‘Un dilema en la morada de los interrogantes’, por Josep Asensio

Vivimos en una sociedad donde nos obligan a posicionarnos de manera salvaje. La duda es vista como una cobardía, aunque los de uno y otro lado acaban acusándote de pertenecer a uno de los bandos, con lo que eso implica una lluvia de reproches, de críticas o incluso de insultos de todo tipo. Es muy difícil permanecer más o menos neutral, valorando los pros y los contras, llegar a conclusiones no definitivas, acercándose al gris, sin aceptar el blanco impoluto o el negro más potente.

Confieso que llevo unas dos semanas leyendo artículos y opiniones sobre el tema de los indultos a los políticos presos. Básicamente porque no tengo una idea bien definida de si es correcto aplicarlo sin más o es más útil que cumplan sus penas hasta el último día. Por una parte, pienso que algo hay que hacer, que este asunto no puede eternizarse en el tiempo, que es el tiempo de la política (¿cuántas veces se habrá repetido esta frase?), que hay que encontrar puntos de encuentro, que hay que dar el paso hacia el diálogo, que hay que mover ficha. No estoy seguro de compartir la idea de Lluís Rabell cuando asegura que “la ciudadanía sí se muestra claramente favorable a un diálogo… que no podría prosperar con una parte de los interlocutores entre rejas”, pero sí en cambio con sus dudas al respecto.

“¿Cómo va a reaccionar la Generalitat ante el arriesgado gesto del gobierno español? ¿Tendrá Pere Aragonés los arrestos necesarios para asumir a su vez el papel de ‘traidor a la causa nacional?’, se pregunta. Y constato que Rabell tiene los mismos recelos que yo, porque ERC no es de fiar, porque, siendo su papel muy importante, la contradicción lo desdibuja todo. Dice Rabell que “por un lado, Aragonés reconoce el papel apaciguador de los indultos; incluso ha hecho de su concesión la condición sine qua non de cualquier colaboración con el Congreso. Por otro, proclama que su objetivo es “culminar” la instauración de la República Catalana y declara la amnistía y un referéndum de autodeterminación como objetivos irrenunciables. Quizá eso no facilite precisamente las cosas”.

José María Lassalle, en su artículo Indultos y concordia, va más allá cuando dice: “dudo ahora que los indultos de los que hablamos estén realmente a la altura de esa verdad de reconciliación que debe acompañar el espíritu de concordia. Una duda que va de la mano del miedo a que, quizá, sean mayoría los que piensan que la medida es temeraria e injusta. Un escenario que, entonces, lejos de contribuir a la concordia, sembrará probablemente el camino hacia la agudización de la discordia”. Lassalle recuerda que media Catalunya fue menospreciada, marginada y silenciada durante los debates que acompañaron la aprobación de las leyes del 6 y 7 de septiembre de 2017.

Manel Manchón, en Aragonès y Sànchez, los traidores necesarios, cree que los primeros pasos ya se están dando y que “hay dos traidores a la causa que están dispuestos a cocinar un guiso muy diferente. Tanto Pere Aragonès como Jordi Sànchez han comenzado a arrinconar a dos lastres: Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Irán perdiendo peso en muy poco tiempo. No mandarán en sus respectivos partidos y deberán adaptarse a una situación muy distinta”. Manchón reprocha a los dirigentes de la foto de la Plaza de Colón, pero también a la vieja guardia socialista, su escenificación, su “teatro”, cuando saben que las conversaciones “deberán concluir con algún acuerdo. Y solo podrá pasar por la votación en referéndum… de un nuevo Estatut. Como mucho”.

Y mientras voy empapándome de opiniones mayoritariamente favorables al indulto, visto como una oportunidad de encauzar esa fractura que nos ahoga como ciudadanos, leo que el diputado en el Parlamento de Catalunya, Joan Canadell, insiste en su Twitter en la idea de los muertos en las calles como camino hacia la independencia, en su vista puesta en Irlanda como referente para ese logro. Y sumo a ese despropósito la feroz hispanofobia del vicepresidente del gobierno catalán, Jordi Puigneró, y el llamamiento a la desobediencia, a la violencia, a la paralización de la actividad económica, a la destrucción como inicio de una nueva sociedad que Elisenda Paluzie lanza a auditorios cada vez más pequeños, pero más radicalizados. Y me fijo en una Laura Borràs, agitadora hasta la médula y encausada, incapaz de crear empatías, enviando cartas al ejército llamándoles “fuerzas de ocupación” y que se vayan de “su país”, mientras se dedica a dar likes a quienes la elogian en su cuenta personal de Twitter, durante las sesiones en el Parlament, en definitiva, en horario de trabajo. Ramón de España está convencido (como yo) que la prioridad de la gente de Junts no es gobernar “sino colocar al frente de las instituciones a la mejor fuente de problemas externos e internos. Y lo han hecho. En este sentido el unilateralismo manifiesto de la presidenta, sus arbitrariedades en la cámara catalana y los asuntos pendientes con la justicia, la convierten en una pieza idónea para reventar la legislatura”. “¿Aplicará la Mesa del Parlament el artículo 25 del reglamento, que supone la pérdida de derechos de un diputado/a, cuando hay actuación judicial con indicios de delito?” se pregunta el exdiputado del PSC Joan Ferran.

El sarcasmo no falta en todo este asunto de la mano de Albert Soler. El periodista gerundense ve claro que “nada como comprobar las cosas en propia piel, para percibirlas con claridad. Vean a Junqueras, que ha tenido que tirarse cuatro años en prisión y -sobre todo- ver el indulto a la vuelta de la esquina, para darse cuenta de que la vía unilateral fue un error y de que lo que hicieron, además de ser ilegal, tenía a gran parte de los catalanes en contra”. Sin tapujos, afirma: “bienvenida sea también la prisión, si sirve para un buen fin”.

Después de estas dos semanas, sigo sin estar seguro de nada. Mantengo todas mis dudas, me hago las mismas preguntas, veo claroscuros en ese lienzo donde diferentes personajes permanecen en su mayoría estáticos, donde se observan movimientos, quizás traiciones, quizás actos de buena fe. Pero muchos, muchos recelos y desconfianzas. Y, por si esto fuera poco, las tres derechas extremas agitando el fantasma de la destrucción del estado, apropiándose de todo, repartiendo carnets de falsa constitucionalidad, mintiendo, en definitiva. En todo esto, encuentro una joya, un artículo de esos que despejan la mente, que muestran que hay personas que ven el futuro con otros ojos. La periodista y empresaria, Rosa Cullell, en El Prado, a Barcelona, se moja:

“Puestos a apostar por un proyecto del nivel que Barcelona merece, la reivindicación debería ser más ambiciosa, El Prado, por ejemplo. ¿Por qué no? Sería bueno para todos. Un buen tema para esa conversación que van a tener próximamente Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Que la famosa mesa del diálogo se olvide un rato del referéndum e incluya el arte, la cultura”. Y añade: “Por favor, dejen de hablar de colonialismo cada vez que se plantean acuerdos con el estado español”.

Yo, qué quieren que les diga, al final, acabo estando de acuerdo con Iñaki Gabilondo. El mediático periodista confiesa sus dudas ante los indultos porque “no observo del otro lado ningún gesto”. Y se pregunta: “¿Es imprescindible el diálogo en Cataluña? Sí. ¿Va a servir para algo? No lo sé”.

En esas estoy yo también.

Foto portada: Forn, Cuixart, Junqueras y Romeva abans de entrar a Lledoners el 28 de julio de 2020. Autor: ACN.

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