Opinión: ‘Que no nos quiten la palabra’

De entre las últimas tendencias que observo en la sociedad actual destaco el de la ausencia de la palabra en lo que respecta a la información. Me refiero al hecho de que se orienta a las personas hacia la pantalla muchas veces sin saber exactamente lo que allí se encontrará. La red es un caos muy poco organizado donde es fácil perderse y aún más enredarse hasta acabar ahogado sin saber cómo sobrevivir.

Hace unas décadas la información se obtenía básicamente a partir de los conocimientos de las personas que nos rodeaban; también en bibliotecas y espacios dirigidos precisamente a dar respuesta a nuestros interrogantes. No solo eso sino que unos complementaban a otros y acababan siendo útiles a nuestras demandas. Más adelante, y con la llegada de internet, éste conformó un complemento a las explicaciones de los entendidos en los diversos temas, y se convirtió en un mecanismo de una utilidad indudable.

Pero en este período de transición, la palabra, la comunicación verbal y no verbal era aún valorizada y predominaba ante la pantalla y, como digo, ésta era una ayuda que completaba o no la búsqueda de información. Desgraciadamente, y de esto tenemos mucha culpa educadores y padres, cada vez con más frecuencia se tiende a enviar a los adolescentes y también a los adultos al gran océano de la red sin ninguna explicación previa y obviando la gran riqueza de la lengua y de los gestos, que son sustituidos por la frialdad de la pantalla.

Demasiadas veces, por no decir que ya siempre, los educadores nos “deshacemos” de nuestros alumnos cuando nos preguntan mandándolos a buscar las respuestas a páginas web supuestamente bien elaboradas, pero que carecen del sentimiento y del poder de la explicación y de los detalles. Algunos equipos directivos de centros de secundaria trabajan incansablemente en aniquilar cualquier atisbo de humanidad, vanagloriándose de ser perfectamente activos en la red y de tener todo, absolutamente todo, encerrado, encorsetado, en los diferentes apartados de sus respectivos portales. Entonces se pierde para siempre el que el alumno pregunte, seleccione y analice la información y finalmente la sintetice. No solo eso, sino que también se esfuma el espíritu crítico puesto que todo lo que se encuentra se cree sin pasar por ningún filtro y el pobre alumno entra en un laberinto del que es difícil salir. No exagero, si es lo que piensan algunos de mis lectores. En estos meses donde muchos de ellos tienen que decidir el camino a seguir, andan locos buscando información sobre los diferentes centros donde pueden cursar sus estudios. Pues bien, la mayoría accede sin más a la información en internet, y muy pocos son ya los que se acercan a las jornadas de puertas abiertas, puesto que “todo ya se puede saber desde casa”. Es más, en el Salón Futura, celebrado los día 15 y 16 de marzo en Barcelona, muchos de los stands carecían de información suplementaria y remitían a sus páginas web.

En muchos institutos se suprimen las visitas a las universidades y a las conferencias que convocan para dar a conocer los diversos estudios con la excusa de que lo mismo lo encuentran en internet. Pues no, señores patrocinadores de lo estrictamente cuadrado, no es lo mismo. Es precisamente ahora cuando hay que promocionar la palabra, el gusto por escuchar a otras personas que han estudiado para saber más y mejor cómo me puede ir a mí. Si quitamos la palabra, la dicción, arrebatamos la única posibilidad de entendimiento y convertimos a nuestros jóvenes en autómatas idiotizados incapaces de relacionarse con los demás. Repito, no exagero; lo voy viendo día tras día en mi trabajo. Mis alumnos reclaman algo más que un empujoncito hacia la pantalla; quieren que alguien, en este caso sus profesores, atiendan a sus demandas de la misma manera que hace siglos, con una mirada, con un gesto y una voz que ilumine el estrecho sendero que les conduzca a una salida.

En definitiva, no se trata de cerrar los ordenadores sino de cuidar un aspecto de nuestro ser único y que no tienen otros seres vivos. Y también de aprovechar las pantallas para fortalecer el humanismo tan deteriorado en estos tiempos. Hay que hablar, escuchar, entender, discernir, observar y comparar, saludar, reír y llorar, si es necesario, y todo eso no nos lo da una pantalla.

Els comentaris estan tancats