Desde siempre la cultura en general ha estado al alcance de muy pocos. Las buenas obras de teatro, los conciertos de música clásica, jazz o pop eran solo para aquellos que podían pagarlo, si bien hubo épocas en las que aparentemente mucha más gente podía acceder a ese tipo de espectáculos. Durante la posguerra, la cultura perteneció a la élite de la dictadura y a los españolitos de a pie solamente se les daba con cuentagotas aquello que la censura tenía a bien distribuir y naturalmente, los famosos Nodo, una especie de telediario en los que se ensalzaban los logros del régimen y las visitas y agasajos del Caudillo por la Gracia de Dios.
A pesar de todo, no hay que menospreciar el trabajo bien hecho por los profesionales de los ámbitos culturales en épocas muy complicadas, donde ser artista y creador significaba más ir contra las normas establecidas y podía poner en peligro las bases y las estructuras del modelo franquista. Actores, directores de cine y de teatro, compositores y escritores pudieron ver sus obras publicadas gracias en parte a la vista gorda que hacían algunos censores que también habían perdido la confianza en los que los sustentaban y así pudieron verse programas de teatro en la televisión, series de culto y entrevistas con escritores a los que nunca hubieran podido acceder las clases menos pudientes en otras circunstancias.
Por citar solamente unas cuantas, quiero resaltar la importancia del programa Estudio 1, donde pudieron conocerse los clásicos y no tan clásicos a través del teatro y las series de Narciso Ibáñez Serrador que, con sus famosísimas “Historias para no dormir”, lograron encandilar a millones de personas que aún hoy las recuerdan.
La llegada de la democracia supuso la libertad, y una democratización cultural así como un acceso más proporcionado de la sociedad, y la calidad de vida atrajo a la población a teatros y espectáculos, con la ayuda siempre indudable de la publicidad. Algunos podrían no considerar cultura todo aquello, movida madrileña incluida, pero el caso es que al abrir las ventanas entró una bocanada de aire fresco que oxigenó el ambiente y dotó al Estado español de gran cantidad de acontecimientos musicales, teatrales, filmográficos, y de todo tipo que, como digo, sirvieron para ofrecer un abanico cultural variado.
La maldita crisis, con el aumento del IVA, el paro y el descenso de los salarios ha conducido a un empobrecimiento de los ciudadanos en todos los sentidos, pero también en el cultural. La gente deja de asistir a los espectáculos y se inclina por las descargas de internet si le apetece seguir disfrutando de su tiempo de ocio. Muchas de ellas ilegalmente, está claro, porque en el ser humano las ansias de descubrimiento son innatas y, aunque se pongan todo tipo de trabas, éste sigue buscando y encontrando. No es de extrañar, por lo tanto, que la ilegalidad en Internet aumente y se pague muy pocas veces o nunca por la cultura, lo que conlleva también unas ganancias mínimas para los creadores y artistas. A nivel teatral y fílmico, las pérdidas son todavía mayores ya que entran en juego tantas personas que el precio de las entradas libres de impuestos no compensan nada los gastos efectuados.
En todo este contexto de crisis acentuada, llama la atención la presencia cada vez mayor de mercadillos ambulantes donde el libro, ese conglomerado de papel, la mayoría de las veces amarillento, tiene un papel, valga la redundancia, primordial. La imposibilidad de pagar más de veinte euros por uno de ellos nuevo hace que sobrevivan los viejos a partir de cincuenta céntimos. Los ávidos de lectura, de una cierta edad muchos de ellos, pero con la presencia cada vez mayor de jóvenes vilmente apartados de la seguridad económica, se agolpan en las diferentes paradas con el propósito de encontrar un compañero de viaje barato pero atractivo y solidario con su situación. Muchos de esos vendedores se prestan al trueque, intercambiándolos en los diferentes mercadillos con el objetivo de compartir unos momentos de felicidad. Por menos de un euro en la mayoría de los casos se pueden encontrar todo tipo de libros, algunos muy actuales y que cumplen en estos momentos una función social.
Hay que subrayar la inestimable colaboración de las bibliotecas, ya que gracias a la crisis, porque algo tenía que tener de bueno, se llenan de gente que, no pudiendo pagar libros o acceso a internet, se ven inundadas por gente de todas las edades con la intención de no quedar rezagados en el ámbito cultural.
Si bien es cierto que los recortes abarcan a toda la sociedad, de momento todavía es gratis el acceso a las bibliotecas, donde reposa todo el saber de nuestros tiempos. Si éstas finalmente sucumben al despiadado poder del dinero, y acaban cerrando no tendremos más remedio que recrear la historia narrada en la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, donde los protagonistas se convierten en “hombres libro” para poder salvar el conocimiento, en contra de las disposiciones del gobierno. Esperemos que eso no llegue nunca.