Foto portada: un fotograma del anuncio de la lotería de este año.

Opinión de Josep Asensio: ‘Echo de menos al calvo’

Con la llegada de las fiestas navideñas, ya en los escaparates y supermercados desde finales de octubre, se producen varios efectos colaterales. De una parte las exageradas y machaconas campañas de centros comerciales que pretenden ni más ni menos que nos adentremos en los subterfugios que utilizan año tras año. Las castañas, panellets y huesos de santo se mezclan con turrones y mazapanes en las despensas y en los armarios. Si pudieran hablar nos reprocharían seguramente nuestra actuación. Así que las grandes dosis de consumismo exacerbado se embarullan con luces, música, gula y, cómo no, con más gasto a propósito de las rebajas de enero. Tienen razón aquellos que dicen que la Navidad hace tiempo que perdió el sentido religioso. Yo creo que abandonó todo sentido para ser absorbido por el demonio del capitalismo y será difícil reconvertirla en algo más humano.

Una tradición que nos envuelve es sin duda la Lotería de Navidad y con ella, el esperado anuncio televisivo. Ignoro si esa espera es producida por el morbo de ver un fiasco o por valorar en su justa medida el trabajo de actores, guionistas y todos aquellos que colaboran en el montaje. En los últimos años ha primado la mesura en este tipo de publicidad. Incluso la puesta en escena sugiere un ambiente de magia que deja al azar y a la Diosa Fortuna los designios de la suerte. No hay duda de que el calvo de la Lotería, el actor Clive Arrindell, nos embaucó con su mirada y sus manos en las que repartía a diestro y siniestro la suerte, con la ayuda del destino. Su primera aparición se produjo en 1998 y ya triunfó, a pesar de utilizar imágenes en blanco y negro. No fue hasta 2002 en el que ya se incluyó el color aunque solo para algunos personajes. Finalmente, en 2005, todo el anuncio fue rodado en color y el calvo hizo su última aparición en 2005.

A pesar de esta significativa marcha, la línea ideológica del conocido anuncio no ha sufrido una variación importante. La base se asienta en que la suerte no tiene clases y puede llegar en ese momento especial del 22 de diciembre a cualquier lugar y a cualquier persona. Queda reflejado indiscutiblemente en las bolas, estrellas o minúsculas partículas doradas que se reproducen en los diferentes anuncios y que escampan aleatoriamente la suerte. Es igualmente significativo recalcar que se incita de una manera muy prudente a comprar el décimo, casi más a que el décimo está a tu disposición y que tú tienes la libertad de aceptarlo.

No obstante, a partir de 2014 se produce un hecho que yo relaciono con la crisis. Aunque algunos tratan de convencernos de que se trata de humanizar el anuncio, en realidad se incorporan personajes de un perfil muy concreto. Se trata de pobres, que viven en barrios pobres, en paro o con trabajos precarios y que solo podrán salir de esa miseria comprando el décimo de lotería. Algunos me dirán que soy algo retorcido pero el análisis de todos y cada uno de los anuncios en las últimas dos décadas me llevan a esa conclusión.

Solo hace falta apercibirse de que anteriormente a esa fecha, las localizaciones son indefinidas, casi alegóricas en algunos casos, mientras que en 2014 se trata de un bar sencillo de un barrio empobrecido por la crisis, en 2015 una fábrica de gente muy humilde, con unos personajes de animación de excelente calidad, eso sí, y en 2016 un pueblo marítimo donde campa a sus anchas la paranoia de hacer feliz a una señora mayor que cree que le ha tocado el Gordo, para poder ayudar a sus hijos también afectados por el paro y la crisis.

Este último ha sido muy criticado por la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (Ceoma) que lo ha tachado de vergonzoso por ofrecer un estereotipo de la vejez asociado a la enfermedad. De hecho, las lágrimas que se derraman en el anuncio no lo son por la alegría de ganar a la lotería, ya que el sorteo no se ha celebrado, sino por la confirmación de que la protagonista sufre un trastorno crónico de memoria. Si este detalle ya es de por sí triste aún lo es más saber que había sido maestra cuando trabajaba, lo que añade más dolor a la historia. El culpable de todo este amasijo de sensiblería es el director Santiago Zannou, ganador de diversos Goyas, con la colaboración musical de Fernando Velázquez, autor de, entre otras, la banda sonora de Lo Imposible. Nada que objetar a las magníficas vistas de la localidad asturiana de Villaviciosa y a la partitura compuesta para la ocasión, pero sí a la facilidad con la que a veces se juega con los sentimientos humanos.

Quiero pensar que los guionistas son presionados hasta límites insospechados para que creen un producto que no deje indiferente, incluso si se traspasan líneas rojas. Y este año el anuncio de la Lotería de Navidad las ha cruzado en exceso. Quizás no se trata más que de un anuncio cualquiera. No lo creo. Es uno de los más esperados y de los más vistos y, consecuentemente, el que ejerce un impacto más fuerte. Recrearse en la dolencia y en el sufrimiento de una persona para incitar a la compra de un número de lotería es como poco, indecente.

Echo de menos al calvo.

Foto portada: un fotograma del anuncio de la lotería de este año.

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