No me preocupa tanto la gente mala, sino el espantoso silencio de la gente buena”
Martin Luther King
Sucede con demasiada frecuencia que a fuerza de mostrarnos una y otra vez imágenes con una fuerte carga emotiva, nuestra mente se acostumbra, se amolda a esa situación y deja de perturbarnos. Recuerdo que de pequeño comíamos frente al televisor, pero en el momento en el que una noticia acompañada o no de un impactante reportaje gráfico, mi padre nos obligaba a apagarlo. No lo veíamos como una imposición, sino que demostraba una deferencia hacia la acción de comer, como símbolo de tranquilidad y sosiego. Igualmente, la información quedaba en suspenso hasta encontrar el momento en el que se pudiera observar. De alguna manera, se convertía todo el proceso en un respeto mutuo entre la comida y las noticias.
En la actualidad, la deformación es de tales dimensiones que produce repugnancia. En la intimidad familiar cada uno es libre de actuar como quiera, pero solemos comer, reír, divertirnos y jugar ante una enorme pantalla que nos muestra la violencia más absoluta, cadáveres descuartizados, muertes en directo, bombas de todo tipo, sangre y más sangre, que no impide para nada que sigamos comiéndonos aquella hamburguesa doble atiborrada de kétchup.

Soy muy sensible a todos los dramas que afectan a la Humanidad. Como muchísima gente, contemplo con impotencia la desigualdad, el desprecio, el racismo, la intolerancia y toda una serie de actitudes que no hacen más que crear miedo y desconfianza. A todo esto se une la indiferencia de muchos gobiernos, cuando no la incitación, pues es sabido que el temor es una gran baza para los que mandan. De esta manera pueden manipular más fácilmente y lograr sus objetivos. Como ciudadano de a pie, no conozco exhaustivamente los entresijos de la alta política, cuya complejidad escapa a mi mente, pero sí que puedo intentar hurgar en ciertos aspectos para poder tener un criterio propio que, igualmente puede no ser el acertado.
En los últimos meses toda Europa ha quedado traumatizada por la llegada de refugiados que huyen de los diferentes conflictos armados, especialmente en Siria. Parece que ya nos hemos acostumbrado a ese trágico panorama de llegadas masivas de gente, de alambradas, de campos de concentración, de condiciones de insalubridad inverosímiles, mientras que las medidas humanitarias anunciadas a bombo y platillo han quedado ya en saco roto. La pésima cara de la vieja Europa ha salido a relucir y, lo peor de todo es que no se sabe a ciencia cierta a qué camino nos llevará. Muchos hablan ya de una crisis que supondrá la muerte definitiva de la Unión Europea. De hecho, algunos países cierran fronteras y otros amenazan con el chantaje más burdo si no se aceptan sus propuestas.
En todo este caos, Alemania, la gran Alemania, tiene mucho que decir, aunque ha apostado por el silencio. La llegada a su territorio de miles de refugiados ha puesto contra las cuerdas no solo a los gobiernos de los diferentes lands, sino también a toda una sociedad que todavía guarda en sus mentes el nazismo.
Aunque lo peor está pasando en Sajonia, los ataques se producen por toda Alemania. En Clausnitz, se bloqueó un autocar de refugiados, durante más de dos horas, impidiendo que pudieran bajar para acceder al albergue. Los insultos y escupitajos quedaron grabados (ver vídeo de portada), sin que de momento haya detenidos.

En Heidenau se hicieron trincheras alrededor de una nave industrial acondicionada como centro de acogida, para que no pudieran entrar los inmigrantes. El ataque más reciente, en Bautzen, donde un antiguo hotel remodelado para cobijar a 400 personas fue incendiado bajo los aplausos y las consignas racistas de muchos de sus habitantes, impidiendo la labor de los bomberos. No son los únicos casos. Ha habido y sigue habiendo lanzamientos de cócteles molotov, pintadas, amenazas y actos varios contra los refugiados. Mientras, la actuación de las autoridades no es del todo contundente. O se lo toman como un juego o realmente el miedo los insensibiliza.
Ya hay quien habla abiertamente de paralelismos entre la sociedad alemana de 1933 y la actual, en base a esos silencios que otorgan fuerza a los violentos. En Sajonia, si bien los ultraderechistas no tienen representación en el parlamento regional, son los amos y señores de las calles. Un 50 por ciento de votantes se quedaron en sus casas en 2014. Otro dato revelador es la poca presencia de personas recriminando actitudes claramente racistas cuando éstas se producen.

A pesar de todo, personas con buenas intenciones siguen ofreciendo la ayuda que las administraciones no dan. Me comenta una amiga alemana que esos actos son mínimos, muy visuales, pero insignificantes, que la sociedad alemana tiene muy presente su historia y nada ni nadie va a conseguir unos objetivos funestos para todos. No obstante, me sigue preocupando el silencio, la mirada hacia otro lado, la cerrazón de las puertas tanto físicas como de los corazones de personas que vivieron otros dramas parecidos. Ese silencio mortal es más alarmante que los insultos y los incendios. Mientras tanto, la edición crítica de Mi lucha ya se ha agotado en Alemania. ¿Morbo? ¿Interés? Hay más.
El próximo 13 de marzo se celebran elecciones en tres estados (Baden-Württemberg, Renania-Palatinado y Sajonia-Anhalty) y las encuestas auguran una fuerte entrada del partido ultraderechista AfD, hasta el punto de que puede convertirse en la principal fuerza de la oposición, de momento. Dicen que la historia se repite. Espero no verlo.