y, no sé, a veces hasta me lo creo.

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