Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) lleva casi 40 años explicando los conflictos armados, denunciando sus causas y mostrando sus consecuencias entre la población civil. Es uno de los fotoperiodistas más prestigiosos de España. Acumula un sinfín de premios, entre ellos, el Premio Nacional de Fotografía en 2009, el Ortega y Gasset en 2008 o el premio Cirilo Rodríguez en 1996.
Sánchez ha estado este jueves y viernes en Sabadell presentado su exposición Sarajevo: Guerra y Paz, que acoge el Casal Pere Quart hasta el 30 de septiembre. Antes de la inauguración ha atendido a iSabadell.
¿De dónde la viene la pasión por la fotografía y por el periodismo?
Pasé mi infancia y juventud en Barcelona primero, y luego en Tarragona. Cuando era niño coleccionaba sellos. Los sellos me llevaron a saberme las capitales del mundo e imaginaba que algún día viajaría a los países de mis sellos. A los 13 años empecé a decir una cosa un poco absurda: que quería hacer periodismo porque los periodistas viajaban. Los sellos, las capitales y el hecho de querer viajar me llevaron al periodismo.
Algunos compañeros míos del instituto de Tarragona que aún veo me dicen que era el único que ya tenía claro lo que quería ser. Cuando llegué a la UAB otros compañeros me dicen que ya tenía claro que quería hacer conflictos armados. Durante los años de la universidad ya viajé a algún país en situaciones complicadas como Turquía después de un golpe de estado, a los Balcanes después de la muerte de Tito en el 81 o a Israel después de la invasión del Líbano en el 82, cuando se produjeron las matanzas de Sabra y Chatilla.
A menudo se dice que hoy día cuesta mucho llegar a las redacciones o trabajar en medios. Mientras hacía esos primeros viajes, y durante muchos años, compatibilizó los estudios o los trabajos periodísticos con otros empleos, por ejemplo de camarero.
A veces me encuentro algunos jóvenes que me preguntan ‘que hay que hacer para ser como tú, como Gervasio Sánchez’. Yo les digo: ‘trabajar 17 veranos, 17 veranos, lo quiero recalcar, 17 veranos de tu vida de camarero’. Tengo un hijo de 23 años y con esa edad todavía no tiene un día de vida laboral… Yo con 14 años ya tenía carnet de la seguridad social y dejé de estudiar entre cuarto y quinto de bachillerato para trabajar. Sorprende que ahora estamos más acostumbrados a poner pegas que a buscar las soluciones. Yo no quería ser periodista de plantilla, no quería ser periodista de salón, no quería ser periodista de redacción. Quería viajar. En aquel momento, en el 84, mis compañeros dejaron de estudiar porque ya tenían trabajo fijo. En aquel momento había pocas facultades, la UAB, la Complutense en Madrid y el Opus en Navarra. Y salían medios por todas partes. Pero yo quería la línea de los viajes y me busqué la vida para lograr el objetivo y vivir de ello.
Viene a Sabadell a presentar Sarajevo: guerra y paz, que se podrá visitar hasta el 30 de septiembre, con fotos durante la guerra de los Balcanes y su equivalente 15 años después. ¿Qué supusieron los Balcanes para su carrera?
Mi época de madurez fue en los Balcanes. Acabé periodismo en el 84 y no había recibido una clase de fotografía. Sabía escribir, me manejaba y me manejo bien. Y la verdad es que he hecho coberturas que he podido equilibrar redactando los textos. Si no, económicamente se hubieran desequilibrado. Vendía y cobraba el texto por separado de las fotos. Y también he hecho radio por separado. Eso que se estila ahora de hacerlo todo por el mismo precio no lo he hecho nunca: ni antes ni ahora ni mañana.
Empecé a hacer fotografía para documentar las historias que cubría y escribía. Durante los años 80 fue una década de aprendizaje. Porque la universidad no te enseña las claves. En la universidad me lo pasé muy bien, conocí a gente magnífica, fui a muchos conciertos de rock en Barcelona. En aquel momento Barcelona tenía un altísimo nivel cultural. Sorprende ver como ha caído en todos los sentidos. No lo digo de ahora por el procés sino por la apuesta por el turismo de masas desde hace 20 años. Entonces todos los conciertos grandes se hacían en Barcelona: el primer concierto de Bruce Springsteen en España fue aquí, el último de Bob Marley, uno de los grandes de Lou Reed. Iggy Pop… Había gran oferta de cine de arte y ensayo. Fueron cinco años magníficos. Una vez licenciado en el 84 y hasta los 90 es mi década de aprendizaje profesional.
Cuando llego a los Balcanes, ya había estado en guerras como El Salvador, Nicaragua, Perú, Colombia, la dictadura de Pinochet, Argentina… Llego a los Balcanes y se produce una conexión mágica con un conflicto al que yo no quería acudir porque no acababa de entender. No era una guerra étnica: todos son eslavos. Tienen religión distinta pero la religión no pintaba nada. La gente no iba a la iglesia ni de casualidad. Ves allí todo un desastre que no entendía.
Pero cuando me meto en la guerra tomo una decisión fundamental: usar el color para la parte más evidente de la guerra. Pero cambiar a la fotografía en blanco y negro para la parte más cotidiana de la guerra. Al principio las fotos en blanco y negro no interesaban. Querían sangre. Pero con el paso de los años y las décadas aquella decisión del blanco y negro se convierte en mi trabajo de referencia.
El papel de las historias, de las víctimas, de las personas que hay detrás de los conflictos.
Lo más triste de todo es que nunca encuentras a una persona que sepa porque está en la guerra. Preguntas a un joven afgano, iraquí, guatemalteco, salvadoreño, somalí o sudanés ‘por qué está tu país en guerra?’. Aún no he encontrado una respuesta con cierta lógica. La mayor parte de la gente muere, sufre, queda amputada o se tiene que refugiar sin saber el motivo real.
Hay gente haciendo negocios desde el minuto uno a miles de kilómetros, desde despachos con aire acondicionado y con el marco de la foto de sus hijos al lado. Y están firmando contratos de muerte. Estos contratos se firman en países donde se dicen respetar los derechos humanos, muchos de ellos europeos, pero esos mismos derechos ya no importan más allá de sus fronteras.
Yo tenía 20 años cuando los soviéticos invadieron Afganistán. Tengo 62. Han pasado 41 años. Para encontrar a un afgano que se acuerde de lo que es un país en paz hay que buscar gente por encima de los 50 años. Y la esperanza de vida es de 47 años. Personas de mi edad, 62 años, son ancianos.
¿Cómo no somos capaces de encontrar los conductos lógicos para poder vivir? ¿Porque hay gente que siempre intenta romper los puentes de convivencia? Cuando se empieza a estirar la cuerda y empiezan a resquebrajarse esos puentes, la posibilidad que haya un conflicto armado está allí. Aunque no haya armas. En Ruanda no había armas y la gente se machacó con machetes. Gente que semanas antes de matarse iban a las mismas iglesias, los mismos mercados y los mismos colegios.
Afganistán ha estado de actualidad en agosto de nuevo por la retirada occidental. Usted ha estado varias veces en el país. ¿Qué se ha hecho mal para acabar 20 años después en la casilla de salida?
Todo. En el minuto 1 se cometieron errores o de primerizo o de un cinismo tremendo. En la conferencia de Bonn, de diciembre de 2001, Estados Unidos y las potencias europeas (Alemania, Francia, el Reino Unido, Italia y en su justa medida España), pero también Canadá o Japón, pactaron con el diablo. Pactaron con los testaferros, con los señores de la guerra que habían destruido Afganistán antes de los talibanes.
Yo estuve cuando llegaron los talibanes la primera vez en los 90. La población estaba harta de guerras. Preferían un régimen injusto como el talibán pero que trajera la paz y el orden. Todo eso antes que el desastre de la guerra.
En 2001 la comunidad internacional en vez de buscar personajes decentes, no corruptos, sin crímenes de guerra, sobre todo en la gente joven o las mujeres, se pactó crear un protectorado internacional con el diablo, con los asesinos, con los criminales, con los corruptos.
Se habla de las mujeres. En aquella conferencia de Bonn solo hubo tres mujeres en la representación afgana. Un 10 por ciento. Y eso porque hubo presión para que los criminales de la Alianza del Norte permitieran que hubiera un grupito testimonial de mujeres.
El otro día publiqué los diarios que hice en Kandahar, en el sur, el año 2011. Ya se veía que los talibanes iban a ganar la guerra. Hasta los altísimos jefes militares británicos y estadounidenses lo decían: la guerra está perdida. Hace 10 años. ¿Qué ha hecho la comunidad internacional entonces? Perpetrarse en un modelo fracasado desde el minuto uno. La situación ha mejorado en los hospitales, porque las chicas van a la universidad, a las escuelas, las mujeres trabajan… pero si te vas al interior del país vas a ver que las cosas siguen como siempre.
¿Qué pasará ahora?
Hay dos posibilidades. La que me gustaría a mí: los talibanes han ganado la guerra y han unificado el país. Eso hay que entenderlo. Hay que entender que significa unificar el país. Para muchos afganos es algo positivo. Ahora solo manda uno. Hay que tenerlo en cuenta. Después de 40 años de guerra, los talibanes han conseguido el poder muy rápidamente porque se ha disuelto como un azucarillo el ejército sufragado por la comunidad internacional. Si los talibanes actúan con la misma actitud que muestran en su propaganda, es decir, sin perseguir a las mujeres, sin perseguir a las niñas, sin perseguir a las jóvenes, y no persiguen a las minorías como las hazaras o los chiitas es muy posible que el país pueda salir del desastre con ayuda internacional. Pero el otro escenario es posible: que los talibanes incrementen la violencia para convertirse en un país fundamentalista. Lo que hicieron en los 90. Entonces el caos está asegurado.
En el año 2001 con la intervención internacional y posterior ocupación hubo varios periodistas españoles cubriendo los hechos desde el terreno. Este año la retirada se ha hecho tirando de agencia y medios internacionales. ¿Cuáles son las causas y qué consecuencias tiene este hecho?
La cobertura de la prensa española durante los últimos 30 años, y ahí incluyo el primer quinquenio talibán pero también la guerra anterior, ha sido una vergüenza salvo excepciones. Excepciones de algún periodista freelance como Mónica Bernabé, ocho años en el país con El Mundo, o yo mismo que he viajado con Heraldo, la SER o algunas cosas con La Vanguardia. Pero son periodistas que hemos trabajado de forma muy autónoma y como casos raros.
Yo estuve en el 2001 dentro de Agfanistán. Éramos muy poquitos. Los demás estaban en Pakistán o en Tayikistán. Algunos entraron y algunos, como Julio Fuentes, murieron asesinados. Pero la cobertura ha sido un desastre. En 2002 ya había de nuevo poquísimos. Ya no digo en 2005, 2006… en 2009 hubo un incremento porque se cubrieron las elecciones. Pero quitando excepciones se ha hecho una cobertura desastrosa. Y en aquellos años no había crisis. Los medios ganaban cifras estratosféricas.
Los directivos de los medios de comunicación españoles están obsesionados con la política interna, las prebendas, las vinculaciones con los políticos, con pensar en callarse si gobierna el partido favorito y criticar cuando gobierna el otro. Y muy pocas veces tienen el olfato ni de enviar periodistas ni de pedir que se vaya. Este verano ha habido medios donde no ha salido ni un solo voluntario para ir a Afganistán. En los años 90 había hostias para ir a los Balcanes.
¿Usted va a volver a Afganistán?
Sí. No estoy ahora allí porque tengo este tipo de actividades como la que se inaugura en Sabadell entre septiembre y octubre. Creo que hay que ir de aquí a dos o tres meses porque la atención caerá del todo. A Afganistán le quedan dos telediarios. De hecho hoy [por el jueves, cuando se hizo la entrevista] ya con las inundaciones, con Sánchez, la oposición y poca cosa más, ya no se ha hablado de Afganistán. La atención por Afganistán, como suele pasar en España, ha durado un par de telediarios.
Cuando le dieron el premio Ortega y Gaset el año 2008 se montó una cierta polémica por su discurso, donde denunciaba que España era un gran vendedor de armas. Se dice que ese discurso, que se puede encontrar por internet pero no apareció demasiado en su momento, tuvo consecuencias para usted. ¿Es cierto?
Yo he hecho discursos duros desde los 90. En el 94 la Asociación de la Prensa de Aragón me dio un premio y del acto se fueron dirigentes de Izquierda Unida. Dije que su partido no se implicaba en los Balcanes porque Milosevic se autopresentaba como comunista. Critiqué mucho a Felipe González sobre los Balcanes. En el 87, cuando yo llevaba tres años licenciado, se supo que España vendía armas a Irán y a Irak [entonces en guerra]. Fui activo en ese tema. Siempre he hecho discursos extremadamente duros. No me da la gana que el protocolo te sepulte como a uno más de la cuadrilla. Atizo en nombre de los que no pueden hablar y lo seguiré haciendo. En aquel discurso del Ortega y Gaset un alto cargo del gobierno de Zapatero me vino a reñir delante de dos diputadas del PSOE y me dijo que los actos protocolarios no eran el lugar para hacer crítica. Le dije que había sido educadísimo porque lo que me pedía el cuerpo era llamarles hijos de puta por todo lo que hacían con las armas. Instrumentalizaron como nadie la palabra paz con la Alianza de Civilizaciones y por otro lado duplicaron la venta de armas.
¿Cómo ha evolucionado la venta de armas en España en estos años?
Cuando Zapatero dejó el gobierno la venta de armas se había multiplicado por seis. De 400 millones cuando se fue Aznar a 2.400 millones cuando se fue Zapatero. Con Rajoy se ha seguido multiplicando y cuando ha llegado Podemos al poder con Sánchez, lo mismo. Han vendido fragatas a los saudíes para bloquear los puertos de Yemen. Y el alcalde de Cádiz de Podemos envainándosela. Y la gente de Podemos bien calladita porque hay que seguir jugando al negocio de las armas.
Es una vergüenza que España sea una de las potencias de venta de armas del mundo. Con la crisis del 2008 perdimos puestos laborales y caímos en todos los sectores de la sociedad menos en uno: en la venta de armas. Somos aspirantes a entrar en el club de los seis países que más armas venden. Ahora somos el octavo país que más armas vende en el mundo.
¿Cómo valora el fotoperiodismo que se hizo durante la pandemia del coronavirus? Ha habido ciertas dificultades para documentar lo que pasaba a todos los niveles: medios locales, regionales o nacionales.
En marzo del año pasado, poco después de la declaración de estado de alarma, llamé a media docena de directores de medios. Les llamé para decirlos: ‘nos están jodiendo’. No me hizo caso ni dios. Se ha hecho una gran cobertura porque los periodistas y fotógrafos se han intentado colar ante el comportamiento vergonzoso, obsceno, cínico por parte de todas las administraciones de este país. Todas: del PP en Madrid, del PSOE en Aragón o Valencia, del PNV en el País Vasco y lo que queda de Convergencia aquí. Han prohibido pasar, han infantilizado la población y esto es muy grave.
Pero a la vez, cuando han salido fotos duras, por ejemplo la famosa de los ataúdes, parte de la ciudadanía y de las redes sociales se ha echado las manos a la cabeza porque es incómodo, no nos gusta y no debería de salir. ¿Qué opina de este debate?
Si todo lo hacemos en función de la ciudadanía no hablaríamos ni de corrupción porque es incómoda. Que las administraciones, catalana o andaluza o valenciana, hayan robado de forma brutal es un escándalo y es incómodo. ¿No hablamos de ello entonces?
La prensa debe mostrar las consecuencias de una crisis tan brutal como la pandemia. Las fotos de los féretros no se publicaron en un montón de medios porque no tuvieron las agallas de enfrentarse a las presiones. La irresponsabilidad de los políticos y la prensa han convertido al ciudadano en un niño. Han infantilizado a la población. Ahora el número de negacionistas, de personas que no se creen la pandemia, se ha multiplicado. Por eso cada vez que se levanta un poco la mano con las restricciones tenemos el desastre que tenemos. Yo cubrí la pandemia, vi gente morir sin contemplaciones y cuando ves morir gente sabes muy bien lo peligroso que es un virus.
Además gente muriendo sola.
Nunca en mis 40 años de trayectoria en conflictos armados he visto morir a las víctimas con la misma soledad que en España durante la pandemia. Los niños que morían de hambre en Sudán, de cólera en Ruanda, de ébola en el Congo, o los civiles bajo las bombas en Afganistán, Bosnia o Irak, morían en brazos de sus seres queridos. Morían acompañados. Nunca he visto morir tanta gente tan sola como el año pasado en mi país.
Para acabar, usted está vinculado a varias iniciativas que ponen en relación el aspecto más formativo con el profesional como el Seminario de Albarracín. ¿Como ve ya no tanto el estado de salud del periodismo sino las oportunidades de futuro? ¿Qué recomienda a los que empiezan?
Estoy enamorado de mi profesión aunque cada día me cabreo con ella. Creo que hay gente que le hace mucho daño. Pero una sociedad sin buen periodismo está condenada al mayor fracaso. Una sociedad sin sanidad o educación es un desastre. Sin periodismo, lo mismo. Más fácil de malograr como sociedad. Periodismo crítico, alejado de los salones del poder, de las personas que dirigen la comunicación.
Si yo fuera director de un periódico, no iríamos a una rueda de prensa si no hay preguntas. Le diría al presidente que me envíe por correo lo que quiera decir y que valoraríamos si lo publicamos o no. No haría entrevistas con preguntas pactadas. Eso de mandar como se le enviaban al presidente Pujol los cuestionarios antes de las entrevistas, como pasó con un diario que va dando lecciones como La Vanguardia, me parece inaudito y vergonzoso. Todo eso ha puesto en un brete la profesión. Y lo grave es que ahora si le preguntas al ciudadano te dice que los periodistas son mentirosos, están al lado del poder y se venden al mejor postor. Mis amigos que murieron cubriendo conflictos nunca hicieron eso; la gente que verdaderamente trabaja en esta profesión mucha veces a oscuras y sin fama no son eso.
¿Qué le puedo decir a un joven que empieza? Que se prepare mucho y que si de verdad quiere mirarse al espejo no con 20 años sino cuando tenga 40, 50 o 60 y no llamarse vendido o gilipollas tendrá que luchar muchísimo. Las presiones son tremendas. A veces me dicen que la guerra es peligrosa. Claro que lo es. Pero digo: periodismo local. Ahí es lo peligroso.
Si yo digo algo de Karzai, el sinvergüenza que está bastante poco en Afganistán y ahora se ha hecho amigo de los talibanes, o de Ghani, que se ha ido con 160 millones y ganó las elecciones con un gran pufo, o dije de Gadafi o que Sadam era un criminal, nadie me lo va a tocar. Pero ponte a decir que el jefe de la Caixa o de Caja Madrid es un corrupto. Al día siguiente vas a la puta calle. Las relaciones vergonzosas entre el poder político, el poder económico y el poder mediático son un escándalo en España. Encontrar medios independientes es casi imposible. Y al final todos sabemos lo que podemos tocar y de que forma. Así que para evitar líos hay temas que no se tocan.
Fotos: David B.