Vaya por delante que mis conocimientos sobre economía son muy básicos. Me refiero, claro está, a la gran economía, a esa que inunda las portadas y los interiores de los periódicos y que invade nuestro entorno familiar de manera a veces coercitiva. De hecho, casi nadie, entre ellos yo mismo, conocíamos la existencia de la famosa prima de riesgo hasta que ésta se puso por las nubes amenazándonos inexorable y peligrosamente. Así pues, mi análisis de la situación es una evidencia simple y llana, de lo que veo y palpo en mi entorno de amistades, de ciudadanos anónimos que comentan sus diferentes situaciones mientras hacen cola para pagar en un supermercado y también de familiares de otros puntos de la península que sirven para hacer más creíble estos puntos de vista.
Ni que decir tiene que la noticia estrella del inicio del año ha sido la supuesta bajada del paro. Atrás quedó el ridículo del anuncio de la Lotería Nacional, las campanadas en las diferentes cadenas y en el mundo, las uvas, y los accidentes de tráfico relacionados con la juerga.
Casi con nocturnidad y con una tremenda alevosía, se filtran los datos del paro del último mes y, como si de una gran explosión de júbilo se tratara, nos bombardean con una cifra espectacular: 147.385 parados menos en un año, el primer descenso desde el 2006 y la creación de 64.097 empleos netos durante el mes de diciembre. A toda esta gran euforia, se añade, días después, que la ya famosísima prima de riesgo se sitúa por debajo de los 200 puntos y finalmente todo esto aderezado con otra cifra espectacular, la de la inflación que cierra el año con un 0,2 por ciento, la más baja de toda la serie.
Los ingredientes, más o menos comprensibles; los condimentos, de puro lujo, y finalmente, la creación culinaria, de una notoriedad ilusionante que nos hace huir de aquella cocina mugrienta y maloliente para trasladarnos a un restaurante donde la limpieza reinante nos oculta la verdad y nos encubre las mentiras de este falso envoltorio.
Triste papel el de los medios de comunicación, casi todos y con muy pocas excepciones, que, subiéndose al carro del optimismo engañoso y fraudulento, silencian las circunstancias que maquillan los datos oficiales. Porque todos sabemos que esas cifras se pueden, y de hecho muchos analistas lo confirman, manipular según les convenga a los dirigentes. Inmediatamente después solamente tienen que distribuirlas con un buen marketing y el pueblo llano, aquel que solo tiene la televisión como único medio de distracción, acaba creyéndose la mentira aunque a su alrededor la realidad sea una bien diferente.
Afortunadamente, en este siglo XXI disponemos de medios para poder soltar la cuerda que nos ata a la adulteración de las noticias y poder liberarnos y al menos viajar en la senda del libre albedrío y tener argumentos para forjar nuestras propias opiniones. No es mi intención amargar estos primeros días del año a los lectores, pero la evidencia de los datos viciados que se ofrecen me hacen reaccionar rápidamente. Si bien éstos no son intrínsecamente falsos, sí que son adulterados para crear el efecto deseado. Parece ser que se enmascaran entre otros que la reducción del paro se debe más a una caída de la población activa, de las personas en edad de trabajar, que en cinco años hay casi un millón menos de afiliados a la Seguridad Social, que los jóvenes y no tan jóvenes que se han ido y que pueden suponer otro millón más, salen automáticamente de las listas del paro, que durante el 2013 se ha frenado éste, pero no se ha creado nuevo y que los que lo han hecho lo son en un 90 por ciento temporales y a tiempo parcial.
Cabe aquí destacar las palabras de Arturo González en su artículo El mundo no está para valses: habría que preguntarse también para completar el análisis de honradez cuántos emigrantes españoles ya no se contabilizan en las listas, cuántos parados han desistido, cuántos han dejado de inscribirse porque ya no reciben subsidio alguno.
No hace falta ser demasiado listo para percatarnos que no es oro todo lo que reluce. A pesar de los datos, las diferentes encuestas que incluyen algunos diarios, indican que casi un 90 por ciento de las personas piensan que no hay recuperación creíble. Con un salario mínimo en 645 euros mensuales, lo que supone 322 euros si el contrato es a media jornada y mucho menos si es parcial, ¿quién se puede creer que estamos en el camino de la mejoría? Si a todo esto añadimos los augurios de Santiago Niño Becerra en el sentido de que en cinco años ya no habrá dinero para pagar las pensiones y los de José Mª Gay de Liébana recordándonos que nunca podremos pagar la deuda, y las coacciones y amenazas de la Troika obligando al Estado a recortar sueldos, servicios públicos y a subir impuestos, me atrevo a concluir que nos espera un 2014 muy duro.
No nos engañemos. Con esta mal llamada crisis, los más ricos se han forrado, especialmente la banca a través de la Bolsa y las ayudas públicas, los pobres lo son aún más y los menos pobres siguen rodando por el precipicio esperando que una roca pare el descenso vertiginoso a las cloacas y no los diluya con aquellos con los que nunca quisieron estar. Y otra vez las palabras de Arturo González son demoledoras en este aspecto: “Pero el Gobierno sigue siendo un delincuente social: no olvidemos que la mejora de la economía ha consistido en bailar claqué sobre las espaldas de los débiles”.
No es casualidad que las grandes empresas españolas (energéticas, textiles, de gran distribución) sigan teniendo pingües beneficios a costa de empobrecer a sus asalariados. Pertenecen a una élite que no quiere desprenderse de su estatus, pero tampoco desea arrimar el hombro en esta coyuntura difícil. Por este motivo también colaboran en la manipulación de los datos ofrecidos por el Ministerio, para acallar las voces que van en otro sentido. Las cifras ofrecidas son solamente un ejemplo de hacia dónde va el Estado y lo que pretende: envolvernos con papel de regalo, aunque el interior carezca de valor.