Opinión de Josep Asensio: ‘García Lorca somos todos’

El dolor provocado por una guerra, y todavía más por una guerra civil, entre semejantes, entre amigos que lo eran y entre familiares, no es comparable a ninguna otra desgracia. Ni tan siquiera, me atrevería a puntualizar, a una catástrofe de índole accidental o ambiental. El asesinato a sangre fría, por ideales, por convicciones opuestas o por suposiciones generalizadas, constituye una de las bajezas humanas más repudiables.

La Guerra Civil española, oficialmente comprendida entre el 17 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, constituye uno de los episodios más sangrientos de nuestra historia reciente y todavía es muy presente en las memorias de los que la padecieron, ya directamente o a partir de una posguerra que llevaba implícita la miseria, la dictadura y la humillación de los perdedores. Porque si bien éstos fueron vilipendiados y salvajemente menospreciados, todos y cada uno de los españoles, fuere cual fuere su ideología, fueron sumidos en una especie de pesadilla que, 75 años después, aún perdura.

Apertura de una fosa común a pie de carretera,

No pretendo ni mucho menos hacer un análisis exhaustivo de lo que representó la Guerra Civil y sus consecuencias, pero sí que es verdad que los miles de cuerpos enterrados, abandonados y olvidados en las cunetas de toda España pesan como una losa en la memoria de todos. No cabe duda que nuestra transición fue ejemplar. La ley de amnistía promulgada en octubre de 1977 así como la Constitución de 1978 parecían querer hacer borrón y cuenta nueva e iniciar una nueva etapa en nuestra historia. De hecho, lo lograron en un primer momento pero, como se ha podido comprobar, es imprescindible, para el bien de toda una comunidad, limpiar y curar todas las heridas para así poder desbancar al odio de una vez por todas.

Lo que para unos es levantar ampollas, remover el pasado y hurgar en la herida, para otros es poner sobre la mesa todos los elementos que abocaron a España a ese conflicto y cerrar, de una vez por todas, ese agravio doloroso que sufrieron todos. Porque todavía hoy a mucha gente se le saltan las lágrimas cuando recuerda que se llevaron a sus padres y hermanos y nunca más los vieron. Aunque sabían en qué cuneta o barranco estaban enterrados les obligaron a callar, a cerrar sus mentes y a llorar en silencio. Vieron matar a maestros por el solo hecho de serlo y a sacerdotes y a escritores y poetas; a gente de todos los pensamientos, a los que se ponían en medio para evitar el derramamiento de sangre y a los que nunca se implicaron en nada.

Y luego vinieron el exilio, el hambre y, ya acabada la guerra, los sometimientos, las humillaciones y los ajustes de cuentas. Son decenas de miles de personas las que fueron fusiladas por rojas, por haber estado en un bando y porque anteriormente a la guerra tenían alguna cuenta pendiente con el, digámoslo así, afectado o afectada.

Después de diversos contratiempos, la Junta de Andalucía vuelve a excavar en la fosa de Alfacar en busca de los restos miles de andaluces que fueron allí asesinados  y enterrados. Se sospecha que se encuentren allí  los del poeta Federico García Lorca. La familia siempre se ha posicionado en contra de esta búsqueda quizás para evitar un peregrinaje morboso a ese paraje, pero lo que sí es cierto es que los familiares de esos muertos tienen el derecho incuestionable a depositarlos donde ellos deseen.

Visita divulgativa sobre García Lorca, en el paraje.

La consideración de Lugar de Memoria Histórica de Andalucía dado a la carretera de Víznar-Alfacar tiene un componente simbólico impresionante y va más allá de una simple consideración toponímica. Significa el comienzo del final de una etapa que nunca debió existir y que una vez completada debiera servir para poner las bases, de una vez por todas, del entendimiento entre todos. Los radicalismos, la falta de consenso y los odios que aún perduran son, seguramente, la consecuencia de un olvido obligado por las circunstancias, pero reconducible si se impulsa desde las instituciones y los ciudadanos.  Las dos Españas son todavía muy visibles y representan lo más indigno de nuestra convivencia común.

Hace unos años asistí a una conferencia sobre Federico García Lorca. Cuando el ponente relató los últimos momentos del poeta, un hombre se levantó y entre sollozos confesó que a su padre lo mataron con él. Su recuerdo era claro y nítido. Varios falangistas empuñando sus pistolas los empujaron y los obligaron a subir a un camión. Los gritos de los familiares los ahogaron los bramidos de los asesinos y el ruido ensordecedor del motor del vehículo. El rastro del polvo lo inundó todo: la calle, las casas, las mentes. Nunca es tarde para encajar las piezas de ese puzzle. Hay que hacerlo, porque en definitiva todos formamos parte de ese pasado.

Foto portada: grafiti dedicado al poeta granadino fusilado por el bando franquista al inicio de la Guerra Civil.

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