Opinión: ‘Gran Coque’

No soy muy aficionado a las series de televisión y por lo tanto no estoy al tanto de las novedades, de las reposiciones o de las diversas temporadas que se anuncian. Me hablan de Gran Hotel o de Polseres vermelles, de El Barco o de Cuéntame, pero tengo que reconocer que mi ignorancia es absoluta en cuanto a trama, personajes o actores que conforman estas series que, sin duda, amenizan y distraen al personal después de una jornada de trabajo o de fatiga generalizada. Sentarse delante de la tele es a veces muy sano para olvidar, para oxigenarse o simplemente para evadirse de la actividad diaria y muchas de esas invenciones de los guionistas, por absurdas que pudieran parecernos, cumplen una función psicológica e incluso sociológica que no cabe despreciar.

A pesar de todo lo expuesto, sí que ha habido una serie que desde hace ya varios años ha captado mi atención y que ha sabido engancharme a la televisión de manera que a fuerza de ver capítulos y capítulos he llegado a aprender de memoria algunos diálogos. Se trata de La que se avecina, nacida en 2007 y que ya va por su sexta temporada con un éxito arrollador y con personajes variopintos a cual más surrealista. La espléndida combinación de buenos actores, también un magnífico equipo técnico, con trabajados guiones, inspirados en historietas de Jardiel Poncela y Miguel Mihura, que superan con creces la realidad, la convierten en la más vista de la historia de la cadena Telecinco. Es más, el último capítulo de esta temporada consiguió una media de cuatro millones de espectadores lo que representa también más de un 25 por ciento de cuota de pantalla.

Sin entrar a valorar la calidad global de la serie ni si sus guiones son más o menos adecuados para todos los públicos, ni si son o no soeces los diálogos de Estela Reynolds, ni si la amalgama de personajes y sus respectivas paranoias son un reflejo de la sociedad en la que vivimos, en este último capítulo cabe destacar un momento determinante que no pasó desapercibido para la audiencia.

'La que se avecina'
'La que se avecina' entra en casa de millones de españoles cada semana

El drama del desahucio llega también a Mirador de Montepinar y los Cuquis, Amador Rivas y Maite Figueroa, seguramente pertenecientes a aquellos que estiraron más el brazo que la manga, ven como son traicionados por Antonio Recio, que los encierra en el ascensor para que los agentes del banco puedan quedarse con el piso. Es muy probable que esta familia no represente a la familia tipo que pierde su casa, porque, aunque Amador esté en paro, nunca se hizo cargo de su situación y mucho menos su mujer que seguía en un mundo de fantasía sin tener ni un plato de comida para sus hijos. No son, sin lugar a dudas, el ejemplo de una familia desahuciada; pero eso no es lo importante ni lo significativamente analizable.

Un personaje simpático, ex toxicómano y que sufre el escarnio y la crueldad de Antonio Recio por diferentes motivos, se planta ante todos los vecinos con un discurso que, repito, a pesar de estar metido con calzador, demuestra su humanidad desbordante y su sensibilidad hacia los que le envuelven. Querido por todos, sin demasiada cultura pero con infinidad de recursos que le facilitan su sencilla y tranquila vida, se desmarca de la truculencia del mayorista de pescado para ofrecernos un discurso no acorde con su formación:

Los malos de esta película no son los Cuquis; no somos los ciudadanos. Son los políticos y los banqueros que han hundido con su codicia este país, que nos mienten en las elecciones para que les votemos y luego hacen lo que les da la gana. Son ellos los que nos funden a impuestos y nos quitan el paro y nos recortan la sanidad y la educación, mientras ellos siguen chupando del bote con sus dietas y sus asesores y sus coches y sus pensiones vitalicias y colocando a sus amiguetes y a sus familiares. ¿Ellos nos arruinan y encima tenemos que pagarlo nosotros? Lo siento, pero los malos no son los Cuquis. Los malos están sentados en el Congreso, en los parlamentos autonómicos y en los despachos de los bancos”.

Mientras los vecinos asisten estupefactos al alegato de Coque, encarnado por el actor Nacho Guerreros, sus facciones permanecen inmóviles y Araceli Maradiaga exclama un ¡Coque, qué oratoria! cuando éste acaba. Desde una perspectiva discursiva, no es muy creíble que Coque pueda articular ese tipo de oraciones, con ese vocabulario donde aparecen palabras y términos de gran dificultad, como “codicia” o “vitalicia”. Pero desde un punto de vista más metafórico, estoy convencido que el guionista ha elegido ex profeso al personaje menos culto, más inepto, menos intelectual, para arengar a los demás a posicionarse contra una lacra que ahoga a cientos de miles de familias en nuestro país. No es casual que Coque haya sido el elegido para tal fin. Representa a un ciudadano pobre, maltratado por la sociedad y por parte de sus vecinos, frustrado en sus ilusiones pero a pesar de todo, con un índice de felicidad bastante elevado. La lección de este momento es, sin lugar a dudas, la de que el más tonto es capaz de entender una gran injusticia. Está por ver la solución al problema, que, a falta de otra, es momentáneamente la de la ocupación de una casa vacía; de una vecina que hace tiempo que no ven, pero a fin de cuentas apropiarse de una vivienda que no es la suya.

El discurso de Coque se convierte entonces en íntegramente verosímil y traspasa ya las fronteras del entretenimiento. El significativo silencio de sus vecinos es tan solo el inicio del movimiento que se está gestando y que emerge después de las palabras de elogio de Araceli. Tan solo el que no limpia pescado permanece fiel a sus principios y acusa a Coque de estar manipulado por los telediarios, aunque seguramente también le reprocha haberse tirado a su mujer, pero, claro, eso no lo sabemos.

Pero también es destacable el significado de esas palabras que no distinguen entre banqueros y políticos, tratándolos directamente de ladrones y de mangantes, con lo que ya se convierte en el súmmum de la intervención y lo que hace a Coque más intensamente humano. Esa faceta del personaje transfigura el capítulo y lo engrandece. Casi cinco millones de personas disfrutaron de ese momento. ¿Serán capaces de reaccionar y de implicarse ante la perversión del sistema que nos oprime?

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