Barcelona, 12 de octubre. Tarde agradable en la ciudad condal. Aunque es festivo, nadie lo diría, porque se trata de un domingo como cualquier otro. Bueno, no exactamente igual, puesto que para más de dos mil personas se va a convertir en un día muy especial. Ya una hora antes decenas de amantes de la buena música se dan cita en los alrededores del Auditori. Algunos despistados se acercan a las taquillas para intentar disfrutar del acontecimiento pero las entradas están ya agotadas desde hace varias semanas. Sorprende la heterogeneidad del público que se pasea por la puerta de entrada. La música de la Film Symphony Orchestra atrae a un público joven, a pesar de tratarse de música eminentemente sinfónica, clásica en algunas de sus piezas, pero que posee de una manera inherente la unión a una historia, sin la cual no sería lo mismo.
El artífice de tan magno proyecto es un músico completo en todas sus facetas, Constantino Martínez-Orts. Su pasión por la música traspasa los límites de la racionalidad, lanzándose a este órdago allá por el 2011, logrando en estos momentos unas cotas de éxito muy dignas para una entidad privada sin subvenciones y sin otros ingresos que los generados por la propia orquesta. La prueba evidente de este encumbramiento es el aumento de conciertos con respecto al Tour 2014. Nuevas ciudades como Vigo o Murcia van a tener la oportunidad de vivir en directo la magia de una música denostada, olvidada en polvorientos cajones y que, gracias a la genialidad de este casi centenar de profesionales se convierte en imprescindible.
Tengo la suerte de entrar de los primeros. El Auditori es una vulgar caja de cerillas que se convierte en una completa maravilla al traspasar las puertas de la Sala Pau Casals. La madera absorbe de tal manera que es fácil prever que las melodías que están a punto de sonar lo envolverán todo y las notas se fundirán con ella, con nuestros pensamientos y lograrán ese éxtasis indescriptible. Antes de este sueño, miembros de la FSO disfrazados de personajes de La Guerra de las Galaxias preparan el ambiente y posan ante los ya centenares de espectadores que, ansiosos, entran en la sala. Ésta se va llenando poco a poco hasta completar el aforo.

Con puntualidad británica, Constantino Martínez-Orts aparece en el escenario con un traje negro, que no desentona para nada entre una orquesta impecablemente colocada y con todos los músicos dispuestos para ofrecer lo mejor de ellos mismos. Las más de dos horas del concierto van a transcurrir veloces, intercalando temas míticos con otros más desconocidos aunque igualmente plenos de embrujo y de encanto. Es inevitable cerrar los ojos y cristalizar en nuestra memoria las imágenes de esa película cuya banda sonora estamos escuchando. Los actores y actrices, los decorados, las escenas más relevantes y los paisajes más idílicos se muestran vívidos y nuestros recuerdos se funden nuevamente con la extraordinaria interpretación de la FSO.
Imposible separar una de las piezas del programa como la mejor. La delicada selección ha sido hecha con auténtica exquisitez y temas como la Suite de Doctor Zhivago suenan entrelazadas con las del tema principal de Memorias de África o Leyendas de Pasión. No faltan sorpresas como la Suite de La Teoría del Todo o el fragmento El camino de la grava de la película El Bosque y, como no podía ser de otra manera, un guiño al 30 aniversario de Regreso al Futuro y Los Goonies.
El público embelesado aplaude por igual aquellos temas que recuerda y los que la orquesta ofrece en exclusiva porque la magia ya hace tiempo que se ha apoderado del auditorio y permanece allí a expensas de las críticas que pudieran aparecer. No obstante, se pide más. Un Constantino Martínez-Orts exhausto sale y entra casi una decena de veces aupado por los aplausos de la gente puesta en pie. Una persona asidua a los conciertos de música clásica en el Auditori me comenta que nunca había visto nada igual. Han pasado ya dos horas y nadie quiere irse. Con elegancia, aplomo y sensatez, el director agradece las muestras de afecto y regala cuatro composiciones más, para acabar con el tema central de La Guerra de las Galaxias, mientras que aquellos que al principio se fotografiaban con los espectadores sonríen levantando uno de ellos la espada láser. Al acabar, la sensación es doble. Por un lado la tristeza al percatarse que el acontecimiento ha acabado, pero por otro la convicción de que va a permanecer en nuestro recuerdo durante mucho tiempo.
Pero para mí es un honor poder saludar a Martínez-Orts en su camerino. Su imponente silueta contrasta con su enorme sencillez y su capacidad de transformarse en un individuo corriente. Cansado por el esfuerzo realizado todavía tiene unas palabras de agradecimiento, mostrándose contento por el éxito obtenido y destacando el apoyo del público catalán, que tendrá otra oportunidad el día 15 de noviembre de disfrutar de este espectáculo. Yo también le agradezco el hecho de haber logrado acercar la música sinfónica a los jóvenes, sintiéndome orgulloso de aumentar la media de edad esa tarde y también el recuerdo a Ràdio Sant Quirze en el programa de mano. Las palabras de Antonio Machado no son insustanciales en estos momentos. La Film Symphony Orchestra ha hecho camino al andar de manera sabia e inteligente. Queda mucho trayecto, pero su idiosincrasia le permitirá, sin duda, recorrerlo de manera apropiada. Gracias por existir.