Foto portada: un fotograma de la película 'En busca de la felicidad'.

Opinión de Josep Asensio. ‘Lecciones de felicidad’

Existen  vivencias en la cotidianidad que perduran por siempre. Suelen ser pequeños momentos a los que no se les da importancia en primera instancia pero que después, analizándolos, nos apercibimos que entran a formar parte de nuestra memoria de manera indefinida. Puede tratarse de episodios traumáticos o de felicidad absoluta, aunque en el fondo comparten el objetivo de quedarse clavados en la mente seguramente para que en algún momento de nuestra existencia vuelvan y nos recuerden que somos lo que hemos vivido.

Presentación del libro 'De bien nacidos' en Barcelona. Foto: Barra Llibre via Facebook.
Presentación del libro ‘De bien nacidos’ en Barcelona. Foto: Barra Llibre via Facebook.

He tenido la gran suerte de asistir a la presentación del libro De bien nacidos de mi amigo José Membrive. Es un poemario dedicado a su familia donde se mezcla de manera perfecta el dolor, la ausencia y la esperanza. El acto tuvo lugar en una librería peculiar de la que no tenía conocimiento y que produjo en mí una sensación extraña en cuanto traspasé el lindar de su puerta. Se trata de la librería Barra Llibre, situada en la calle Riego de Barcelona. No podía ni imaginar que allí tendría lugar un auténtico baño de humanidad, necesario, por otra parte, en estos tiempos que corren. La sola disposición de los libros, las puertas envejecidas por el paso del tiempo, las ventanas en lo alto como eternas vigías de los pasantes de la librería, me introducía en un lugar mágico, en una especie de mundo paralelo muy diferente del que acababa de dejar en la calle. Las pocas personas allí reunidas recibimos un auténtico abrazo en forma de poemas de una perfección categórica, aderezados con las semillas del amor más puro. Lo que empezaba con una reunión familiar en torno al autor del poemario, acabó siendo en definitiva, un acto de una sencillez desbordante pero con una intensa pasión humanista. Se habló de ángeles, de cariño, de amor, de dolor, de muerte, de valores, de reconocimiento a nuestros antepasados, de desdicha, de esperanza. Nunca antes media hora había tenido en mí un efecto tan intenso y tan balsámico.

He pensado todo este tiempo en esa tarde fría de invierno. Y me viene a la mente que la sencillez comedida fue la clave de su éxito. No obstante, la realidad es otra. Se aproximan días de calculado consumo, de calculada felicidad. La obligación de mostrar nuestro júbilo en estas fechas la impone todo el mundo. Los chutes de satisfacción, como profundas descargas eléctricas, nos los lanzan diariamente desde la televisión a las redes sociales; desde las entidades solidarias a las de apuestas deportivas; desde los turrones que vuelven por Navidad hasta la Lotería Nacional; desde la Puerta del Sol hasta la Plaça Major de Vic; desde los vendedores de coches hasta los productores de cava. Todos, absolutamente todos, modifican sus hábitos para transmitirnos esa felicidad engañosa e hipócrita que tiene que acompañarnos hasta la primera semana de enero. Porque la prohibición de la desdicha es casi universal. Hay que olvidarse del dolor y pasar sin pensarlo mucho a que las fechas demandan ese entusiasmo que relance la economía, que si aparecen imágenes de aflicción sean para sacar la cartera y hacer una donación. Nada más para eso. Y para que ese gesto nos redima todo el año. Y que los conflictos, sean del tipo que sean queden relegados en el olvido por un par de meses. Así funciona todo. Nuestra mente, en plena consonancia con las directrices mundiales, acepta sin rechistar la imposición. El dolor permanecerá cautivo el tiempo necesario, para volver a manifestarse más allá del 6 de enero. Pero no hay tregua. Antes fue el Black Friday y el Ciber Monday; después, las rebajas. Y después la semana sin IVA, y más rebajas y el consumo sin parar para demostrarnos a nosotros mismos que eso precisamente conlleva la felicidad.

Black Friday en una botiga del Passeig. Autor. David B.
Black Friday en una botiga del Passeig. Autor. David B.

Consecuentemente, la lucha debe continuar. No debe haber tregua contra una sociedad que nos ahoga y que nos obliga a determinados estándares que pretenden justo lo contrario de lo que preconizan. Salirse de la rueda, del mecanismo absorbente, no es tarea fácil, pero hay que intentarlo. Poco a poco, pero con convicción. Nos lavan el cerebro con un objetivo vil y canalla, con el señuelo de la recuperación económica, pero lo que verdaderamente se busca es que caigamos en esa trampa para no salir nunca, para provocar ese suicidio colectivo que nos introduzca en el encefalograma plano. No es justo que nos obliguen a ser felices pero tampoco lo es que nos impidan serlo a nuestra manera. El amor no se compra; se encuentra en esos pequeños instantes que nos da la vida y que no comportan mercantilismo criminal. Esos baños de humanidad que nos inundan de grandeza contienen la esencia de la felicidad y no el pavo navideño ni los anuncios de falsedad premeditada y caduca. Somos nosotros mismos los que tenemos la obligación de buscarla o de encontrarla por azar, como aquel poeta que convergía con las palabras y las transformaba en bellos versos, sin darse cuenta de que la inspiración le rondaba y caía absorta a sus pies. Así debería ser siempre.

Foto portada: un fotograma de la película En busca de la felicidad

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