“Palestina es como Auschwitz, dijo José Saramago. Lo que está pasando contra los palestinos, es un crimen contra la humanidad. Los palestinos son víctimas de crímenes cometidos por el gobierno de Israel, con el aplauso de su pueblo y el apoyo de EE.UU. No se habla lo suficiente sobre la Palestina de hoy, sometida a la dictadura de la guerra sin cuartel por el Estado de Israel. Debería haber llegado la hora de frenar a Israel en su acoso contra Palestina; todo representa una vergüenza que la humanidad no es capaz de solucionar. El Estado de Israel somete a fuego, al pueblo palestino. Siento dolor y vergüenza por ello”.
Víctor Arrogante, profesor y analista político.
Yo también siento dolor y vergüenza con lo que pasa en Palestina. También como español que me percaté hace tiempo de la connivencia de nuestros gobiernos con la exterminación y los crímenes impunes. Mientras escribo estas líneas son ya casi 100 los palestinos muertos por las bombas israelíes, muchos de ellos menores. Olvidada por las grandes potencias, por Europa, por la ciudadanía en general, sobrevive, malvive y muere poco a poco ante el desinterés de la mayoría. A pesar de las redes sociales, de la inmediatez de las noticias que llegan cada día, de las imágenes de niños y niñas descuartizados por las bombas de odio de Israel, el silencio campa a sus anchas en los medios de comunicación sostenidos por los gobiernos (quién sabe si también por entidades sionistas), repitiendo una y otra vez que el sionismo tiene derecho a defenderse de los ataques de los palestinos. No obstante, calla ante la limpieza étnica que Israel ejerce sobre un pueblo que fue ocupado militarmente en 1967, que nunca aceptó las resoluciones de la ONU, que sigue destruyendo viviendas, pozos, plantaciones e impide pescar a la flota de Gaza, por poner algunos ejemplos.
Algo han inoculado en nuestras mentes los poderosos para que, cuando vemos a unos niños palestinos llorando junto a sus madres muertas o a ellos mismos envueltos en una mortaja y llevados a hombros por sus familiares, el corazón no lata más deprisa y una nube de indiferencia se pasee por nuestras mentes como si se tratara de una noticia más. Algunos, incluso cambian de canal, como si les molestara que cada cierto tiempo se les recordara que allí, en esa parte del mundo, se ha perpetuado un conflicto que tiene a un único culpable: Israel.
Desde el pasado 13 de abril, una amiga a la que aprecio con verdadero afecto, Juana Ruiz Sánchez, Juani, tiene a todo el mundo (bueno, a los que estamos convencidos del genocidio sionista) en un vilo, no creyéndonos que pueda ser posible que esa persona que dedica su vida a ayudar a la gente pueda estar ahora mismo en la cárcel acusada de colaborar con ‘movimientos terroristas’. Esta misma semana, un juez militar ha denegado su libertad condicional y ha puesto fecha al juicio, el día 2 de junio. Viendo cómo está todo por aquella zona, no confío nada en que este sea justo.
Para el que no lo sepa, Juani trabaja para una organización palestina llamada Comités de Trabajo de la Salud (Health Work Committees) que es una de las principales redes de salud primaria en los territorios ocupados. Ella es desde hace unos 20 años, la encargada de la gestión de proyectos y la búsqueda de financiación externa, en particular en España, y por este motivo es muy conocida en todo el país, especialmente entre las ONG que la han acogido, tanto a ella como a su marido, Elías Rishmawi. Los dos han dedicado parte de su tiempo a dar conferencias y charlas sobre la situación que se vive en Palestina. Lo explica muy bien Isaías Barreñada en su artículo Sobre el delito de solidaridad. El secuestro de Juana Ruiz como advertencia. De ella, recuerdo una macabra anécdota. En Beit Sahur, una pequeña ciudad palestina al sur de Jerusalén donde viven, están rodeados de casas de colonos israelíes. El temor de Juani es saber que todos tienen armas y que cuando ella tiende la ropa un escalofrío recorre su cuerpo imaginando que cualquiera de aquellos locos puede dispararle con cualquier pretexto, incluso si intuye que una pinza pueda ser un arma.
Al desasosiego por la situación de Juani, encarcelada en una prisión de hombres, incomunicada, acusada de cargos que no se sostienen en nada, se une la convicción de saber que lo que en esa parte del mundo se vive no entra en los cánones de la humanidad. Israel se jacta de ser el país del mundo donde ha vacunado antes a sus ciudadanos, mientras posee también el despreciable trofeo de impedir la entrada de vacunas a territorio palestino. A este respecto, es necesario leer el artículo El encarcelamiento de Juani Rishmawi y el uso del covid contra Palestina para conocer el alcance de los crímenes del estado de Israel contra los ciudadanos palestinos.
Porque hay que decir mil veces y bien alto que ese apartheid al que Israel somete al pueblo palestino va acompañado de asesinatos selectivos, de destrucción de infraestructuras, de la obstaculización del paso de ambulancias cuando los soldados israelíes hieren impunemente a mujeres y a adolescentes que se manifiestan pacíficamente porque les roban sus casas y les confiscan sus tierras. Los dejan morir desangrándose ante las miradas de odio de colonos que enarbolan las banderas con la estrella de David en señal de aprobación. Y mujeres, siempre mujeres, que también caen muertas ante los pasos fronterizos porque esos mismos soldados tienen órdenes de impedir que accedan a los hospitales. Es tanta la maldad acumulada, que las leyes israelíes se redactan para beneficio del sionismo, en contra de la comunidad árabe que vive en Israel y que poco a poco es literalmente aniquilada, como hemos podido ver en Sheikh Jarrah, el último bastión de resistencia palestina en Jerusalén Este y donde 40 personas de este barrio están siendo forzadas a desalojar los hogares que sus familias han habitado durante generaciones por orden de un tribunal israelí.
El secuestro de Juani, junto a esos desahucios ilegales y la provocación de los judíos jaleando a las fuerzas israelíes al irrumpir nuevamente en la Explanada de las Mezquitas, lanzando gases lacrimógenos incluso en el interior de la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar más sagrado para los musulmanes, conforma un conglomerado que vuelve a ser la excusa perfecta para la destrucción de Gaza por parte del gobierno israelí. A este gobierno y a los fanáticos que lo apoyan, no le les escapa que, desde la otra incursión, en 2014, con miles de muertos inocentes, esta sociedad luchadora y olvidada, ha resurgido de sus cenizas gracias a la ayuda humanitaria, gracias a organizaciones como la de Juani, que se ha dedicado a trabajar por los más vulnerables, dando cobijo a mujeres, hombres y niños que no tenían acceso ni a un mínimo sistema sanitario. Por eso, por esa rabia que carcome por dentro a una sociedad israelí enferma, necesitan, una vez más destruir y destruir, porque nunca van a aceptar un estado palestino que se desarrolle en paz y que pueda alcanzar algún nivel de dignidad aceptable.
La indiferencia de Europa, de sus ciudadanos, no puede durar siempre. En algún momento, el mundo tiene que reaccionar. Y no solamente porque una ciudadana española está secuestrada sin motivo. Es una cuestión de decencia ante este terrorismo de estado que Israel ejerce desde hace ya casi 60 años. No puede ser que, al menor síntoma de recuperación de un estado, reconocido o no, el vecino ataque con una brutalidad ignominiosa. No puede ser que Europa acepte esa destrucción y recupere de nuevo la zona con miles de millones, a sabiendas que Israel volverá a arrasarlo todo poco tiempo después. Su gobierno acaba de anunciar “el golpe más grande contra Hamás desde el año 2014”, cuando, en realidad, quiere decir que, percatándose de la pasividad internacional, va a asestar el golpe definitivo contra la población palestina, quizás su exterminio total. Ignominia que no se recordaba desde el holocausto judío por los nazis. Paradojas y escarnios de la historia.
La reacción ya existe desde hace tiempo con las campañas de boicot a productos y empresas que comercian con Israel. Pero hay que dar un paso más. Esos periodistas que son atacados y golpeados por las fuerzas de ocupación israelíes tienen en su mano dar a conocer lo que allí está pasando. Por eso Israel ha matado ya a una veintena de ellos en estos últimos años. Porque interesa ocultar y silenciar el genocidio, las muertes, las humillaciones, los disparos en las piernas y en los brazos para mutilar a jóvenes de por vida, las ocupaciones ilegales, la tala de olivos que son el sustento de miles de familias, el corte de suministros básicos, la tarea de ONG como la de Juani que lucha sin cansancio por avivar la llama de la esperanza a un pueblo olvidado. A Israel le preocupa que se sepa que son los culpables de la pobreza y la malnutrición, del lento exterminio, de la colonización más salvaje, del aniquilamiento del pueblo palestino y de la devastación de sus tierras. Por eso, no contentos con matar impunemente o con amputar brazos y piernas, con echar a sus habitantes de sus moradas, ahora toca el turno de masacrar a organizaciones humanitarias que puedan dar respiro a la agonía. No podemos permitirlo. Juani representa esa esperanza y esta no morirá nunca.
Foto portada: un adulto y una niña heridos en un ataque del ejército israelí. Fuente: Comisión de Solidaridad Argentinos de pie por Gaza via Facebook.