Son las tres y media de la tarde. He quedado con unos amigos para ver el partido España-Marruecos en Terrassa. Sí, sí, no se asusten. Para algunos de mis conocidos, meterse en la boca del lobo puede ser hasta peligroso. No obstante, buscamos un bar ‘español’, con aficionados de un solo equipo y así evitar posibles conflictos o problemas. Pero a veces las cosas no salen como uno quiere. En uno de ellos no hay nadie, algo que nos hace sospechar que allí pasa algo raro. No, nada extraño. Solo que no tienen televisión. Mis amigos egarenses me tranquilizan: ¿será por bares? Nos desplazamos a un polígono donde me aseguran que hay uno con dos salones enormes, con pantallas gigantes, quizás el mejor sitio para disfrutar de un buen partido. Sorprendentemente, nos dicen que TV1 no se ve allí, que no llega la señal, raro, muy raro.
Quedan tan solo cinco minutos para que dé comienzo el partido y vamos en busca de un local, ya nos da igual el barrio, aunque Ca n’Anglada no entra en nuestros planes. De pronto, un minuto antes de las cuatro de la tarde, aparece ante nuestros ojos un bar en la calle Colón. Inexplicablemente, hay un sitio para aparcar el coche justo delante. Entramos y nos sumergimos en un ambiente agradable, donde conviven hombres con gorras de la selección española con familias que están comiendo y a las que da la impresión de que el fútbol les interesa muy poco.
Empieza el partido y ese dominio de la selección de Marruecos asusta desde el principio. Parece que va a ser un encuentro de toma y daca, sin un predominio claro de ninguno de los dos equipos. Hay miedo, es normal. España ha aguantado, Marruecos ha apretado. Empieza la segunda parte y por fin España se ha despojado de esa tela de araña con la que la había atrapado Marruecos. Pero el gol no llega. La posesión del balón es abrumadoramente del equipo español, pero se entretienen, lo pasan y pasan; es exasperante. Mientras tanto, Marruecos consolida su estrategia: esperar a un contraataque y, sobre todo, llegar a los penaltis. Tienen un buen portero. Y llegan. Es lo que querían.
Entonces nos damos cuenta de que la mitad del aforo del bar está formado por aficionados marroquíes. Pueden imaginar la algarabía en la tanda de penaltis. Los españoles, con un palmo de narices. No han sido capaces de marcar ni un solo gol. Empiezan los gritos de alegría. Alguna mujer lanza ese sonido característico del mundo árabe llamado Zaghareet, pronunciado como ‘sagarit’ en árabe. Lo sé porque se lo he preguntado. Las caras de tristeza y de decepción de los aficionados españoles contrastan con esa alegría de los marroquíes que, estoy convencido, se van a trasladar muy pronto a Ca n’Anglada.
El corrillo de decepcionados está de acuerdo en que Luis Enrique tiene que dejar la selección ya. Los más prudentes piden esperar a la consolidación del equipo porque son muy jóvenes y no ha habido tiempo para ensamblarlo bien. Los hay detractores y partidarios a muerte a partes iguales de Morata. Otros cargan contra Busquets. Es, en definitiva, hablar por hablar, intentar sacar esa rabia por la eliminación. Lo más bonito de esa tarde fue el final. Aficionados de las dos selecciones dándonos la mano; los españoles felicitando a los marroquíes y estos deseándonos suerte en otras competiciones. ‘Nos lo merecemos’, nos dicen. Están convencidos de que van a perder contra Portugal, aunque alguno de ellos cree que pueden dar la sorpresa si saben cerrarse como contra España. Para ellos es un honor haber doblegado a una campeona del mundo.
Le comento a uno de mis amigos que es mejor que haya sido así. No ha habido jugadas polémicas, ni goles fantasmas, ni entradas duras. Eso ha ayudado a calmar a las aficiones. Y en medio de esa conversación, nos desplazamos a una farmacia a comprar un jarabe para el hijo de uno de mis acompañantes. Hay una abierta cerca del monumento a la mujer, en el límite con ca n’Anglada. La avenida Barcelona es una fiesta con banderas de Marruecos y hasta fuegos artificiales. No hay constancia de destrozos ni de actos violentos. Como tiene que ser.
Horas antes, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, había pedido a los diputados “no defraudar” a los ciudadanos y “no herir” con la palabra en sus debates en las Cámaras. Era también un mensaje a la sociedad en su conjunto, en la que reclamaba respeto, Según Batet, “la Carta Magna es la esperanza, la que debe consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como voluntad popular, protegiendo a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los Derechos Humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones y también la de promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida, así como la de establecer una sociedad democrática avanzada”.
Y yo lo relaciono todo. Porque podemos aplaudir a nuestro equipo y tomarnos unas cañas con los que van con el otro; podemos sufrir, acalorarnos y decepcionarnos juntos, con la premisa de la convivencia como marco común.
Algunos prefirieron calentar las redes con mensajes racistas y xenófobos contra ese casi millón de marroquíes que viven en España. Otros, preferimos felicitarlos por la victoria de su equipo. Ellos, hicieron caso omiso de esas afrentas, despreciándolas, convirtiendo el fútbol, aunque fuera tan solo por unos instantes, en un lugar de encuentro, de tolerancia, de entendimiento. Así fue y así debería ser siempre.
Y, antes de acabar, una imagen para el recuerdo. La del madrileño Achraf Hakimi, uno de los mejores laterales del mundo, después de marcar el penalti que clasificó a Marruecos para los cuartos de final del Mundial. Corrió a buscar a su madre que se encontraba en las gradas para abrazarla, para dedicarle ese triunfo. Más respeto, imposible.
Foto portada: aficionats marroquins celebrant la victòria a Barcelona. Autora: Sílvia Barroso / Tot Barcelona.