Casi tres semanas después del escándalo que ha sacudido a la empresa Volkswagen y a sus filiales Audi, Seat y Skoda, siguen apareciendo nuevos datos que implican aún más a los directivos alemanes. Últimamente, algunos de éstos han declarado que eran sabedores de la manipulación desde hacía más de un año; también que la Fiscalía alemana ordenó registrar la sede central el pasado jueves. Con toda probabilidad, no van a ser éstas las últimas noticias relacionadas con el tema, y sin duda, toda esta inmoralidad va a acrecentarse, provocando consecuencias todavía inciertas.
Como ya se sabe, la Agencia Medioambiental de los Estados Unidos señaló a medio millón de vehículos de las marcas anteriormente citadas como culpables de la emisión de CO2 por encima de los estándares permitidos. La marca alemana no tardó mucho en reconocer que habían manipulado el software de más de 11 millones de motores para que pudiera superar los controles de contaminación en el momento de ser sometidos a los análisis permanentes, aunque cuando el vehículo circulaba con normalidad, ya contaminaba entre 10 y 40 veces más de lo legalmente dispuesto.
Ni que decir tiene que las consecuencias están siendo devastadoras para la empresa que comercializa estos coches en Europa y en Estados Unidos. La caída en bolsa supera ya el 30 por ciento y las inversiones previstas en las diferentes instalaciones pueden sufrir un parón que de manera inmediata afectaría a los trabajadores. Éstos no son de ninguna manera los culpables del fiasco de sus jefes, pero la realidad es que el chantaje va a ser tan cruel y duro que los empleados se van a ver inmersos en una situación delicada y muy comprometida. Además, el fraude nos afecta a todos, puesto que esos modelos fueron mayoritariamente subvencionados con el Plan PIVE, es decir, con nuestros impuestos.
Por si todo esto fuera poco, Bruselas sigue la pista a diferentes fabricantes de televisores que podrían igualmente haber instalado software inteligente en su interior capaz de reconocer el momento en el que son inspeccionados para poder así reducir los niveles de consumo energético, pasando a gastar el doble o el tripe cuando funcionan de manera normal. De momento solo tenemos conocimiento, y no demostrado, de la marca Samsung, pero no se descarta que en los próximos días alguna alemana salga a la palestra, manchando una vez más la insignia del país centroeuropeo.
No obstante, a pesar de las bondades que nos venden los periódicos sobre la Alemania unida, solidaria con los inmigrantes, con uno de los estados con un poder adquisitivo más alto, con buenos servicios públicos y con poco paro, la verdad es muy diferente. Por poner algún ejemplo, señalar que un informe del propio ministerio de Trabajo alemán vaticina que casi cinco millones de mujeres pasarán a ser pobres tras su jubilación. Los minijobs implantados en este país son de tal calibre que ocupan a siete millones y medio de personas, que cobran no más de 400 euros mensuales y que se convertirán en 200 euros al retirarse. No extraña pues que un millón de jubilados en la actualidad no tenga más remedio que trabajar para poder sobrevivir, buscándose un empleo a tiempo parcial o a jornada completa. Algunos de ellos, mayores de 75 años, reparten publicidad por las casas, ensobran documentos, reciben unos euros por pasear el perro del vecino o hacen el trabajo que cualquier becario haría en una empresa. Las cifras del gobierno confirman además que las pensiones se han ido reduciendo de manera continuada y quien en 2000 se convirtió en pensionista tras 35 años de vida laboral cobraba una renta media de 1.035 euros, que se han reducido a 953 en 2011 y a 700 en 2015. Más de 12 millones de personas en Alemania son pobres, puesto que se considera así a la persona que cobra menos de 892 euros mensuales.
La mentira es tan grande y bochornosa que la Marca Alemania se desmorona por momentos. Estábamos convencidos de que allí ataban los perros con longaniza, de que los alemanes eran expertos en responsabilidad, en compromiso, con unas tasas elevadísimas de seriedad y competencia, cuando, de la noche a la mañana nos enteramos de que todo es una falacia. Además, sin ningún tipo de vergüenza, tratan de inmiscuirse en nuestros asuntos, en los de todo el sur de Europa y con petulancia y prepote101ncia, acusan a españoles, portugueses y griegos de ser unos vagos y unos corruptos. ¡Vaya por Dios! ¡Qué descaro más enorme! Resulta que mi mecánico me recomendaba sin dudarlo que me comprara un coche, cuya marca no importaba mucho, pero que el motor fuera alemán; que mi televisor fuera Loewe, que era con toda seguridad, el mejor. ¿Cómo puedo estar seguro ahora que los productos ecológicos del supermercado Aldi lo son realmente? ¿Seguro que el café del Lidl tiene el certificado de Comercio Justo? ¿Y la ropa, el de libre de contaminantes? ¿Y el papel es realmente ecológico? ¿Las empresas que inspeccionan tienen libertad absoluta para denunciar lo que vean sospechoso? ¿No será que los gobiernos están atados de pies y manos por las empresas? Dicho de otra manera, ¿no será que el poder de las empresas supera al de los estados?
La democracia está herida desde hace lustros. El Parlamento Europeo tiene una oportunidad de oro para poner en cintura a empresas que se han convertido en especialistas en desobedecer la legislación. En el caso de Volkswagen, además, la contaminación está matando a gente. Alemania, aquel país que resurgió de las cenizas tras la Segunda Guerra Mundial queda en entredicho, mortalmente herida. Es posible que en caso automovilístico también juegue la geopolítica y a Estados Unidos le interese pinchar un globo para así poder vender sus coches. Pero lo que es indudable es que como país, Alemania se asienta en un mar de arenas movedizas que pronto acabará hundiéndose. Hasta la propia Merkel sigue el camino de Pinocho, abriendo las puertas de par en par a los refugiados sirios un día y planteando al siguiente eliminar el salario mínimo para estos mismos refugiados. Que el esclavismo forma parte intrínseca del estado alemán ya lo observamos con los griegos. Pero hace tiempo que lo sufren todos aquellos que pisan su suelo. Pobre Alemania.