Opinión de Manuel Navas: ‘De plomo las calaveras’

ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, sociólogo.

Una de las imágenes más representativas de la crisis son los aporreamientos policiales. Gestas que vendrían a confirmar que un humano vestido con un uniforme demencial, entrenado autoritariamente mediante arengas demagógicas puede convertirse en un depredador de cualquier otro ser humano. En romano paladín, en un policía capaz de apalear todo lo que se mueva. No importa los motivos, se trata de hacer una demostración de fuerza bruta para que nadie se manifieste a favor o en contra de nada de lo que no esté autorizado desde los centros de control de las libertades sean del color político que sean.

Pero sería un error señalar a una policía concreta, sea la española, catalana, afgana o norteamericana, porque el problema está en la estructura social que permite mantener un cuerpo represivo al servicio del poder constituido, sea político, económico, social o religioso, el problema son las fábricas de producir mercenarios. Basta mirar los requisitos para entrar en estos cuerpos, el perfil que buscan y su entrenamiento para concluir que no caben los milagros: son lo que son y no pueden ser otra cosa.

Dicho lo anterior, tampoco cabe apelar a la “obediencia debida” para exculpar a quienes, entre sus tareas está la de reprimir al pueblo, porque en definitiva, son ellos, con sus rostros tapados, quienes empuñan la porra o disparan la bocacha contra la ciudadanía y porque igual que la naturaleza les dotó de músculos e incluso de habla, es de suponer que no les negó la racionalidad (función propia de humanos), aunque si nos atenemos al interés con el que usan la violencia contra sus congéneres, parecen carecer del hábito para desarrollar tan preciado bien, lo que abre paso a la conjetura sobre si se tratan de seres humanos en el pleno sentido de la palabra o de marionetas.

Si los artículos claves de la Constitución fuesen de aplicación directa y no meramente programáticos para que los políticos de turno los concreten a su libre albedrío, cualquier persona o colectivo que defendiese la libertad, la justicia, la igualdad, que se presume inherente en un Estado Social, sería elogiado y quienes les reprimiesen, tildados de malvados e incluso de fascistas. Pero al estar en un mundo construido por y para los poderosos, cada vez más instalado en el protofascismo, que encumbra a la categoría de héroes de la patria a quienes reprimen, no es de extrañar ver a pistoleros uniformados cometiendo tropelías sin que sean condenados.

Con semejantes antecedentes sería absurdo sugerirles que se informasen para salir de su inopia o reflexionasen sobre el bien y el mal para iluminar sus aguerridas mentes, pero cuanto menos sirvan estas notas para recordar que entre los parámetros normales de cualquier ser humano, no está el de sacudir a nadie con el que ni se ha tenido ningún altercado, ni se conoce y menos aún a quienes pacíficamente defienden derechos que les han sido arrebatados con violencia, premeditación y alevosía por forajidos como son los “señores del dinero, de la estafa y de la corrupción”, o sea, políticos corruptos, empresarios defraudadores y banqueros ladrones.

Como no detienen a los auténticos delincuentes y causantes de la miseria de millones de personas, sino que se centran en reprimir a las víctimas, sean desahuciados, estafados, expoliados, precarizados, despedidos, etc., la razón de ser de su rol no deja dudas y limita los pretextos de su opción profesional: o es vocacional, con lo que podría entrarse en el terreno de la patología o es económico, es decir, es lo que tienen que hacer para cobrar a final de mes, y eso, guste o no, tiene un nombre. En cualquier caso, en ambos supuestos queda despejado el por qué carecen de sentimientos a la hora de reprimir, será porque se tratan de seres que “tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras” que sentenció García Lorca.

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