Las imágenes se repiten una y otra vez. Un soldado israelí dispara a sangre fría contra un palestino desarmado, un adolescente, una joven, una persona mayor. Mientras agoniza, otros palestinos protestan pero el ejército tiene órdenes expresas de dejar morir desangrada a la víctima si ésta no lo ha hecho ya en el acto. Las personas que pretenden ayudar al malherido son empujadas, tiroteadas incluso. En algunos casos el soldado le da un tiro de gracia para evitar así la llegada de las ambulancias. La masacre ha quedado grabada en algunos móviles y sin premura es difundida por las redes sociales a todo el mundo. Miles de palestinos han muerto ya en un ejercicio de cuidado genocidio que intenta disfrazarse con declaraciones de altos cargos policiales y políticos que pretenden hacernos creer que todo ha sido o un desgraciado error o un acto en defensa propia. Si bien es verdad que en los últimos tiempos proliferan los ataques solitarios de palestinos a personal militar israelí, éstos representan una mínima parte y sirven de excusa para asesinar a cualquier sospechoso sin mediar palabra.
La situación del pueblo palestino es quizás en estos momentos la más vergonzosa desde la creación de las Naciones Unidas. Israel se ha negado siempre a acatar las resoluciones de este organismo y ha ido acelerando la anexión de los territorios palestinos sin apenas rechazo de la comunidad internacional. Dos años después de la destrucción casi total de Gaza, con más de dos mil muertos, entre ellos 500 niños, y cien mil desplazados, los informes de Unicef destacan que más de un millón de niños están sufriendo gravemente las consecuencias de la aniquilación de estructuras básicas (redes de agua y electricidad, hospitales, colegios). La operación militar que duró 50 días y que nunca tuvo como objetivo acabar con supuestas redes terroristas y sí con la infraestructura civil, representó un gasto de 50 millones de dólares diarios y consiguió, eso sí, aniquilar cualquier atisbo de esperanza para un pueblo palestino que, a pesar de todo, sigue esperando la ayuda del resto del mundo.
Las buenas noticias llegan con cuentagotas pero cada vez con más contundencia. Las diferentes acciones del gobierno israelí como la continua construcción de asentamientos ilegales, el archivo de investigaciones de los centenares de asesinatos cometidos por militares, la nueva doctrina de premios y castigos, los asedios a ciudades palestinas, la negación de permisos, el corte en los suministros de agua y luz y otras vilezas tienen respuesta en gran parte de la sociedad mundial. Las redes sociales tienen aquí un papel primordial y los casos de solidaridad se multiplican día a día. Destacar la valiente acción de un numeroso grupo de aficionados del Celtic de Glasgow que recibieron en un partido de la Champions al Hapoel Beer-Sheva israelí enarbolando banderas de Palestina. O la contundente acción de protesta contra la actuación de la Orquesta Filarmónica de Israel (OFI) en Bogotá (Colombia). Recordar que la cultura es de las pocas, si no la única herramienta de Israel para lograr algún tipo de legitimidad ante la comunidad internacional, ya que es claro que sus acciones representan una completa violación del derecho internacional; la OFI constituye, entonces, parte de la campaña de propaganda y lavado de imagen de este Estado, un imperativo que no carece de financiamiento y apoyo gubernamental. Sin olvidar las diferentes flotillas que se han acercado a Gaza para ofrecer ayuda y que, consecuentemente han sido interceptadas por la marina israelí. La última, formada únicamente por mujeres, partió de Barcelona el pasado 14 de septiembre.
Me gustaría resaltar las acciones pacíficas, en contraposición a las irracionales y salvajes protagonizadas por el gobierno sionista. Una de ellas viene de la mano de la oenegé Min el Bahar (Del Mar, en árabe), que cuatro mujeres israelís crearon hace diez años. Los integrantes que todavía resisten pertenecen a la asociación Machsom Watch, que denuncia abusos contra palestinos en los controles militares. El pasado agosto se propusieron llevar a la playa a centenares de niños palestinos que, a pesar de vivir cerca del mar nunca lo habían visto. Se bañaron con otros niños israelíes, siendo la primera vez que veían ciudadanos de esta nacionalidad sin armas. Los voluntarios destacaban las caras de incredulidad de niños palestinos y sus padres al percatarse de la amabilidad de los que únicamente conocían porque los asesinaban en los controles.
Así pues, uno de los enemigos del estado de Israel se encuentra en gran parte entre sus propios ciudadanos que empiezan a darse cuenta del gran engaño al que han estado sometidos durante más de cuarenta años. Sin obviar la colosal tarea de la Campaña internacional de Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel, BDS, a la que se han sumado ya los ayuntamientos de Badalona, Terrassa, Gijón o Alcoi, el cabildo de Gran Canaria o las diputaciones de Sevilla y Córdoba. Sabadell votó en contra de este boicot, en una oscura votación que tuvo lugar en diciembre del año pasado y que seguramente esconde algunas maniobras que los ciudadanos de a pie ignoramos.
Pero el gran temor de Israel viene de Estados Unidos. Las nuevas generaciones se movilizan contra su aliado como nunca lo habían hecho desde la guerra de Vietnam.
Las generaciones más jóvenes están mucho más afectadas por las imágenes de un Israel intolerante que tiraniza a una nación palestina privada de derechos que por el recuerdo cada vez más débil de la épica sionista original. Para ellos, el conflicto palestino-israelí se ha convertido en una cuestión de derechos humanos. Y de por sí, muy polémica. Los defensores de Israel enfrentan hoy un activismo pro-Palestina en los predios universitarios a un nivel nunca visto en Estados Unidos desde que los estudiantes manifestaban en protesta por la guerra de Vietnam”, subraya Shlomo Ben-Ami, exministro de Relaciones Exteriores de Israel, y vicepresidente del Toledo International Center for Peace.
Los ataques deliberados del ejército israelí contra escuelas de la ONU en Palestina son uno de los trágicos ejemplos que están lastrando el apoyo incondicional de la sociedad americana, pero especialmente de los jóvenes. Además, por primera vez, el gobierno de Israel prefiere el triunfo de Hillary Clinton, una demócrata, al de Donald Trump, pues éste apela a un sentimiento fuertemente anclado en el americanismo individualista y xenófobo, en un claro ataque a las minorías y donde los judíos en su conjunto podrían ver comprometidos sus privilegios. Trump pretende asimismo hacer pagar a Israel por los servicios prestados por Estados Unidos.
Así pues, el aislamiento de Israel es más que evidente a pesar de las ingentes cantidades gastadas por su gobierno para ofrecer una imagen diferente. El boicot ya es de por sí efectivo, como el de una farmacéutica de Sabadell que al saber que vendía medicamentos de una importante empresa israelí decidió no volver a pedirlos. Pero ahora es el empoderamiento de la ciudadanía, una vez más, el que está poniendo las bases de una nueva estructura. La paz es posible, pero obligando a Israel a la restitución de lo anexionado desde 1967 y reconociendo a Palestina como estado libre y soberano. Mientras no sea así, la solidaridad con los palestinos y palestinas tiene que ser el camino. Y no olvidemos que las estadísticas son escalofriantes y muy duras: Israel mata un niño palestino cada tres días.