ARTICULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo
Se puede ser independentista sin ser nacionalista, nacionalista sin ser independentista y soberanista siendo o no nacionalista y/o independentista y, desde otro enfoque, unionista, autonomista, federalista, confederalista o independentista. Y se puede ‘pasar’ de fronteras y banderas por convicción cosmopolita o por desidia. Y todo ello, a groso modo, con posiciones de izquierdas o derechas. En definitiva, las opciones en el terreno de los marcos jurídicos y políticos para establecer relaciones entre comunidades y estados son múltiples pero el denominador común democrático es el inalienable derecho a decidir de los pueblos. Sea cual fuere la decisión, para adoptarla es necesario ejercer ese derecho, de lo contrario, son otros quienes deciden por nosotros y eso está en las antípodas de una sociedad democrática.
Que en el actual contexto la independencia pueda ser el contrapunto entre la miopía política e hidalguía casposa de los gobiernos de reino de España y la voluntad de amplios sectores de Catalunya, no requiere apelar al esencialismo y/o etnicismo sobre el origen de las naciones (española, catalana, ….) para autoafirmarse en imperios sacrosantos o destinos en lo universal. Las naciones no tienen origen divino. Son construcciones sociales. Su creación y vida es tan contingente como efímera. En particular, su formación son auténticos relatos de terror caracterizados por guerras de rapiña, matrimonios de intereses, conspiraciones palaciegas, masacres, pernadas, traiciones y asesinatos de todos los colores, reflejo del vil talante de señores, nobles, reyes y reyezuelos, que han utilizado al pueblo como carne de cañón para satisfacer las ansias irreprimibles de esos auténticos bandoleros, antepasados de las mafias, cuya versión refinada la tenemos en las troikas y clubes Bilderberg de turno, arropados por la casta política a su servicio que fabrican leyes neoliberales para perpetuar el tinglado.
No existen patriotas en abstracto. Eso es lo que vende la consigna del ‘nuevo’ proyecto convergente ‘primero la independencia y después ya veremos’, una frase que ha hecho fortuna e incluso ha sido asumida por determinados sectores sociales para justificar una decisión muy discutible y que contiene cierto tufillo étnico al utilizarse para tachar de antipatriotas a los disidentes, a quienes no están dispuestos a comulgar con ruedas de molino y denuncian el carácter de clase de un proceso capitaneado por Convergencia, obviando la mayor: que un componente esencial de una nación que se precie es la pluralidad y que el pensamiento único embadurnado de patriotismo, es extremadamente peligroso (preocupante son determinas declaraciones y opiniones que aparecen en medios y redes sociales por su virulencia contra la discrepancia).
Llegados a este punto, es pertinente desmitificar el patriotismo de los ‘señores del dinero’ que, de una parte, enarbolan banderas y de otra expolian a sus conciudadanos y de su hipócrita manera de entender la soberanía que permite a la Señora Melker, el FMI, …, (usurpando esa soberanía del pueblo), decidir recortes sociales y recetas privatizadoras en favor de empresas y multinacionales. Aplican medidas neoliberales no por patriotismo, sino por intereses aunque con ello estén robando la cartera y el futuro de generaciones de ‘sus compatriotas’. Sin olvidar que, por lo visto, su ‘amor a la patria’ no es antídoto suficiente contra el convulsivo tic de meter la mano en las arcas o la tendencia a evadir capitales o su adicción a prácticas corruptas.
Aunque la oculten, la evidencia es tozuda y lo cierto es que existen intereses y clases sociales en todos los estados, como también más afinidad entre los poderes económicos, de distintas nacionalidades que entre esos magnates y sus compatriotas nacionales. “Curt i ras”, son más fieles al sistema económico que les otorga riqueza y estatus que a las identidades y sentimiento construidos en torno a una nación, por eso debe insistirse que el resultado de la construcción de un nuevo estado depende de la clase social que dirija el proceso: y hoy y aquí, el diseño, en función de determinados intereses está en manos convergentes (recortes, privatizaciones,… muestran el camino).
Ni soy nacionalista, ni independentista. Me incluyo en el soberanismo, un concepto que entiendo más amplio y asociado con el derecho a decidir que tienen los pueblos sobre el modelo de estado que prefieren y, desde ese planteamiento, impulso un modelo que favorezca al 99 por ciento de la ciudadanía (territorial, social, económico y políticamente), que superando un derecho a decidir limitado a la creación o no de fronteras, pone encima de la mesa la necesidad de un proceso constituyente en Catalunya y en Europa para rediscutir las reglas de juego de un nuevo contrato social. Un soberanismo que empodere a la mayoría ciudadana para promover un giro sustancial en los estados existentes y evitar que los que, en su caso, pudieran nacer, sean fotocopias de los existentes, que se han revelado no solo incapaces de satisfacer las necesidades sociales y económicas de la mayoría, sino ser los causantes de crueldades evitables e insostenibles.
Los tiempos están cambiando. Ya no basta con mover las piezas del tablero, debe cambiarse el tablero y que nadie se llame a engaño, quienes hoy por hoy dominan este tinglado, esos ‘señores del dinero’, con o sin independencia, no lo van a cambiar. En ese escenario y respetando lo que cada decida (pluralismo versus uniformismo), mi voto lo orienta la utilidad que pueda tener para el pueblo y para la clase a la cual pertenezco, no para quienes forman parte de la casta económica y política, auténticos generadores de la crisis económica, de la gravísima situación en la que nos han metido y beneficiarios del atraco que nos están perpetrando.